’Hay, hermanos, muchísimo que hacer’, diría el vate César Vallejo sobre estos días aciagos que vive nuestro país. Pienso que a veces es bueno recurrir a la poesía para entendernos como humanos, como sociedad y, en definitiva, para entendernos como peruanos.
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Este columnista ha escrito ríos de tinta sobre nuestro poeta más universal, quien ha sido elegido, según una reciente encuesta realizada por Ipsos, como uno de los personajes más admirados por los peruanos en los últimos 200 años. Solo antecedido por Francisco Bolognesi y Miguel Grau.
Varias plumas internacionales se han rendido ante el talento del hijo más ilustre de Santiago de Chuco (La Libertad). Hasta el escritor maldito, Charles Bukowski, le dedicó el siguiente poema: “Es muy difícil encontrar un hombre que escriba poemas que no te decepcionen. Vallejo nunca me decepcionó de esa manera./ Algunos dicen que murió de tanto pasar hambre./ Como sea, sus poemas sobre el terror a estar solo son, en cierto sentido, amables y no gritan./ Estamos cansados de casi todo el arte. Vallejo escribe como un hombre y no como un artista./ Está más allá de nuestro entendimiento./ Me gusta pensar que Vallejo todavía está vivo y caminando por la habitación, encuentro el sonido de sus pasos firmes./ Imponderable”.
EL VERDADERO CÉSAR VALLEJO
A César Vallejo se le ha creado injustamente una imagen de hombre melancólico, taciturno, depresivo, cuando en realidad -según diversos testimonios- era un dandy, un bromista refinado y un bebedor de polendas. Bailaba y disfrutaba la noche como pocos. Sí padeció durante sus primeros años en Europa, a donde llegó muy joven, en 1923, después de vender sus pertenencias, pedir préstamos y cobrar deudas pendientes.
En París inició una nueva vida. Sufrió por el idioma o porque no tenía trabajo fijo y apenas cobraba por los artículos que enviaba a un pequeño diario peruano. Durmió en parques, pasando frío y hambre. Pero allá el poeta cultivó amistad con grandes literatos como Vicente Huidobro, Alejo Carpentier o Pablo Neruda, lo que significó un impulso en su creación.
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Su vida, aunque humilde, también tuvo buenas épocas. Colaboró con diversos medios peruanos y sudamericanos. Ganó una beca importante que luego rechazó.
Relató el escritor Juan Domingo Córdova en su libro ‘César Vallejo del Perú profundo y sacrificado’ que el poeta, junto a su esposa Georgette, se alojaba en hoteles de dos o tres estrellas, solía visitar teatros, conciertos, conferencias y museos de manera constante. Nunca faltó el vino en su despensa.
Tuvo una vida nocturna muy activa y cuando se encendía, arrastraba a sus amigos de café en café hasta las primeras luces del día. Gustaba de bailar en el ‘Gypsy’ o en ‘Les Noctambules’ y nadie lo paraba.
En sus últimos años quiso regresar al Perú, rehacer su vida aquí, hacer una familia, fundar una revista y asentarse en su pueblo natal, Santiago de Chuco, pero ‘los heraldos negros’ lo alcanzaron antes, un 15 de abril de 1938, un día de aguacero, luego de producir poemarios tan sólidos y profundos en lo emocional e intelectual: ‘Los heraldos negros’, ‘Poemas humanos’, ‘España, aparta de mí este cáliz’.
CÉSAR VALLEJO Y SANTIAGO DE CHUCO
En Santiago de Chuco, ciudad a donde viajó este admirador de Vallejo, su legado sigue intacto. Los niños lo declaman con orgullo, las calles llevan los nombres de sus poemas, su casa, en donde vivió hasta los 12 años, fue restaurada y hoy es un museo.
Según los encargados, muchos textos de Vallejo, escritos a mano, se perdieron. Incluso, algunos fueron cambiados por botellas de cerveza. Pero los vestigios y lo que lo inspiró siguen ahí, como el junco y el capulí en el centro del jardín.
A pesar de los años, sus poemas parecen haber sido creados a contrapunto de lo que sucede en estos momentos. ‘Los nueve monstruos’, poema que escribió en plena guerra civil española y pertenece al poemario ‘Poemas humanos’, puede bien recitarse en estos momentos de incertidumbre peruana:
“¡Cómo, hermanos humanos,/ no deciros que ya no puedo y/ ya no puedo con tanto cajón,/ tanto minuto, tanta/ lagartija y tanta/ inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!/ Señor ministro de Salud: ¿qué hacer?/ ¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Nunca el vate estuvo tan vigente. Apago el televisor.
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