Este Búho tiene recuerdos nítidos del poeta peruano Luis Hernández (Lima, 1941 - Buenos Aires, 1977). Primeros años de la década del 80. Este columnista perseguía, de muy jovencito, el sueño de sacar una revista sanmarquina. Y lo logramos con ‘La Casona’, con estudiantes de Sociología mayores que yo, como José López Ricci y los hoy esposos Elena Velando y Alfredo Igor García. Creo que fue Elena quien me prestó la antología de la obra de Hernández, reunida por su amigo Nicolás Yerovi quien, con la venia del vate, desde 1975 empezó a reunir sus poemas, escritos en cuadernos ¡que obsequiaba a sus amigos más cercanos!
Esa antología, que salió a la luz en 1978, se denominó ‘Vox horrísona’ y me deslumbró. Además, todo lo que rodeaba al poeta, que era médico de profesión, era misterioso. Después de publicar tres libros: ‘Orillas’ (1961), ‘Charlie Melnik’ (1962) y ‘Constelaciones’ (1965), no volvió a sacar otro libro. No había un solo ‘Lucho’, ‘Luchito’, ‘Peso Welter’ o ‘Billy the Kid’, como lo llamaban. Había varios, si nos atenemos a su amplia producción.
En el convulsionado año de 1978, el mundillo poético nacional sufrió un cataclismo con la obra póstuma de Hernández. Llegaba ‘Luchito’ -de quien algunos pensaban que se había vuelto loco y hospitalizado en Argentina para luego ‘terminar suicidándose’ en 1977, al lanzarse a los rieles de un tren en Buenos Aires- a Lima cual fantasma, para presentar una obra inédita reunida por un leal Yerovi, que encandilaría fundamentalmente a los jóvenes. Una antología recopilada con cucharitas, con retazos de aquí y allá, de los amigos, familiares, libreros y hasta comerciantes.
A todos buscó el director de ‘Monos y Monadas’ para armar el rompecabezas de nuestro Luis Hernández. A finales de los setenta e inicios de los ochenta, los jóvenes leíamos con veneración su poema ‘Dedicatoria’: ‘A todos los prófugos del mundo, a quienes quisieron contemplar el mundo/ a los prófugos y a los físicos puros, a las teorías restringidas y a la generalizada. / A todas las cervezas junto al mar. / A todos los que, en el fondo, tiemblan al ver un guardia. / A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el tiempo hace florecer en el alma’.
En ese primer lustro de los ochenta, Luis Hernández y su ‘Vox horrísona’ eran nuestro poeta y libro de culto, respectivamente. Todos éramos hijos de la segunda edición lanzada en 1983, con dibujos del autor. ¿Se habrá matado de verdad? Hasta se llegó a afirmar que Hernández murió asesinado por la represión argentina en un operativo militar y luego lo lanzaron a los rieles del tren.
Sabíamos que su último gran amor fue Betty Adler, una guapa rubia, por la foto de Hernán Schwarz. Fue gracias al libro ‘La armonía de H’, de Rafael Romero Tassara, fruto de una exhaustiva investigación y publicada por editorial Campodónico en el 2008, que este columnista pudo desentrañar los misterios sobre el poeta que rondaban en mi juventud. Romero contó con el apoyo de los dos hermanos del poeta, el psicoanalista Max y Carlos. Este último le dijo: ‘Publica lo que has encontrado de mi hermano, pero que sea la verdad’. Además, le proporcionaron cartas, fotos y material inédito de ellos como también de sus parientes y amigos cercanos.
Con estas fuentes, Romero Tassara considera descabellada la tesis del supuesto asesinato por fuerzas policiales. Investigó operativos policiales y militares en la fecha del deceso y comprobó que en esa zona no se ordenó ningún operativo. Sobre la tesis del suicidio, sostiene que Hernández ya se había curado de un mal tratamiento en una clínica argentina donde se había internado y faltaban pocos días para regresar a Lima con el pasaje comprado. ¿Por qué habría de suicidarse? Para el biógrafo, se trató de un accidente ferroviario que truncó los deseos de vivir del poeta.
Yerovi conversó con él en el desaparecido bar ‘Marco Antonio’ de Risso. ‘Esa tarde no tomamos nada espirituoso como en otras ocasiones, pero estaba entusiasmado(...). Como amigo te digo, era un gran amante de la vida, y me sorprendió la noticia del suicidio’. En la poesía de Hernández uno encuentra al niño que todos llevamos dentro, con sus dibujos y poemas: ‘Vamos afuera, la lluvia mojará la cara, el traje. / Vamos afuera, saltaremos los charcos, / y al mirar el cielo se nos llenarán lo ojos de agua y de contento’. Apago el televisor.