Este Búho se considera un viejo periodista. Salgo tarde de la Redacción, llego a mi casa a la medianoche, me fumo un cigarro y cuando no tengo sueño leo o hago zapping por las diversas plataformas de streaming. A veces no encuentro nada atractivo y vuelvo a películas que están en mi mente o corazón. ‘The Post’ o ‘Los papeles del Pentágono’ (2017) es un sublime homenaje al periodismo de las épocas gloriosas, en que los directores, editores, jefes y reporteros se enfrentaban en una batalla desigual, como David y Goliat, al poder y sus tentáculos con las armas de la investigación, verdad y cojones... ¡y salen victoriosos!
El laureado director Steven Spielberg busca recrear esa época de inicios de los setenta, en redacciones con gigantes máquinas de escribir, impresiones en linotipos, periodistas en camisas con mangas remangadas y corbatas.
Cuenta la historia de la propietaria del periódico Washington Post, la mítica Katharine Graham (extraordinaria Meryl Streep) y su director jefe Benjamin ‘Ben’ Bradlee (notable Tom Hanks) junto a un grupo de ‘tigres’ de la redacción que trabajaba una historia que podía traer inimaginables consecuencias para el gobierno y para el periódico.
Y en el ‘lado oscuro’ está el presidente Richard Nixon, quien siniestramente aparece entre las sombras de la Casa Blanca dando directivas a los órganos de poder para que estrangulen a todo periodista y periódico que se atreva a revelar que el gobierno engañó al pueblo con respecto a la guerra de Vietnam.
La trama de ‘Los papeles del Pentágono’
La trama se centra en el año 1971. La guerra en Vietnam continúa y el discurso ‘oficial’ es que los Estados Unidos y sus aliados vietnamitas están a punto de acabar con los ‘comunistas del Vietcong’. Pero la verdad es distinta, y la recogió Robert McNamara, secretario de Defensa de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson, al mandar a elaborar un voluminoso estudio sobre el conflicto durante los años en que estuvo en el cargo: 1961-1968. ‘La guerra de Vietnam es una guerra perdida’, era la conclusión final.
¿Por qué entonces seguían enviando a miles de jóvenes soldados a morir en el infierno asiático? Las copias del informe fueron entregadas a los periodistas del influyente New York Times. Sus directivos calificaron el material como una ‘bomba’ y lanzaron una edición donde solo publicaron una ‘carnecita’ de los ‘papeles’ que demostraban la farsa.
Automáticamente, miles de norteamericanos salen a protestar y a exigir el fin de la guerra. El presidente Richard Nixon ordena a las cortes de justicia que prohíban que siga publicando los documentos, con amenaza de cerrarlo y encarcelar a los periodistas ‘por atentar contra la seguridad nacional’.
Para Bradlee, el director del Washington Post, que estaba descolocado y sin primicias, la censura a los neoyorquinos ‘nos devuelve al juego’ y ordena que busquen esos papeles a como dé lugar. Cuando consigue los documentos decide publicarlos al día siguiente.
Aquí es donde crece la imagen de Katharine Graham, la propietaria del diario capitalino. En ese año, 1971, el periódico Post, que andaba a la sombra del New York Times, había lanzado a la bolsa de valores acciones que dieron una solvencia económica importante, pues ingresaron poderosos inversores.
A todos ellos los llamaron Nixon y sus esbirros para ordenarles que pongan a Graham entre la espada y la pared. ‘Si no ordenas que tus periodistas dejen de publicar los documentos del Pentágono, tus principales inversionistas se retirarán y te irás a la quiebra’.
Pero no solo era presión económica. En casa de Katharine eran ‘caseritos’ los fiscales, gobernadores, banqueros e industriales, quienes despreciaban las denuncias de los periodistas de investigación. La emplazaron a tomar partido: ‘Tú eres una de nosotros, Kay, no les hagas caso a esos payasos resentidos de tus periodistas’.
Fueron horas desesperadas, pero la Graham optó por defender a su público, a la población que debía estar informada. ¿Quién no había perdido un hijo, hermano, novio, familiar, en la guerra de Vietnam? Tenían derecho a saber la canallada de los presidentes. ‘¡Publíquenla!’, bramó ante las protestas de sus consejeros.
‘Yo, por si no lo saben, soy la dueña del periódico’. Y con mucha dignidad afrontó el juicio que el gobierno les hizo a los responsables del Washington Post y el New York Times. Para rabia de los periodistas neoyorquinos, un periodiquito de las ligas menores estaba a su nivel. Al final, la Gran Corte falló a favor de los periódicos.
El juez que la presidía sentenció: ‘La prensa está en el deber de informar y defender los derechos de los gobernados y no del gobernante’. Katharine Graham ganaría después el premio Pulitzer por sus memorias.
La gran dama dejó un ejemplo de cómo debe comportarse un propietario de un medio de comunicación: ella renunció a sus amiguitos, a las mieles del poder, para mantener independiente su línea editorial y defender la libertad de informar y apoyó decididamente a esos periodistas con mayúsculas que llevaron a su periódico a ser leyenda.
Un año después le darían el puntillazo final al presidente Richard Nixon, quien tuvo que renunciar por el destape del Post sobre el caso Watergate. ‘The Post’ es una inolvidable lección conjunta para toda esa indescriptible familia disfuncional que se llama periódico. Pero esencialmente un homenaje a esos valientes periodistas. Apago el televisor.
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