El fotógrafo Gary llegó al restaurante por una carapulcra de chancho con arrocito blanco, salsa criolla y una chicha morada friecita. “María, a diez se elevaron los muertos tras le tendieron a una patrulla militar en la selva de Junín. Fue la manera en que los remanentes de ese grupo criminal nos recordó, a todos los peruanos, que siguen vivos y que continúan en pie de guerra. El ataque a los militares, en la víspera de las elecciones, tiene una fuerte carga simbólica, pues Sendero perpetró el primer atentado de su larga trayectoria criminal el 17 de mayo de 1980, en el poblado ayacuchano de Chuschi.

Allí, robaron el material electoral que iba a ser usado en las primeras elecciones democráticas, luego de duros años de regímenes militares. Tras hurtar los documentos, la columna armada procedió a quemarlos. El último sábado, estos criminales fueron más sangrientos, pues enlutaron a diez familias. Este tipo de ataques nos hace recordar los terribles años de angustia, terror y muerte que el Perú vivió en la década de los 80 y parte de los 90, en los que asesinaron con salvajismo demencial a decenas de miles de personas. La mayoría de jóvenes, que votaron por primera vez en estas elecciones, no tiene ni idea de lo que vivieron sus padres y todo el país en esos años. Para ellos es normal vivir sin terrorismo.

Claro, el gran flagelo de estos años es la delincuencia común que mata, extorsiona, asalta y secuestra. Pero no se compara con lo que vivimos aquellos tiempos. La gente se persignaba antes de salir a trabajar, pues no sabía si regresaría sana y salva. Un coche-bomba con cientos de kilos de dinamita podía estallar en mil pedazos en su centro de labores, en la puerta de un cine, una comisaría, embajada o cualquier tienda, y matar a decenas de personas. Los policías andaban con la pistola en la mano, pues eran asesinados a la vuelta de la esquina. A tantos mataron, aun sin uniforme, que los agentes tuvieron que dejarse el pelo largo para confundir a los terroristas y no ser un blanco tan fácil. Alcaldes y otras autoridades, profesionales y hasta dirigentes vecinales era cruelmente ajusticiados.

En 1992, un comando de aniquilamiento de Sendero mató a balazos a la luchadora social María Elena Moyano cuando se dirigía a una actividad del Vaso de Leche, en Villa El Salvador. Pero no se conformaron con quitarle la vida, sino que colocaron cartuchos de dinamita en su cadáver y lo hicieron volar en mil pedazos. Tenía 33 años y dejaba huérfanos a sus dos pequeños de ocho y diez años, quienes, junto a su papá, tuvieron que huir a España para que no los maten. Eran tiempos demenciales, horrorosos, que jamás deben volver. Por eso, reniego con esos chiquillos, tontos útiles, que salen a las calles a apoyar al Movadef y pedir la libertad de Abimael Guzmán, el más grande asesino del Perú. Esos fanáticos jamás se arrepienten, no lo olviden”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

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