Este Búho, con sus ojazos, vio en televisión cómo se sacaban los trapitos sucios Jefferson Farfán y Melissa Klug. Felizmente, el culebrón parece haber terminado al ponerlos al orden una verdadera jueza de familia y ambos personajes podrán arreglar un asunto totalmente íntimo, como debieron haberlo hecho desde el principio, en privado. Al final, lo que la opinión pública sacó en claro, es que todo el reclamo se reducía exclusivamente a una cuestión de dinero. Pero este columnista siempre debe sacar de lo malo, algo bueno… Esta bronca entre una pareja, que algún día fue feliz y tuvo hijos, y luego se quieren ‘destruir’, me hizo volver a ver una película imperdible para todos aquellos que se quieren divorciar o que están pensando hacerlo.
El filme no es otro que la alucinante ‘La guerra de los Roses’ (1989) dirigida por el sorprendente Danny DeVito. El comienzo es aleccionador. Está el abogado Gavin D’Amato (Danny DeVito) en su estudio frente a un cliente que quiere divorciarse y se permite decirle unas palabras. ‘Antes de iniciar el trámite, quiero que escuche la historia de los esposos Oliver Roses (Michael Douglas) y Barbara Roses (Kathleen Turner). Mi cuota es de 450 dólares la hora. Cuando un hombre que gana 450 dólares la hora quiere decirle algo sin costo, debe escucharlo. Y así comienza la historia de la pareja.
Oliver era un joven de origen clasemediero, que con esfuerzo estudió en Harvard, ella era una gimnasta con protección, bella, inteligente. Se conocieron en una subasta, donde se enfrentaron por comprar un adorno. Ella pujó hasta ganar y eso hizo que se enamoraran y se casaran. La mujer dejó sus estudios y se convirtió en ama de casa y educaba a una pareja de niños. Además, ella lo apoyó en sus estudios en Harvard y luego él escaló hasta convertirse en un abogado estrella de un gran estudio neoyorquino. Allí se mudan a una casa de tres pisos con un inmenso jardín en un barrio residencial. Barbara la remodela. Aparentemente forman una familia feliz, el clásico matrimonio yuppie: jóvenes, guapos, exitosos, con hijos, una gran casa, autos y objetos de valor. Pero el matrimonio, aparentemente feliz, se desmorona cuando los hijos crecen y se tienen que ir a estudiar a una universidad lejana y van a vivir en la residencia estudiantil.
Allí Barbara se da cuenta que Oliver le resulta insoportable, la humilla, la menosprecia, no le da su lugar, se cree superior ¡¡y todavía ronca!! Ella se pone a trabajar y a él le da lo mismo. Cuando accidentalmente el marido mata a la mascota de su mujer, esta intenta asesinarlo encerrándolo en el sauna. Pero después se arrepiente y le sirve el pate que fabrica para el negocio y cuando su esposo acaba, ella le pregunta: ‘¿Te gustó el pate?, lo hice con la carne de tu perro’. Como ninguno quiere renunciar a la casa, la dividen con una línea de brocha gorda. Comienzan a destruir todos los objetos que más aman, poco a poco, brutalmente, sin importar los altísimos costos en moneda. Barbara siempre está un paso adelante y seduce al abogado de Oliver y su mejor amigo D’Amato, para que salga a favor de ella.
Creo que ninguna historia de conflicto conyugal puede ser más brutal y corrosiva, pero aleccionadora, como esta. Barbara Roses, brillante la Turner en este papel, nunca dejará su odio. ¿Había amor detrás? Lo dudo. Perfecto Michael Douglas, quien al final intenta darle una pizca de sentimiento en ese pozo séptico lleno de desprecio, odio, deseo de venganza y sadismo en que se ven envueltos en el epílogo. Brillante Danny DeVito, como el abogado D’Amato, especialista en divorcios que después de ver el trágico final de sus amigos, les recuerda a sus clientes que mejor no se divorcien, porque al fin y al cabo el matrimonio es una sociedad que tiene sus buenos años. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Apago el televisor.
