Este Búho se sorprende con una confesión que el poeta Leoncio Bueno hace a pocas semanas de haber cumplido 100 años: “La muerte es la salvadora. ¡Viva la muerte! Si yo me muero, me salvo de todas las dificultades y ahora que estoy viejo me caería muy bien”. Estamos sentados en el porche de su casa en Tablada de Lurín, en Villa María del Triunfo, bajo un sol sofocante y el vate asegura con un tono nostálgico que hubiera preferido otro tipo de vida: “Nunca pude vivir como quise vivir, porque yo hubiera preferido vivir tranquilo, como campesino. Me hubiera gustado tener mi chacra, mis animales y sembrar mi maíz, mi yuca, mi plátano”.
Entonces uno recuerda la agitada vida de Bueno, quien desde su nacimiento tuvo talento para la protesta, o eso es lo que le contaron. El día que nació, un 2 de enero de 1920 en una zona montaraz de la hacienda La Constancia, distrito de Chócope, La Libertad, se topó con las tetas secas de su madre y tanto fue su llanto que una tía, quien también había alumbrado por esos días, tuvo que amamantarlo.
El poeta recuerda con claridad desde sus primeros roces con el anarcosindicalismo, ese movimiento que defiende la libertad absoluta y la ausencia del Estado, y que le hizo conocer la poesía y lo impulsó a escribir sus primeros versos hasta su arribo a Lima cuando tenía 19 años. Entonces trabajó como obrero de construcción, como operario textil y dirigente sindical.
Incursionó en el periodismo, pues fundó el diario ‘Marka’. Conoció a Alejandro Romualdo, a Emilio Adolfo Westphalen y Arturo Corcuera, curtidos poetas que se hicieron sus amigos. Abrió un taller de baterías al que llamó ‘El Túngar’, que terminó siendo un punto de reunión para diversos grupos literarios.
Esa mixtura de oficios que ejerció le da a su poesía una crítica social muy marcada, en donde el campesino, el obrero y el migrante son ejes principales. “Mi techo es pequeño/rico de polvo y paja/construido de esteras y otros deshechos inflamables. /Deja pasar los bichos y la lluvia, /deja que se cuele la luz,/ el aire, las chirimachas/y los orines de los gatos. /Soy el dueño de un techo excitante:/puede caerme encima/sin hacerme daño” (‘Techo propio’, en el poemario ‘Rebuzno propio’).
Aunque el poeta ve la muerte como una ‘salvadora’, queda claro que quiere seguir viviendo. Su energía, su voz firme, su humor pícaro así lo demuestra. Tiene un cuaderno en donde anota nombres, fechas y lugares porque ‘estoy perdiendo la memoria’. Ahí también colecciona recortes de modelos voluptuosas en bikinis: “Yo soy admirador de la belleza femenina. Es lo único que nos salva. Nos da felicidad”.
Por algo Rubén Darío decía: ‘La más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores’. Y el poeta revienta en carcajadas. Antes de terminar con la conversación, Leoncio Bueno pide la palabra, dice que quiere dar un consejo: “Sé que el periódico lo leen muchos jóvenes y ahora que estamos a puertas de las elecciones quiero decirles que se cuiden del poder. Teme al poder como a la muerte. El poder mata todos los valores, seas quien seas”, afirma. Y tiene razón. Apago el televisor.