Este Búho ya comienza a acostumbrarse a leer obituarios de distintos personajes de la literatura y el pensamiento, a los que leía en mi época de universitario, como es el caso de Umberto Eco. El reconocido catedrático, semiólogo, pensador y novelista italiano. Se fue una de las mentes más lúcidas del siglo XX. Creo que nunca terminaré de agradecerle a mi alma máter, San Marcos, por haberme formado. En la ‘Cuatricentenaria’ ingresé al mundo de la cultura. Tuve la suerte de toparme con las personas indicadas, amigos y amigas, generalmente mayores, que me pasaban libros o música, que yo devoraba ansioso, hambriento por conocer ‘otras voces, otros ámbitos’, como escribiera Truman Capote. Mundos distintos, pensamientos críticos. Leyendo a estos últimos, pude conocer a Umberto Eco. Fue en una clase en Sociales, donde el gran catedrático y sociólogo Aníbal Quijano nos mandó a leer una separata de uno de sus clásicos ensayos, ‘Apocalípticos e integrados’ (1964). Al leerla, me dije: ‘Este es el hombre’. El italiano polemizaba, en dicha publicación, con los intelectuales ultras sobre el papel de los medios de comunicación masivos, como la TV en Italia. Los ‘ultras’ decían que ‘la televisión solo ha servido para idiotizar a los televidentes y es y será la perdición de los jóvenes. Los va a idiotizar, los niños serán acríticos robots, hay que prohibirla’. Eco los llamaba ‘apocalípticos’ y defendía las ventajas de la cultura de masas, en el desarrollo de la amplitud de conocimientos que podía brindar la televisión, pero criticando lo nefasto del consumismo. Años después de su célebre polémica, escribió, dándose la razón: ‘Señores, esos hijos que nacieron con la TV son los que se oponen a la Guerra de Vietnam y ahora hacen la Revolución de Mayo del 68, y forman hasta partidos marxistas y de izquierda, y son contrasistema, así que la TV no es decisiva en la formación de los jóvenes’. Justamente el año pasado compré su última y esperada novela, escrita a sus 83 años: ‘Número cero’. Un libro que creó controversias y dividió a la crítica. Recuerdo que en invierno la leía en el malecón, frente al mar de Miraflores, ante la imagen del entrañable poeta Antonio Cisneros. Nació en Alessandria, al norte de Italia. Hijo de un contador, estudió filosofía, luego comunicación visual y semiótica. Es lo que denominamos, y yo admiro, un intelectual total. Estudia todo lo que le interesa, como creo debe ser un hombre comprometido con la sociedad.
En ‘Número cero’, aparte de ajustar cuentas con el periodismo sin escrúpulos, también mete su ‘chiquita’ a esos intelectuales obsesionados con ser el mejor solo en un campo específico, ignorando olímpicamente cualquier otro tipo de conocimiento o materia. Esos son ganadores ‘entre comillas’ en el campo del conocimiento. En su libro, escribe: “Los ‘perdedores’, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ‘ganadores’. Si quieres ‘ganar’, tienes que concentrarte en un solo objetivo y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los ‘perdedores’”. De más está decir que Eco sentía que pertenecía al grupo de los supuestos ‘perdedores’, los que apuestan a un mayor cúmulo de conocimiento y en su caso hasta la erudición. Justamente, a mediados de los 80, les dio un cachetadón a todos aquellos que cuestionan las novelas de escritores de eruditos como Jorge Luis Borges o él mismo, al publicar su tremendo novelón, ‘El nombre de la rosa’, esa historia policíaca, una novela negra en los tiempos del oscurantismo religioso de la Edad Media, que logró convertirse en un best seller mundial. Al punto que en 1986 se filmó una película sobre el libro. Borges y Arthur Conan Doyle fueron sus referentes y ganó premios literarios, como el Príncipe de Asturias, pero siempre le esquivaron el Nobel por su postura crítica a la rigidez del comunismo italiano. ‘Número cero’ fue su última novela y nos presentaba a un periódico que nunca saldrá a circulación y solo es un proyecto siniestro de intereses económicos y políticos. Pero como siempre, dentro de los convocados, hay un periodista inteligente y valiente, ‘Braggadocio’. El director cómplice de la farsa, que le veta hasta en las ediciones que se irán a la basura cualquier informe honesto y de denuncia, lo tiene de ‘pantalla’ para que dé una imagen ‘decente’ al pasquín. Pero ‘Braggadocio’ descubre, por ejemplo, que el supuesto cadáver de Benito Mussolini, al que colgaron boca abajo, con su amante Claretta Petacci, sería un doble. Es una denuncia gravísima y no creo que el maestro haya recurrido a la ficción. ¿Qué le sucede a un valiente y honesto periodista como ‘Braggadocio’? Algo doloroso. Porque los tentáculos de la mafia siempre tratan de joder a los periodistas incorruptibles. Descanse en paz, maestro. Apago el televisor.
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