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Este Búho, con sus ojazos, vio en televisión cómo se sacaban los trapitos sucios Jefferson Farfán y Melissa Klug. Felizmente, el culebrón parece haber terminado al ponerlos al orden una verdadera jueza de familia y ambos personajes podrán arreglar un asunto totalmente íntimo, como debieron haberlo hecho desde el principio, en privado. Al final, lo que la opinión pública sacó en claro, es que todo el reclamo se reducía exclusivamente a una cuestión de dinero. Pero este columnista siempre debe sacar de lo malo, algo bueno… Esta bronca entre una pareja, que algún día fue feliz y tuvo hijos, y luego se quieren ‘destruir’, me hizo volver a ver una película imperdible para todos aquellos que se quieren divorciar o que están pensando hacerlo.
El filme no es otro que la alucinante ‘La guerra de los Roses’ (1989) dirigida por el sorprendente Danny DeVito. El comienzo es aleccionador. Está el abogado Gavin D’Amato (Danny DeVito) en su estudio frente a un cliente que quiere divorciarse y se permite decirle unas palabras. ‘Antes de iniciar el trámite, quiero que escuche la historia de los esposos Oliver Roses (Michael Douglas) y Barbara Roses (Kathleen Turner). Mi cuota es de 450 dólares la hora. Cuando un hombre que gana 450 dólares la hora quiere decirle algo sin costo, debe escucharlo. Y así comienza la historia de la pareja.
Oliver era un joven de origen clasemediero, que con esfuerzo estudió en Harvard, ella era una gimnasta con protección, bella, inteligente. Se conocieron en una subasta, donde se enfrentaron por comprar un adorno. Ella pujó hasta ganar y eso hizo que se enamoraran y se casaran. La mujer dejó sus estudios y se convirtió en ama de casa y educaba a una pareja de niños. Además, ella lo apoyó en sus estudios en Harvard y luego él escaló hasta convertirse en un abogado estrella de un gran estudio neoyorquino. Allí se mudan a una casa de tres pisos con un inmenso jardín en un barrio residencial. Barbara la remodela. Aparentemente forman una familia feliz, el clásico matrimonio yuppie: jóvenes, guapos, exitosos, con hijos, una gran casa, autos y objetos de valor. Pero el matrimonio, aparentemente feliz, se desmorona cuando los hijos crecen y se tienen que ir a estudiar a una universidad lejana y van a vivir en la residencia estudiantil.
Allí Barbara se da cuenta que Oliver le resulta insoportable, la humilla, la menosprecia, no le da su lugar, se cree superior ¡¡y todavía ronca!! Ella se pone a trabajar y a él le da lo mismo. Cuando accidentalmente el marido mata a la mascota de su mujer, esta intenta asesinarlo encerrándolo en el sauna. Pero después se arrepiente y le sirve el pate que fabrica para el negocio y cuando su esposo acaba, ella le pregunta: ‘¿Te gustó el pate?, lo hice con la carne de tu perro’. Como ninguno quiere renunciar a la casa, la dividen con una línea de brocha gorda. Comienzan a destruir todos los objetos que más aman, poco a poco, brutalmente, sin importar los altísimos costos en moneda. Barbara siempre está un paso adelante y seduce al abogado de Oliver y su mejor amigo D’Amato, para que salga a favor de ella.
Creo que ninguna historia de conflicto conyugal puede ser más brutal y corrosiva, pero aleccionadora, como esta. Barbara Roses, brillante la Turner en este papel, nunca dejará su odio. ¿Había amor detrás? Lo dudo. Perfecto Michael Douglas, quien al final intenta darle una pizca de sentimiento en ese pozo séptico lleno de desprecio, odio, deseo de venganza y sadismo en que se ven envueltos en el epílogo. Brillante Danny DeVito, como el abogado D’Amato, especialista en divorcios que después de ver el trágico final de sus amigos, les recuerda a sus clientes que mejor no se divorcien, porque al fin y al cabo el matrimonio es una sociedad que tiene sus buenos años. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Apago el televisor.
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