Este Búho piensa que todavía puede haber justicia en el país. Aunque tardíamente, el Poder Judicial, en un fallo histórico, acaba de condenar a 22 años de prisión a Vladimiro Montesinos y al que fuera comandante general del Ejército, Nicolás De Bari Hermoza Ríos, además de a dos efectivos subalternos por el homicidio y desaparición de los estudiantes Kenneth Anzualdo, Martín Roca Casas y el catedrático Justiniano Najarro Rúa. Las circunstancias de estas muertes no pueden ser más siniestras y echan más lodo al recuerdo del gobierno fujimorista, que pasó a ser un régimen autoritario y vil desde que ‘disolviera’ el Congreso.
A partir de allí, se usaron los sótanos del local del Servicio de Inteligencia del Ejército, donde reinaba de facto y sin nombramiento Vladimiro Montesinos. Las salas de tortura y de desaparición de detenidos, en hornos especiales, como si estuviésemos en los campos de concentración nazi de Auschwitz, eran los lugares preferidos del ‘Doc’ y Nicolás Hermoza para pasear. Allí no existían fiscales ni jueces. Allí ingresaban los detenidos por los grupos de Inteligencia, a veces, solo por una venganza personal, como el caso del profesor Justiniano Najarro Rúa, a quien detuvieron porque tuvo una disputa en su barrio de San Juan de Miraflores con un vecino que no le gustó el pan de su panadería y lo acusó de terrorista porque trabajó en la Universidad de Huamanga.
En esos hornos, después de torturar y matar a sus víctimas, pobres ciudadanos detenidos extrajudicialmente, cremaban sus cadáveres porque no convenía que aparecieran sus restos. Recomiendo a todos mis lectores ese libro imprescindible, para todo peruano que quiera saber más de la época de horror escondido, que se vivió en ‘las mejores épocas’ del gobierno de Alberto Fujimori: ‘Muerte en el Pentagonito’, del maestro Ricardo Uceda. La Fiscalía pidió 35 años de prisión para los autores materiales, dos miembros del Servicio de Inteligencia que no quisieron comerse el ‘pato’ solos. Reconocieron que Vladimiro Montesinos y Hermoza Ríos visitaban los hornos y ‘aprobaban’ la desaparición de personas.
Esa impecable investigación de Uceda, detalla cómo el ‘Grupo Colina’, liderado por Martin Rivas, entre otros actos criminales, plagió a un espía ecuatoriano y a su cómplice, un militar peruano. El diplomático norteño era un ‘gilerito’ y le gustaba ‘levantar’ chicas en la ‘Calle de las pizzas’. Los del SIN le ‘sembraron’ a una agente que era igualita a Tilsa Lozano. No le costó nada llevarlo a un departamento. Allí estaban esperándolo Rivas, Jesús ‘Kerosene’ Sosa y otros siniestros efectivos que trasladaron al cachondo guayaquileño y a su cómplice peruano, a las mazmorras del ‘Pentagonito’.
Un prófugo Sosa relató al tenaz Uceda, quien lo mantuvo escondido en un sitio caleta, hasta sacarle toda la información, que a él lo apodaban ‘Kerosene’ porque descubrió, en Ayacucho, que con gasolina no se podían incinerar bien los cuerpos, pero con este combustible se calcinaba todo. ¡¡Macabro!! Sin embargo, los asesinatos de los estudiantes Kenneth Anzualdo y Martín Roca ni siquiera se justificaban por razones de ‘defensa nacional’. Como en el caso del ecuatoriano. Fue una simple venganza personal. Ambos estudiantes participaron en una marcha estudiantil por las calles del Callao.
La multitud, al ver que unos individuos sospechosos que no eran periodistas filmaban la marcha, los abordaron y les quitaron los equipos. Eran del Servicio de Inteligencia. Como Kenneth y Roca eran dirigentes, una noche, al mismo estilo de los paramilitares argentinos, los secuestraron. Los angustiados padres indagaron por su paradero en mil y una comisarías. Los jóvenes pasaron a ser ‘desaparecidos’. Pero con la llegada de la democracia, se reabrió el caso y se descubrieron los ‘hornos’ en el ‘Pentagonito’. Los desgraciados dijeron que esos hornos se utilizaban para ‘quemar papelería inservible’. Pero el fiscal desbarató su defensa, al sostener que los papeles se podían incinerar a 200 grados, pero los hornos estaban programados a mil.
Ya en el año 2004, peritos internacionales de la Corte Interamericana de Derechos Humanos encontraron una evidencia que desmoronaba la pueril defensa de los acusados: Se halló un hueso del dedo meñique de Kenneth, que permitió identificarlo. La Corte falló a favor de los deudos de Anzualdo. Pero por fin, ayer, la justicia peruana condenó no solo a los autores materiales, los militares Enrique Nadal Paiva y Enrique Oliveros Pérez, sino también a los ‘cerebros’ de esa maquinaria institucional de aniquilar a presos detenidos extrajudicialmente: Vladimiro Montesinos y Nicolás ‘El general victorioso’ Hermoza Ríos. Los desafortunados estudiantes, por fin, descansarán en paz. Apago el televisor.
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