Este Búho escribe para sus lectores en este 25 de diciembre. Espero que en la medianoche no hayan salido algunos de sus casas con toda su artillería de artefactos pirotécnicos, mismo George W. Bush cuando ordenó bombardear Bagdad, o mismo Vladimir Putin mandando atacar a la población civil en Siria. Los juegos pirotécnicos de estos tiempos son un peligro mortal.
Mi sobrino me vino a pedir que le consiga los mortales ‘Pokerrata’, esos que se fabrican con pólvora negra comprimida, yeso y clorato de potasio. De puro curioso me di una vuelta por ‘Mesa Redonda’ después de degustar un rico chifa en la calle Paruro y encontré que vendían la ‘Pokerrata’ a vista y paciencia de los inspectores, seguro porque ya se va el ‘Mudo’ Castañeda y no hay ningún control.
Los niños que han perdido una mano manipulando ese mortal explosivo no tuvieron tiempo de soltarlo, pues la mecha no mide ni un centímetro y se consume rápido. Francamente, no entiendo por qué se deben reventar cohetones en Navidad, si se supone que es una celebración religiosa, donde se busca pasar unas horas de reflexión sobre lo que significa el Nacimiento de Jesús para los católicos, que es la religión que profesa la mayoría del país.
Pero no solo los chiquillos, sino los adultos son los principales compradores de los letales ‘Paparrata’, ‘Mamarrata’, ‘Calavera’, ‘Bomba Trueno’, ‘Cohete de Troya’, ‘Cohete Huanuqueño’, ‘Chapana’, ‘Jala Pita’, ‘Chocolate’, ‘Pili Crackers’ y otros. Todos están terminantemente prohibidos.
Ni qué decir de las pobres mascotas, como mi fiel ‘Spony’, al que tengo que darle un sedante y encerrarlo en la lavandería, porque el ruido infernal de las doce de la noche lo aloca.
Otra cosa que me sorprendió, en esta Navidad, es la exagerada oferta de artefactos electrónicos para los infantes de la más tierna edad. Los chiquillos piden smartphones de última generación para estar jugando todo el tiempo y no le dan bola a las pelotas y bicicletas, que antes eran los mejores regalos. Mi hija cumple trece años hoy. Pero por obvias razones celebra su cumpleaños días antes. Hasta los once se los celebré con fiesta infantil en un restaurante de comida rápida, con animadoras, funciones de magia, experimentos, bailes y piñatas, donde los niños comían sus loncheritas con juguetes sorpresa.
Este fin de semana ya no quería nada de eso. Invitó a sus amigos de colegio a ‘Rústica’, en el horario diurno de la discoteca, donde los chiquillos de su edad escuchaban el reggaetón de moda, canciones como ‘Criminal’, ‘Azótala’ y otras por el estilo, mientras comían su pollito, tomaban gaseosa y todos manipulaban sus infaltables smartphones con desesperación.
Los padres los dejaron y se fueron para regresar horas después, ya que los menores no quieren ‘sentirse vigilados’. Y ni se te ocurra meterte y sugerir el clásico de nuestros viejos ¡¡y a bailar!! y se ponían a armar parejas. Si hacía eso, seguro me miraban como un marciano, como diciendo: ‘¿Y este qué hace acá?’. Es mejor permanecer por la sombrita, pagar las cuentas y comprobar que ya pasaron las épocas de ‘Papá lo sabe todo’.
No pude olvidar mis épocas en mis tonos de trece años en la ‘Unidad Mirones’ tomando harta chicha morada, bailando ‘Alboroto en el salón de baile’ de Sweet, ‘El rock de la cárcel’, versión de Elvis Presley o ‘Los Teen Tops’, ‘Al compás del reloj’ de Bill Haley y las músicas movidas como ‘Kukucha kucha’, la Parranda de Panamá, Grease o Bee Gees. Hasta bailábamos música de Santana, James Brown. ¿Cómo nos verían nuestros viejos que eran hinchas de la Sonora Matancera? Me imagino al igual que yo a mi hijita con ese reggaetón de letras ‘mañosonas’. Lo bueno es que se notaba que eran chicos sanos de trece años promedio.
¿Alguno de ellos sería un pretendiente de mi heredera? Porque ya a esa edad, yo tenía mi corazoncito flechadazo en Mirones. Vi que tenía muchos amigos con los que se miraba con esa inocencia de los que recién comienzan a vivir. Nuevos sentimientos con los que no son sus padres y hermanos. Los amigos son importantes en esa edad. Pero me sentí tranquilo, esos son los amigos que deben tener nuestros hijos, de carne y hueso, compañeros del colegio.
Lo peligroso, en estos tiempos, son esos ‘amigos’ y ‘amigas’ que aparecen en las redes y se introducen en los chats juveniles falseando identidades sabe Dios con qué siniestras intenciones. Comprobar que mi hija ya está convirtiéndose en toda una señorita y se divirtió sanamente con sus amigos y amigas, después de un intenso año en un colegio súper exigente, fue mi mejor regalo de Navidad. Les deseo que pasen una feliz Navidad a todos mis fieles lectores. Gracias por siempre estar ahí. Apago el televisor.