Este Búho lee una noticia que capta su atención. Milán, una de las principales ciudades de Italia, acaba de promulgar una ley que prohíbe fumar en espacios públicos, incluso en la calle. Estoy seguro de que esta medida que ya está vigente generará protestas por ‘atentar contra la libertad individual’. A ello se suma una contundente investigación del University College of London que revela que cada cigarrillo fumado reduce, en promedio, 20 minutos de vida a los fumadores.
En concreto, 17 minutos a los hombres y 22 minutos a las mujeres. El estudio revela que las personas que fuman durante toda su vida pierden en promedio diez años de vida en comparación a aquellos que no lo hacen. Me pregunto qué pensaría nuestro genial cuentista, Julio Ramón Ribeyro, a quien ese vicio lo llevó a la tumba. Ese hábito cancerígeno lo conoció muy jovencito, a los 15 años, cuando estaba en el colegio, y solo lo dejó en 1994, cuando murió.
“Si entendemos por vicio a un acto repetitivo, progresivo y pernicioso que nos produce placer”, este lo llevó a cometer actos descabellados: vender sus libros. Durante su peor etapa en Francia, cuando no tenía ni para comer, el escritor solía caminar por las calles más transitadas con los ojos mirando al piso, con la esperanza de encontrar una colilla que pudiera fumar.
Su dependencia era tal que no podía iniciar ninguna actividad sin un pitillo entre los labios. “El fumar se había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida. Fumaba no solo cuando preparaba un examen, sino cuando veía una película, cuando jugaba ajedrez, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía. Mis días estaban así recorridos por un tren de cigarrillos”. Pero fue en los años 70 cuando el escritor sufrió su primera crisis a consecuencia del humo. Según él mismo cuenta, cada día se sentía peor porque tosía con frecuencia, sufría de acidez, fatiga, pérdida de apetito, mareos y padecía de una úlcera estomacal.
Todo esto le generó una hemorragia. Lo internaron varios días. Cuando le dieron de alta, los doctores le prohibieron el cigarro si quería seguir viviendo. Pedido en vano: volvió a fumar ni bien dio un paso fuera del hospital. El pucho y la escritura fueron para Julio Ramón dos actividades complementarias y dependientes una de la otra. Muchos años después, Julio Ramón recayó.
Esta vez le detectaron cáncer al esófago, fue operado y puesto en rehabilitación por un largo período. Bajo una estricta vigilancia médica y de su esposa Alida Cordero, el escritor no tuvo más chance que dejar temporalmente el cigarro. “Al mes estaba tostado, fornido, saludable y diría hasta hermoso. Pero en el fondo, me sentía insatisfecho, desasosegado, por momentos increíblemente triste”.
Una vez recuperado y fuera del hospital, no demoró mucho en encender un pitillo. Su tórrido romance con el tabaco fue inmortalizado en ‘Solo para fumadores’, uno de sus textos más populares. Ya en sus últimos años, el ‘Flaco’ decidió dejar Europa y radicar en Perú, en su departamento barranquino con vista al mar. Ya estaba, más bien, dedicado a compartir con sus amigos, salir a bailar, cantar y pasar el tiempo con su único hijo, Julio Ramón, quien en una entrevista reciente aseguró que si algo bueno tenía que sacar de aquellos años, era que la enfermedad hizo que pasara más tiempo con su padre.
Su hijo inspiró un texto hermoso en ‘Prosas apátridas’ que vale recordar: “Para un padre, el calendario más veraz es su propio hijo. En él, más que en espejos o almanaques, tomamos conciencia de nuestro transcurrir y registramos los síntomas de nuestro deterioro. El diente que le sale es el que perdemos; el centímetro que aumenta, el que nos empequeñecemos; las luces que adquiere, las que en nosotros se extinguen; lo que aprende, lo que olvidamos; y el año que suma, el que se nos sustrae”. El 4 de diciembre de 1994, dos meses después de haber ganado el prestigioso Premio Iberoamericano Juan Rulfo, falleció. Dicen, quienes lo vieron en su ataúd, que cargaba un cigarro en un bolsillo. El ‘Flaco’, nuevamente, se salió con la suya. Apago el televisor.
MÁS INFORMACIÓN:
- Pico Tv: Lo bueno, lo malo y lo horrible del 2024 (II)
- Lo bueno, lo malo y lo horrible del 2024
- A leer Cien años de soledad