Este Búho lo dice en voz alta: Si alguien me hubiese dicho que este Perú, fervientemente católico y temeroso de Dios, se iba a sumergir en una cuarentena y no habrían misas ni reuniones de fieles en las iglesias el Jueves y Viernes Santo, con el infaltable ‘Sermón de las tres horas’ desde la Catedral, hubiera respondido: ‘Hermanito, estás loco, eso no sucederá ni en la más fantasiosa de las ficciones’. Y hoy me encuentro aquí, en aislamiento e inmovilización social obligatoria, con una ‘Semana Santa’ vía microondas. No hubo Domingo de Ramos, en el que desde niño celebraba en la Parroquia San Pío X, de la Unidad Mirones, y de adulto, cuando acompañaba a mis viejitos a la iglesia ‘Virgen de la Asunción’, en Miraflores.
Atrás quedarían los ramos de olivo bendecidos que llevábamos a nuestras casas para ponerlos atrás de la puerta. En los evangelios, Jesús ingresó a Jerusalén en olor a multitud y la muchedumbre cantaba el ‘Hossana’.
Recuerdo que cuando frisaba los once años se estrenó en el país a película ‘Jesucristo Superstar’, basada en la ópera rock, con la música de Andrew Lloyd Webber y con la letra de Tim Rice. Solo yo me ‘escapé’ de Mirones, tomé micros y me fui al ‘pituco’ cine ‘Orrantia’, en San Isidro, para ver una película que algunos curas reaccionarios tildaban de ‘filme hereje’, porque Judas era negro y presentaba a María Magdalena (grande la cantante hawaiana Ivonne Elliman) enamorada del Mesías. Grande fue mi sorpresa cuando vi curas y monjas en el cine. Esa película la vi más de una decena de veces, pues la banda sonora es extraordinaria. Mientras estaba lejos, en el ‘Orrantia’, en mi barrio, en el mítico cine ‘Mirones’, todos los años, en Semana Santa, proyectaban las mismas películas: ‘Vida, pasión y muerte de Jesús’, ‘Jesús de Nazareth’, ‘El manto sagrado’ y otras. Pero igual los cines se llenaban y la gente lloraba al momento de la crucifixión. Esas películas eran la única ‘distracción’ en esos días de reflexión.
En los canales de televisión, solo habían tres y no existía el cable, transmitían el ‘Sermón de las tres horas’. Era impensable que un niño saliera a montar bicicleta, peor aún a jugar pelota en el parque. ¡¡Eso era pecado!! Pero lo peor era proferir alguna lisura, porque nunca faltaban los chismosos que le iban a contar todo a nuestros padres o a los curas del colegio. Esos sí te jalaban de las patillas o te metían cocachos. Todos respetaban la ‘Semana Santa’. Ni hablar del menú. Pobre del que fuera al mercado a comprar carne o pollo. En la paradita de mi barrio el carnicero Rojas, que rayaba porque la carne escaseaba en esas épocas de gobierno militar, no iba a trabajar. En la panadería vendían el bacalao importado de Noruega, más caro, y en los mercados expendían el más económico pescado salado tipo bacalao, pero era de tollo o caballa.
Mi abuelita Raquel se preparaba un riquísimo picante de bacalao, con pimiento, papa amarilla, cebollita, camaroncitos secos, arverjitas y su arroz graneadito. Hoy el bacalao desapareció de las tiendas y hasta el pescado fresco escasea.
Con las justas conseguí, en el supermercado, un paquete de tilapia congelada. Hoy degustaré un platillo de bíblicos garbanzos con acelga picadita, arrocito graneadito y su filete de tilapia frita. Sé que la mayoría de peruanos también pasaremos una ‘Semana Santa’ atípica, pero con mayor razón para que desde la unidad de nuestros hogares, oremos a ese ser superior en el que creemos, para que nos ayude a vencer a esa pandemia diabólica, iluminando y dándole cordura a todas esas ovejas descarriadas que no quieren acatar el aislamiento y la inmovilización social obligatoria, y quieren convertir la ‘Semana Santa’ en ‘Semana Diabla’. Me quedé corto. Mañana sigo.
Apago el televisor.