Este Búho se toma un respiro después de tanta incertidumbre política. Cambio de canal y disfruto del excelente programa ‘Tiempo de viaje’, que conduce Rafo León. En esa edición, se rindió homenaje al entrañable y reconocido escritor Julio Ramón Ribeyro. Por ende, se tituló ‘La Lima de Ribeyro’. Ahí podemos apreciar que gran parte de las historias escritas por el maestro tienen como punto central la antigua Lima. Allá por 1929, en el jirón Montero Rosas del distrito de Lince, nació el escritor, donde dio sus primeros pasos y llantos en este mundo. Luego se mudaría con su familia a Miraflores y estudiaría en el colegio ‘Champagnat’. Al narrador le gustaba mucho caminar y se deslumbraba con la huaca Pucllana. La veía muy misteriosa y enigmática, tanto así que al crepúsculo, él y sus amigos huían despavoridos por el tenebroso aspecto que mostraba. Estudió Letras y Derecho en la Universidad Católica y en ese lapso inició su carrera como escritor. Posteriormente, viajaría en barco a Barcelona, gracias a que ganó una beca de periodismo. Al terminar esta, decide marcharse a París, donde escribiría su primera gran obra, ‘Los gallinazos sin plumas’. Pero Julio Ramón no gozó de los placeres del ‘boom’ latinoamericano que disparó las carreras de Vargas Llosa o García Márquez. Él volaba rasante, con perfil bajo, desempeñándose en distintos oficios, pero siempre sin dejar de escribir. Publicó diez obras de teatro, tres novelas, ensayos, ganó premios, pero lo suyo siempre fueron los cuentos, escritos desde 1952 hasta su muerte en 1994. Él se encargó de explicarle a los lectores por qué escogió el sugerente título de uno de sus libros. ‘¿Por qué ‘La palabra del mudo’? Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que, en la vida, están privados de la palabra. Los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido ese hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y angustias’. Creo que él sintetizó la fatalidad del infortunio de los de abajo, de una clase media venida a menos, de los empleados públicos, de los mediocres, arribistas o perdedores.

Junto a todo esto, una herencia kafkiana, como en el inolvidable cuento ‘La insignia’, donde un hombre encuentra una misteriosa insignia y se va involucrando en una secta incomprensible en la que, poco a poco, con absurdas pruebas llega a ser el presidente. ‘El banquete’ y la notable ‘Alienación’ son muestras del corrosivo humor negro, que desnudaba el racismo y el arribismo impregnados en la sociedad peruana. Julio Ramón pareció sentir que, al gran baile de las estrellas del ‘boom’ literario, nunca fue invitado. Por eso decía de sí mismo: ‘Tímido, laborioso, honesto, ejemplar marginal, intimista, pulcro, lúcido. He aquí algunos de los calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran escritor, porque seguramente no soy un gran escritor’. Sin embargo, Vargas Llosa lo consideró el mejor cuentista peruano y uno de los mejores de Hispanoamérica. De su primer viaje a Europa saldría el excelente libro ‘La tentación del fracaso’, una recopilación de sus diarios personales durante su larga permanencia europea, donde tuvo que trabajar en chambas tan alejadas de su oficio de literato como portero de hotel, reciclador de periódicos o cargador de bultos en el metro. Solo lo satisfacía escribir y fumar, vicio que le produjo un cáncer del que fue operado dos veces y que lo llevó a escribir ‘Solo para fumadores’, un alucinante y descarnado relato de cómo se puede llegar a considerar el cigarrillo como parte de tu vida. Llegó a vender los libros que más amaba para poder comprar una cajetilla de cigarros. Recomiendo ‘Prosas apátridas’, alucinantes reflexiones sobre cosas que veía mientras caminaba por las calles de París. A sus seguidores se nos presentó la virgen cuando Ribeyro regresó al Perú después de muchos años. Llegó a inicios de los 80, invitado por el Banco Continental a su auditorio en San Isidro. Gracias a mi amiga, la poeta Tatiana Berger, logramos conseguir una ubicación privilegiada. Vi los ojos del escritor. Estaba sorprendido, fascinado. Debió rejuvenecerlo ingresar en plan de estrella. Comprobar que tenía un vasto público joven, fresco, que lo leía como culto. Moriría el 4 de diciembre de 1994. Se fue solo en cuerpo. Su mito y sus obras están in crescendo a pasos agigantados en Hispanoamérica. Apago el televisor.

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