Este Búho se sorprende por la anulación del examen de admisión de la cuatricentenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Decana de América. Este columnista no pudo evitar recordar cuando de 16 años recién cumplidos postuló a San Marcos. No era como ahora, que todos los trámites lo haces por internet sin salir de tu casa.
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En ese tiempo tenías que hacerlos personalmente, en la Oficina de Admisión al costado del Congreso. Recuerdo que me acompañó mi viejito Julio, que en paz descanse, a las cinco de la mañana. Todavía a oscuras, había un colón que daba la vuelta y se iba hasta el jirón Amazonas. La gente se había quedado a dormir toda la noche con sus frazadas. Habían muchos que llegaban de provincias. Es que eran pocas las universidades nacionales en el interior y en Lima también.
Además, San Marcos tenía todas las carreras y no se pagaba nada. La Ciudad Universitaria no me era desconocida, vivía en la Unidad Vecinal Mirones, a quince cuadras, y de niño era nuestro lugar de juegos, a donde llegábamos en bicicletas y hacíamos ‘bicicross’ en las rampas del estadio y en la gigantesca huaca, en la que encontrabas telares preincas y huacos rotos. Recuerdo que me tocó dar examen en una zona ‘picante’, un colegio nacional en Santoyo, El Agustino.
Cuando fui a rendir la prueba caminaba con miedo, pero cuando observé en los papeles pegados en los muros los resultados, y vi mi nombre entre los ingresantes, me envalentoné, pero me quedé calladito porque a quienes mostraban euforia o celebraban el ingreso, unos malandros les cortaban el pelo allí nomás de puro palomillas. Los mejores años los pasé en San Marcos y de cachimbo más todavía.
El Búho sobre San Marcos: Nos enseñó a no ser conformistas ni egoístas, sino solidarios
Del saque me dijeron que no podían considerarse sanmarquinos quienes no han ido a una movilización (marchas), no han comido en la ‘muerte lenta’ (el comedor), no se ha movilizado en el ‘burro’ (ómnibus) y no ha tenido una cita amorosa en el estadio, en ese tiempo abandonado. La Ciudad Universitaria tenía muchos ‘elefantes blancos’. El comedor universitario, modernísimo, estaba sin uso, el estadio servía de día y noche como escenario de citas amorosas y pocos hacían deportes. Habían pabellones a medio construir.
Muchas cosas estaban inconclusas, por culpa sobre todo del Estado que la asfixiaba económicamente y por dirigencias estudiantiles ‘ultras’ que querían mantener el claustro cerrado a la confrontación de ideas, a la política nacional. Pese a vivir cerca a la universidad, me iba todos los días con mi mancha mixta de ‘cachimbos’ en el ‘burro’, a la ‘muerte lenta’ del jirón Cangallo, junto a la Facultad de Medicina y la morgue.
El menú era gratuito, con sopa, segundo, pan y leche. Allí abundaban los ‘dobleteros’ de comida, hasta los ‘tripleteros’, que devoraban tres menús. Gracias a San Marcos conocí la realidad del Perú. Mis horizontes musicales se ampliaron, conocí a Víctor Jara, Violeta, Máximo Damián y los danzantes de tijeras, la nueva canción con Tiempo Nuevo y Amaru.
Pero tenía ‘doble vida’, con las guapas ‘Conchito’ -hoy jefa contadora de una oficina estatal- y su amiga, la tentadora Martha, demolíamos las pistas de baile con música disco: Gloria Gaynor, Boney M, Michael Jackson, Village People. Salsa de Oscar de León, Rubén Blades y Willie Colón. ‘Pedro Navaja’ en los tonos con luces de los sábados por la noche, en las facultades de Economía, Admistración o Ingeniería. Allí se nos acolleraba el actor cómico ‘Petipán’ que estudiaba Economía, quien nos invitaba ‘chelas’ y sánguches con tal de bailar con mis amigas.
No todo era vacilón. Tuve la suerte de tener grandes maestros, como César Lévano, Manuel Jesús Orbegozo en periodismo; Raymundo Prado en filosofía; Julio Cotler, Manuel Burga, Aníbal Quijano, Heraclio Bonilla, Rodrigo Montoya, César Germaná en Ciencias Sociales, o Marco Martos, Antonio ‘Toño’ Cisneros en literatura.
Cómo olvidar el Patio de Letras con la presencia de las guapísimas poetisas Mariela Dreyfus, Patricia Alva, Tatiana Berger, Rocío Silva Santisteban. Poco antes de la pandemia llevé a mi hija a que conozca la Ciudad Universitaria y me quedé asombrado. Chicos con sus laptops y tablets estudiando en el mítico Bosque de Letras o hablando por smartphones.
Recordé que para nosotros lo más moderno eran las calculadoras Seiko para el curso de estadística y hacíamos colas kilométricas para llamar por teléfono con una fichas rin. Pero lo más importante es que San Marcos no solo nos dio una carrera. Nos enseñó a no ser conformistas ni egoístas, sino solidarios. Ojalá que en el próximo examen de admisión no haya ninguna irregularidad e ingresen los mejores. Apago el televisor.
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