Este Búho se permite reflexionar y contar algunas cosas de mi vida como periodista que recorre la calle desde hace casi 30 años. Me gustaría dedicarle esta columna a los jóvenes, pero sobre todo a esa pléyade de redactores, fotógrafos, camarógrafos y reporteros que andan correteando a los candidatos de las por todo el país. Punto uno: No siempre fui un columnista privilegiado. Hubo un tiempo en que vivía en la Unidad Mirones y, como decía el gran Gabriel García Márquez, era ‘feliz e indocumentado’. Nunca pretendí ser poeta o novelista, simplemente periodista. Era un redactor todo terreno. Odiaba quedarme en la Redacción para seguir las noticias por la televisión. No había internet, celulares ni Laptop. Solo tenía mi espíritu aventurero y mi libretita de apuntes.

Años después leí el libro del chileno Alberto Fuguet, quien escribió ‘El periodismo es como la prostitución, se aprende en la calle’. Ahora ingreso al túnel del tiempo: verano de 1990. Este Búho era un cachorro, decidido a crecer, pero ojo, siempre respetando a los líderes de la manada. El inmenso y rubio director del diario donde trabajaba me dijo con su vozarrón: ‘En esta elección vas a cubrir a Fujimori y Vargas Llosa’. Entre coches bomba de Sendero, asesinatos de heroicos policías, con pan popular y un infame trago llamado ‘Cien fuegos’, se desarrolló esa campaña electoral que un diario norteamericano catalogó como ‘la más sucia en la historia de América Latina’.

Estos ojotes vieron, incluso, cómo sacaron la procesión del Señor de los Milagros en abril para fregar al ‘Chino’. Asistí al penal de Lurigancho, donde Vargas Llosa llevó agua y comida, pero los presos lo rechazaron y gritaban cosas irreproducibles. Años después, en una cebichería de La Punta, el que fuera director del penal después de una caja de cervezas me confesó: ‘Vino a buscarme el hombre fuerte de Agustín Mantilla y me dijo: ‘Si no organizas algo contra Mario, te vas al infierno’’.

‘Muchachos, vayan a la casa del candidato a las 7, solo los que cubren elecciones’, nos dijo luego el cineasta Lucho Llosa, sobrino del escritor. Llegué con Juan Carlos ‘Chino’ Domínguez y la recordada Mónica Newton. Por primera vez nos abrieron la residencia de Barranco. Al ingresar, estaban Mario, Patricia y sus tres hijos. También el cura Harold Griffiths. Vargas Llosa nos dijo: ‘Señores periodistas. Quiero compartir esta ceremonia tan especial con ustedes. Los 25 años de casados por lo religioso, con el gran cura que nos casó’. Era una jugada maestra. El Chino estaba rodeado de evangelistas.

Recuerdo que Lucho Llosa se averiguó quién era el periodista del diario que dirigía el inmenso director. Me llevó a un costado y después de invitarme tres vasotes de pisco sour, me dijo: ‘Dile al gordo que quiero que me haga un guión’. Era un típico mensaje siciliano. Recuerdo que el director del diario había publicado una foto de portada de Mario con Roxana Valdivieso esposa de Lucho Llosa caminando por la playa Pulpos. Nunca me olvidaré que la rubia Newton y el ‘Chino’ Domínguez me sacaron cuando Llosa venía con otro vaso. ‘Vamos, tienes que escribir y parece que te quieren tumbar’, dijo la sapa de Mónica.

En la segunda vuelta, el Chino encendió fuegos en Huaycán y escribí una crónica de cuatro páginas que fue alabada y criticada por mis amigos del diario: ‘Caníbal’ Rocha, Bore Rubio, Ato Bouroncle, Lucía Luiccia y la desquiciante Diana Vega. Todo porque escribí algo como esto: ‘Vamos a Huaycán’ y Mandy, la hermosa corresponsal de la BBC, me preguntó: ‘¿Y como es Huaycán?’ Yo le respondí: ‘No hay palabras, a Huaycán tienes que verlo’. En esas humildes esteras que se erguían en la quebrada agreste, los más pobres del Perú ya habían decidido su voto.

Por eso, la ira de mis amigos, pero no me había equivocado. Al día siguiente, haciendo antesala en la casa del ‘Chino’, al costado del colegio ‘Weberbauer’, de La Molina, salió su jefe de prensa: ‘Amigo, pasa, el ingeniero quiere hablar contigo’. Entré y el futuro presidente me dio efusivamente la mano. ‘Lo felicito, señor. Es una lindísima crónica, la mejor, y supo captar mi mensaje. Quiero que se una al movimiento, sé que usted es medio intelectual. Si gano, se puede ir a una agregaduría cultural a España’. ‘No, gracias, yo voy a seguir siendo periodista’, le respondí. Y ahora puedo decir, casi tres décadas después, que me sigue gustando mi trabajo. La calle es mi hábitat natural. Todo llega por su propio peso. Apago el televisor.

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