Este Búho aún no ha visto la película ‘Hasta que nos volvamos a encontrar’, que protagoniza la actriz Stephanie Cayo y está en los primeros lugares de Netflix. Leo que hay muchas críticas en redes de aquellos que no les gusta nada. Ese es uno de los problemas de las redes, le han dado voz a cualquier idiota y la posibilidad de lanzar basura. Solo he visto el tráiler y veo hermosos paisajes de nuestro país que llamarán la atención de turistas en el mundo entero. Ingreso al túnel del tiempo para recordar los inolvidables viajes que este Búho hizo a la bella tierra del sol.
Más información: El Búho futbolero
La primera vez que pisé Cusco era un jovencito feliz e indocumentado, como diría el gran Gabriel García Márquez. Apenas rozaba la mayoría de edad y luego de varios ‘cachuelitos’ de verano pude juntar dinero para por fin viajar a la ciudadela inca. Motivado por mi querido abuelo, quien decía: ‘Un viaje puede liberarte, quitarte ese peso que te agobia. Un viaje, hijo, cura las heridas del alma y del corazón’, cogí mi mochila, un par de pantalones, polos y me fui. Viajar en bus desde Lima es una prueba de resistencia física que solo aguantan los más recios. Sus 22 o 24 horas de trayecto podrían desanimar a cualquiera, pero bien vale la pena atravesar la cordillera con sus hermosos paisajes, como cuadros de pintura, salpicados por llamas, alpacas y vizcachas, y casitas de adobe solitarias que aparecen cada cierta cantidad de kilómetros. El cielo va cambiando de color mientras el bus, zigzagueante, sube. Un cielo celeste intenso con sus nubes como copos de algodón. Guardo esas imágenes como un tesoro, que durante las eternas cuarentenas evoqué con nostalgia.
El ingreso al Cusco por ese entonces era una fiesta. En cada parada, niños y mujeres subían al bus ofreciendo sus mejores productos: queso con cancha, pan chapla, choclos tiernitos, chicharrones de alpaca y la riquísima chicha de jora. Debido a la pandemia y la reactivación progresiva del turismo, se puede encontrar paquetes turísticos a muy bajo costo para conocer la ciudad imperial. El viaje que se hacía a Machu Picchu era similar, entonces no existían esos trenes de lujo con mozos en corbata michi que sirven whisky y champán. Uno viajaba en añejos vagones con asientos de madera, con mamitas que transportaban sus carneros o gallinas hasta sus chacras. Era jovencísimo cuando mis ojazos apreciaron por primera vez las ruinas de Machu Picchu, una construcción de piedra hecha a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Luego pude volver varias veces. La última fue un mes antes de que el maldito virus llegara al país, en 2020, y decretaran cuarentena general por la pandemia del coronavirus.
En aquella oportunidad fui con dos bellas amigas. El de entonces fue un viaje más tranquilo, con las comodidades que mi edad exigía. Gracias a la tecnología pudimos alquilar un minidepartamento, que fue más económico y cómodo que un hotel. Vi una ciudad más cosmopolita, con hoteles, restaurantes, bares y discos de lujo. Las agencias de turismo, cuales fueran, cumplían altos estándares de calidad. Así que, sea el más económico o lujoso, siempre terminaba siendo una grata experiencia para el viajero. Para visitar ruinas dentro de la ciudad no se necesitaban guías, sino un celular inteligente con Internet. Ahora se puede pasear en cuatrimotos, hacer parapente y hace algunos años inauguraron un sofisticado hotel enclavado en un acantilado, al que solo se llegaba escalando. Los turistas nacionales y extranjeros cada vez son más exigentes y detallistas, y los cusqueños han sabido colmar sus expectativas con creces.
No existe, al menos yo no conozco, visitante que haya retornado desilusionado. En esa ocasión también visité Machu Picchu y, como si hubiera sido la primera vez, quedé nuevamente impresionado ante su majestuosidad. Conocer esta ciudadela debería ser una obligación cívica. Allí uno aprende que nuestros antepasados fueron excepcionales, que labraron la piedra con precisión de cirujano, que convirtieron una montaña inhóspita en una ciudad moderna para su época. Fue una sociedad bien constituida, con jerarquías establecidas y respetadas. Aprovecharon el sol, la luna, el viento, el agua, para sus rituales religiosos y para su principal actividad de subsistencia: la agricultura. Cusco siempre será una ciudad para regresar. Apago el televisor.
MÁS INFORMACIÓN:
- Pedro Castillo, Bruno Pacheco y Alberto Fujimori en Radiografía política
- Alberto Fujimori y las marchas
- El Búho futbolero