Este Búho no pudo dejar de emocionarse cuando vio las informaciones y videos de la histórica reunión del elenco de la extraordinaria serie de HBO ‘Los Soprano’, al conmemorarse los ¡¡veinte años su estreno!! Recuerdo que consumía mis madrugadas viendo capítulo tras capítulo, temporada tras temporada, adelantándome por tres lustros a las ahora clásicas ‘maratones’ de los fanáticos de las series de Netflix, porque compraba las series por temporadas donde mi ‘casero’ del mercado de Surquillo, en Ricardo Palma.
Pero a la emoción de ver los rostros de los héroes y antihéroes de la genial saga creada por el productor David Chase, me entró una rabia y me rebelé contra el destino, porque en esa histórica reunión no estaba el protagonista principal, el artista que dio su humanidad, su extraordinario talento, al personaje principal, porque todo giraba en torno a él, el inolvidable mafioso jefe de la familia Soprano de Nueva Jersey, Tony Soprano, o mejor dicho el recordado actor James Gandolfini, muerto inexplicablemente en 2013 de un ataque al corazón, después de una ingesta de mariscos, pastas y tragos. Me pareció curioso que justo cuando en el país asistimos a un tsunami de corrupción, que comprometía a encumbrados personajes de la política peruana, y justo cuando el noticiero anunciaba que en el convenio entre la Fiscalía y los altos funcionarios de Odebrecht se iban a revelar pagos de coimas que involucran a presidentes, en el segmento siguiente vino la noticia de la reunión de mafiosos y corruptos integrantes de la mafia ‘todo terreno’ de Los Soprano.
Y recordé, como si fuera ayer, cuando el periodista César Hildebrandt calificó a un politicastro como el ‘Tony Soprano’ de la política peruana. Y en verdad uno nunca terminará de explicarse cómo un mafioso de marca mayor, como Tony, pudo concitar tanta simpatía. Sería porque Tony era humano, demasiado humano. El jefe de la mafia, cuya fachada era el de ‘reciclaje de basura’, era al mismo tiempo que ladrón, estafador, extorsionador, proxeneta, mujeriego infiel por naturaleza y, sobre todo, asesino, un ‘amoroso’ padre de familia de una niña y un niño, Meadow y Tony Junior, a quienes vimos crecer año tras año y que terminan traumados y rebeldes con causa, cuando descubren que su padre es el jefe de la mafia de su ciudad. No puedo dejar de encontrar similitudes entre los mafiosos de Nueva Jersey que se reunían para planear sus fechorías en el bulín disfrazado de pub y boliche ‘Bada Bing’.
Decía que Tony no solo era humano porque carecía de parámetros morales a la hora de comandar su negocio, sino que sucumbía a sus ataques de ansiedad y trataba de curarse salpicando la escoria de su vida a una connotada psiquiatra, la doctora Melfi (Lorraine Bracco), quien increíblemente siente una irresistible atracción por este ‘monstruo’.
En la reunión por los veinte años estuvieron casi todos. Los hijos Meadow (Jamie-Lynn Sigler) y Tony Junior (Robert Iler), su ‘esposa’ Carmela (Edie Falco), su sobrino Christopher (Michael Imperioli), su consejero Paulie (Tony Sirico), ‘Big Pussy’ Bonpensiero (Vincent Pastore) y el renegón ‘Tío Junior’ (Dominic Chianese), entre otros inolvidables personajes.
Los Soprano, una historia de corrupción, de una clásica familia mafiosa norteamericana. Extorsión, robo, malversación de fondos, planillas fantasmas por obras nunca construidas y lavado de dinero, eran entre otros ‘rubros’, la fuente de ingresos del siniestro Tony Soprano. ¿No es igualito a los casos de varios ‘peces gordos’ hoy investigados por los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez? Apago el televisor.
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