Este Búho, al momento de escribir esta columna, tiene en su mano un viejo volumen de la primera novela de Oswaldo Reynoso , ‘En octubre no hay milagros’ (1965), lamentablemente fallecido a los 85 años. Leo el inicio de la obra en voz alta: ‘Ácido morado, sobre cielo ceniza, sucia niebla podrida en pescado. Morado tibio en mañana fría: mojada’. Esa novela me estremeció cuando llegó a mis manos y estaba en secundaria. Retrataba una Lima y dos sectores sociales antagónicos, ‘los de arriba y los de abajo’. La visión de Reynoso era furibunda, el todo poderoso don Lucho, el millonario, el dueño de edificios y tugurios en La Victoria. El mandamás del banco más importante del país, el maquiavélico confabulador para tumbarse un gabinete sufre, está desesperado por Tito, el adolescente del que está perdidamente enamorado, pero que no accede a su acoso. Su esposa se consuela acostándose con el empleado cubano del gabinete, y en plena procesión, a la que observan desde un balcón de Palacio, los amantes se paleteen en impía e irrespetuosa imagen. Los pobres que están abajo, con la sagrada imagen, también tienen problemas. A los Colmenares, el banco los va a desalojar de su humilde casa, doña María está en la procesión para pedir un milagro. Reynoso innova con esta novela el género, no solo el lenguaje callejero, descarnado, sucio de las barriadas y barrios pobres de la urbe como La Victoria cosa con la que había escandalizado a la ‘crítica’ en su libro de cuentos ‘Los inocentes’ (1961), sino también con técnicas narrativas como el monólogo interior en sus personajes. Además, misma serie de TV, lo hace en tiempo real. Todo sucedía en 24 horas. Reynoso había llegado de su Arequipa natal a Lima. Que en 1961 un escritor se atreviera a presentar al dueño del supuesto banco más poderoso del país, como acosador de un chiquillo, y todavía cornudo, generó una respuesta de los poderosos y sus tentáculos, en los medios periodísticos y hasta críticos. Los censores oficiales mandaron sus libros a la hoguera. ‘Lenguaje del hampa’, ‘escritor lumpen, pornógrafo’, eran los insultos más suaves. Eran libros proscritos, la jerarquía eclesiástica lo estigmatizó ante los fieles. ‘Habráse visto, jugar con la imagen del Señor de los Milagros es demasiado’, bramaban desde los púlpitos. El escritor recordaba con sorna esas épocas duras de sus inicios como literato. ‘Solo me defendieron el poeta Washington Delgado, Javier Sologuren, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa’. Paralelamente, desde los 22 años, se dedicó a la docencia en la Universidad La Cantuta, y cultivó una amistad con políticos marxistas maoístas radicales, como su paisano Abimael Guzmán y Miguel Gutiérrez. En esos años, ante una de las tantas huelgas y militarización del campus, acepta un trabajo como traductor en China Popular. Pasó varios lustros en ese país. En 1978, llegó de vacaciones justo cuando La Cantuta estaba tomada por los alumnos. ‘Estaba en El Palermo cuando llegó la policía, me tomaron preso y llevaron a Seguridad del Estado. Mi hermana, preocupada, fue donde Vargas Llosa que estaba en Lima. El novelista le respondió: Voy a ayudar a Oswaldo porque es un buen escritor y es mi amigo. Habló con Richter Prada, ministro del Interior, y me soltaron’. Se mantuvo sin publicar 23 años. Cuando regresó a Lima, se sorprendió porque los jóvenes lo buscaban. Se había convertido en un escritor de culto. Era cotidiano verlo sentado en una mesa del bar Queirolo, del jirón Quilca, rodeado de jóvenes. Si llegaba algún desconocido, a que le firme un libro, terminaba en la mesa como un amigo más. Siempre se le asoció con las bebidas espirituosas y la bohemia. ‘Pienso que el trago es sagrado, porque estamos en contacto con la divinidad, al mismo tiempo, es una exaltación. Me encanta el trago’. Contra lo que se cree, que sus bares favoritos eran los de Quilca, el que más le fascinaba era uno añejo en Breña. ‘Me encanta ir al Sapo de Oro, entre el jirón Varela y Orbegoso. Es una ‘ramadita’ de las que ya no hay, con grandes mesas, rocola con música de la Sonora Matancera y la gente bebe, juega sapo y cachito’. Vivía solo en un departamento, frente al mar de Magdalena. ‘Nunca me casé, no tengo hijos. Pero he amado plenamente. En mi vida he tenido grandes amores, solo que no han querido ser eternos, ni he querido que lo sean’. Se fue el más joven de los viejos escritores. Salud maestro, esté donde esté. Apago el televisor.
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