Este Búho asistió a una reunión por los 27 años de la publicación de la revista ‘Éxito’, que dirigiera mi amigo Juan Carlos Tafur. En aquel mar de temas que estaban en el tintero para abordar en una flotante mesa del ‘Juanito’ barranquino, hubo uno especial: la participación del mítico cronista, novelista, experto en gastronomía, bailarín profesional, actor de cine, historiador, ensayista, periodista policial, dandy y seductor de bellas mujeres: Jorge ‘Coco’ Salazar (Lima 1940- Miraflores 2008).
Todos teníamos una historia con ‘Coco’. Cuando llegó a la revista, en 1991, ya era toda una personalidad en el periodismo. Lo que pasaba era que se comportaba como un ‘Lobo estepario’, nunca se hubiera vinculado con algún círculo literario como los que habían en su época, los convulsionados sesentas, setentas y ochentas.
Salazar corría ‘la selva de cemento’ como un león solitario, en busca de su leona, una bella mujer peruana o extranjera, madura o jovencita, a las que pedía algunos requisitos básicos, según me confesó una vez en el ‘Juanito’: ‘que las vea bellas’, que tengan la inteligencia de abrir sus sentidos para dejar que les transmita sus vastos conocimientos de las más disímiles materias y, sobre todo, que le sean sinceras en todos los aspectos de su relación. Él sabía que no era un Brad Pitt y podía entender algún ‘desliz’ de sus jóvenes parejas. Lo que no toleraba era la hipocresía, la deslealtad y la mentira.
Este periodista lo había leído de adolescente y luego de jovencito universitario en sus crónicas en la revista ‘Caretas’. Por eso ni bien lo vi ingresar a la casa barranquina de ‘Éxito’, supe que iba a cultivar una amistad provechosa y de la que siempre me consideraré privilegiado y a la vez orgulloso.
Como era costumbre, llegaba a la redacción con una bella pareja. En aquel tiempo su compañera era una muchacha universitaria de ascendencia árabe, de bellos ojos de gata en la oscuridad, con la que algunas veces tomábamos ‘chelas’, entre conversaciones sobre fútbol, literatura, gastronomía y anécdotas sobre el Jet Set internacional que conocía al dedillo, gracias a su matrimonio con la modelo inglesa Moonbean.
Su muerte, en junio del 2008, a los 68 años, me sorprendió. Ya había ‘colgado los chimpunes’ de la vida exagerada. Lamentablemente, solo después de su partida por fin pudo discurrirse el velo que ocultaba a uno de los últimos grandes periodistas de la generación dorada de la prensa diaria y revisteril.
Fue el más notable cronista policial del periodismo peruano. Con su ingreso a la prensa policial esta adquirió categoría literaria. Y él lo aprovechó para saltar de periodista a novelista. Me impactó su libro ‘Poggi: La verdad del caso’ (1987). Yo había comprado aquel número de ‘Caretas’ donde Salazar contaba cómo se contactó con el estrambótico psicólogo asesino.
Me reveló que llegó a la revista un individuo excéntrico y los guachimanes no lo dejaban entrar. Lo sacaban a empellones cuando justo él ingresaba. ‘Yo sé quién es el descuartizador’, gritaba el hombre. En esa época, varios pedazos de cuerpos femeninos aparecían en los basurales de Lima y la prensa le reclamaba a la policía que atrape al asesino en serie que mantenía en vilo a toda la ciudad.
El periodista, con ojo clínico, olfateó la noticia. Lo hizo pasar y le invitó un lonche en el ‘Koala’. Era Mario Poggi, quien luego lo llevó al local policial donde fungía de psicólogo de la PIP. Allí, ‘Coco’ y su fotógrafo ingresaron y Poggi sacó a Díaz Balbín y pretendió hipnotizarlo. Luego lo desnudó frente al cronista. Este me contaría esa historia. La revista se agotó: ¡La policía había capturado al asesino en serie!
Esa noche, pletórico de protagonismo, Poggi no se contentó con los verdes que le habían entregado por la primicia, sino que ¡¡asesinó a Díaz Balbín en plena dependencia policial de la avenida España!! Fue un escándalo que nuestro personaje transformó en un libro que debe ser de lectura obligatoria, no solo en las facultades de Ciencias de la Comunicación, sino en las redacciones de diarios, revistas y páginas digitales de prensa.
De genio difícil, muchos no lo toleraban, en varios casos por envidia. Este Búho lo veía como el ejemplo del hombre de pocos amigos y sí muchas amigas. Uno de ellos, el periodista y notable cronista Jaime Bedoya, que escribiera no uno sino varios retratos de quien consideraba su maestro, y quien lo recibió y formó cuando Jaime llegó chibolo a la revista.
En su semblanza ‘El gitano chosicano’, Bedoya narra: ‘Jorge bombardeó mi cabeza con lecturas e ideas, lo que entendía de lo que él tenía por nociones básicas del periodismo, y de la vida por extensión. La magia de las palabras era una de ellas’.
‘Coco’ no valoraba la riqueza material, sino lo que vivió en tantos viajes por el mundo, tantas lecturas y oficios. Su verdadera profesión fue la de un hombre que quería vivir. Que vivió la vida como quiso. Amado y también odiado por épocas que los jóvenes que lo admirábamos preferiríamos obviar. Siempre vivió buscando la belleza y juventud para su alma de Pigmalión. Nunca se apartó del periodismo y murió sin riquezas. En su lápida se puede leer: ‘Pasó por la vida y se dio cuenta’. Apago el televisor.