
Este Búho lee que el estadounidense Aaron Wayne, de 41 años, falleció tras participar en una sesión de ayahuasca, en Iquitos. Estaba en un albergue y los encargados de la ceremonia contaron a la Policía que el extranjero no comunicó que estaba en un tratamiento con antibióticos. Este tema de ‘sanación espiritual’ siempre me ha llamado la atención.
La ayahuasca es un brebaje alucinógeno preparado a partir de lianas y hojas amazónicas. Esto me remonta a los años que nacía un movimiento histórico en la poesía norteamericana, la llamada ‘Generación Beat’, con íconos como Jack Kerouac y Allen Ginsberg como sus ‘gurús’. Este columnista recuerda el legendario poema ‘Aullidos’ de Ginsberg (Newark 1926-Nueva York 1997), una desgarradora radiografía del lado oscuro del ‘sueño americano’ a ritmo de jazz, que comenzaba con una furibunda cachetada a la bonanza de la entonces nación más poderosa del mundo. ‘Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura’, escribía.
Para recitar ese poema desgarrador tuvo que llegar a los tribunales y vencer a la censura norteamericana. Pese a sus excesos, el consumo de diversas drogas y alucinógenos naturales, hongos, cactus, ayahuasca, o la extrema libertad sexual que ejercían, los trabajos literarios de Allen constituyen la obra poética más importante de la segunda parte del siglo pasado. Allen visitó el Perú en 1960, gracias a la invitación del entrañable escritor Sebastián Salazar Bondy, autor de ‘Lima, la horrible’, quien lo conoció en Santiago de Chile.
El artista primero viajó a Cusco donde vivió en éxtasis ocho días en la misma Machu Picchu, gracias a que un cuidador de la ciudadela le prestó su cabaña. Viajó a Lima dos días en un camión lleno de campesinos donde admiró las cumbres nevadas de nuestra cordillera. En Lima, lo que más esperaba el norteamericano era una botella de ‘ayahuasca’, brebaje alucinógeno que le iba a traer de Tingo María un ‘patita’ de la Universidad Católica. Ya en la capital, después de dar un recital en el Instituto Nacional de Cultura del jirón Ocoña, se encerró en el viejo Hotel Comercio y bebió su codiciada botella. Allí vivió un ‘viaje’ alucinante. Los adornos del Palacio de Gobierno vecino, según relató, se convirtieron en diabólicas gárgolas que ingresaban a su cuarto mientras el levitaba desde su cama.
Terminado el ‘viaje’, fue al Bar Cordano donde se encontró con un viejo de barbas raídas y sombrero sucio y doblado. Era el legendario poeta Martín Adán. Lo invitaron a la mesa. En el sombrero de Martín había una arañita. Martín la tiró al suelo y la pisó violentamente. Allen, budista confeso, se escandalizó, pero al final igual le invitó un trago.
Esa mañana, Adán estaba arisco, amargado, producto de una mala resaca. Miró al joven poeta gringo y le espetó: ‘¿Por qué usted escribe porquerías?’. Fueron momentos tensos que las cantidades navegables de licor apaciguaron. Luego, según una crónica de El Comercio, se harían amigos y era común verlos tomando anisado y hablando de poesía. La confirmación de que entre Ginsberg y Adán hubo gran amistad, es que el de Newark le dedicó un poema al autor de ‘La casa de cartón’: ‘To an old poet in Peru’ (A un viejo poeta en Perú). Ginsberg tuvo días intensos en el país. Viajó a la selva y en la capital Sebastián Salazar Bondy le presentó a la guapa poeta chilena Raquel Jodorowsky, con quien vivió una relación especial. Según cuenta ella, Allen llegó a proponerle tener un hijo: ‘Fue en la plaza San Martín. Pensé que era una broma, pero me insistió. Me dijo que un hijo entre ambos nacería con alma’.
En su poema ‘Oda a Ginsberg’, Raquel escribió entre algodones rociados con éter: ‘Me dio a oler prometiéndome ver a Dios y no lo vi’.El mítico escritor siempre mantuvo una admiración por la poesía latinoamericana. En una de sus últimas entrevistas confesó ante la pregunta ‘¿qué poetas latinoamericanos lo han influenciado?’: “Un poeta a quien releo mucho es Nicanor Parra. Pero, naturalmente, Pablo Neruda, César Vallejo. También otro poeta peruano, Martín Adán, a quien conocí en Lima y dediqué un poema. Pero el que más me gusta, también peruano, es Carlos Oquendo de Amat, que escribió ‘Cinco metros de poemas’. Murió joven y escribió una poesía muy rara, casi dadaísta o surrealista, pero muy conmovedora y tierna. Siempre he buscado una buena traducción de su obra”. Y lo dijo sin ayahuasca. Apago el televisor.








