Este Búho cumplió ayer con participar en el Simulacro de Sismo a nivel nacional y tomé con mucha seriedad las disposiciones de Defensa Civil, no como algunos ‘conductores’ matutinos que se carcajeaban en vivo durante el simulacro. Es que la ignorancia es atrevida.
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Los sismólogos del Instituto Geofísico del Perú han sido claros: Lima puede ser el epicentro de un terremoto que puede llegar a tener una magnitud de más de 8 grados en la escala de Richter y semejante movimiento telúrico podría ocasionar miles de muertos. Esto no es cosa de juego, en la capital hay miles de casas apostadas en las faldas de cerros, construidas sin columnas, totalmente precarias. Durante el simulacro recordaba que de muy niño viví los grandes terremotos que azotaron al país.
Pero el peor fue el poderoso sismo de 1970, que destruyó el Callejón de Huaylas y provocó un aluvión que desapareció la ciudad de Yungay. Se calcularon más de 70 mil muertos. Ese castigo de la naturaleza se produjo un domingo, con las familias reunidas en casa a las tres de la tarde, pues aquel 31 de mayo de ese año pasaron por televisión, a la una de la tarde, la inauguración del Mundial de México con el partido entre el anfitrión y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Recuerdo cómo se movían los edificios de la Unidad Vecinal Mirones, de derecha a izquierda, parecía que se iban a caer pero eran antisísmicos. Mi viejito ordenó ‘¡nadie sale a bajar las escaleras, todos a las columnas, ya va a pasar!’. Los arriesgados que bajaron a la volada al primer piso -estábamos en el cuarto- se caían en el tumulto y hubo varios fracturados.
Pasado el movimiento telúrico, nos quedamos en el Parque de la Amistad, abrazados, porque las replicas no cesaban y nadie quería subir a sus casas. Todos gritaban esa frase de moda ‘¡Aplaca tu ira, Señor!’, que fue portada de un tabloide de la época.
En mi mente están las decenas de casas con sus vidrios rotos. Regresamos y nos metimos a la cama de nuestros padres y en el tremendo televisor Andrea veíamos al recordado Humberto Martínez Morosini, del noticiero ‘El Panamericano’, quien daba las primeras informaciones. Escuchaba nombres extraños: ‘Callejón de Huaylas’, ‘Yungay’, ‘aluvión’.
El Búho: Ante un terremoto solo nos queda la prevención
Las comunicaciones habían colapsado en la zona del desastre. No había electricidad en todo el Callejón de Huaylas y hasta en Chimbote, de donde provenían las noticias del interior del Callejón: Caraz, Huaraz, pero de Yungay nadie informaba nada. Vivíamos, como ahora, la euforia mundialista, la de México, la selección peruana se aprestaba a jugar el 2 de junio su primer partido ante Bulgaria.
La tarde del debut, jugando con camiseta roja y un crespón negro, los muchachos estaban desmoralizados. A don ‘Pepe’ Brandariz, jefe de equipo, se le ocurrió una idea. Llenó de tierra el jardín del estadio de León y antes de que salgan a la cancha les gritó: ‘¡¡Esta es tierra que acaba de llegar de Perú!!’. Los jugadores la besaron, se la pasaron por la cara, alguno hasta probó un poco y, como por encanto, salieron renovados y ganamos 3 a 2.
En Lima, periodistas como el recordado Javier Ascue, de ‘El Comercio’, con 25 años, y su fotógrafo José Michilot se aventuraron a ir al lugar del epicentro. Primero llegaron a una Chimbote dañada. Allí les dijeron que todo el Callejón de Huaylas estaba destruido. No había ningún camino y fueron los primeros hombres de prensa en llegar a Yungay, desde Casma, caminando días, cruzando la helada cordillera.
Sus testimonios gráficos de Huaraz, la primera ciudad a la que llegaron, fueron desgarradores. Pero aún les faltaba ver lo peor. Seguramente los intrépidos Ascue y Michilot se encontraron a un jovencito futuro actor, Rodolfo Carrión, ‘Felpudini’, en aquella ciudad que parecía que le había caído una bomba atómica y con nubes de polvo que no permitían ver nada.
El carismático ‘Robin’ vivió en carne propia el terremoto en su epicentro, su ciudad natal Huaraz, y recuerda aquella tarde trágica: ‘A las tres de ese día estaba duchándome porque tenía ensayo con mi grupo de teatro de aficionados. De un momento a otro todo comenzó a desmoronarse, las losetas se reventaron, entonces salí corriendo a un patio grande donde había una intensidad de polvo.
Estaba desnudo. Mi amigo Marco Rodríguez me dio ropa para vestirme. Cuando empezamos a avanzar escuchamos a personas enterradas pidiendo auxilio, escarbábamos para rescatarlas. Lamentablemente, a mi enamorada no pude salvarla, tuve que llevarla en mi hombro hasta el cementerio’. Terribles historias. Ante un terremoto solo nos queda la prevención. Apago el televisor.
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