Este Búho recibe correos de sus jóvenes lectores. ‘Búho, muchos de nosotros no habíamos nacido y otros éramos muy niños, por eso no recordamos cómo vivían los peruanos en la época del terrorismo de Sendero Luminoso. Continúa escribiendo sobre esa terrible época que padeció el país’.
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Como me debo a mis lectores, ingreso al túnel del tiempo. 1980. Sendero anunció el inicio de su ‘lucha armada’ dinamitando el material electoral y las ánforas de las elecciones presidenciales y congresales del 14 de abril de ese año, en el pueblito de Chuschi, Ayacucho. Pero posteriormente el 26 de diciembre, todo el Perú se preguntó quién es el ‘perro Deng’, porque en varias capitales del Perú, como Lima, Ayacucho, Puno, Huancavelica y Junín, aparecieron animalitos colgados en postes de luz con el cartelito de ¡muera el perro Deng Xiao Ping!
Millones de peruanos no podían saber que los subversivos se referían al líder del Partido Comunista chino, quien había dado un golpe de timón en ese país y había dado una ‘apertura económica’ permitiendo el ingreso de empresas transnacionales norteamericanas y había criticado la maoísta Revolución Cultural.
El baño de sangre que inició Sendero Luminoso
Sendero inició un baño de sangre contra comunidades campesinas que se le opusieron, como en Soras, donde masacraron a 117 campesinos, incluidos mujeres, niños y ancianos. A fines de los ochenta, dejaron la sierra y decidieron dar el ‘salto estratégico a la ciudad’. Lima comenzó a vivir el infierno terrorista que había empezado en Ayacucho. Primero, a lo Pablo Escobar, con matanza de policías a sangre fría, ya sea en mercados, esquinas, a traición, solo para quitarles el arma y desmoralizar a las fuerzas del orden.
Después pasaron a asesinar a dirigentes políticos, como el exministro de Trabajo Orestes Rodríguez, Rodrigo Franco, Felipe Salaverry o al tristemente célebre ‘Búfalo’ Pacheco, al que encima dinamitaron. Del mismo modo, a la lideresa popular de Huaycán, la izquierdista Pascuala Rosado y a la recordada María Elena Moyano.
Con coches bomba y apagones, a finales de los ochenta llegaron a San Marcos, y causaban apagones y se paseaban con antorchas y capuchas a lo Ku Klux Klan cantando su terrorífico himno maoísta: ‘¡Salvo el poder, todo es ilusión. Conquistar los cielos con la fuerza del fusil!’.
Nada comparable en la ciudad, con el horror del atentado de Tarata en 1992, donde un coche bomba voló un edificio en Miraflores y murieron 25 personas y 155 quedaron heridas.
El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) no fue menos sanguinario y da vergüenza ajena que algunos antiguos líderes de esta organización terrorista, que purgaron cárcel, ahora pretendan ‘reciclarse’ y convertirse en ‘conciencia moral del país’ vía Twitter. Los llamados ‘cumpas’, en los ochenta, imitaron a los nazis en su objetivo de ‘limpiar’ la sociedad de elementos que consideraban, en su delirio y su ideología discriminatoria y totalitaria, ‘cochinos’ y ‘lacras’, como ciudadanos integrantes de la comunidad gay, y se dedicaron a exterminarlos.
El 31 de mayo de 1989, la discoteca Las Gardenias de Tarapoto bullía con la canción himno del local, ‘A quién le importa’, de Alaska y Dinarama, y la pista de baile estaba a punto de reventar. De pronto ingresó un comando armado emerretista y sacó violentamente a ocho gays y trans del local y los asesinó a balazos en plena calle.
Días después, en su órgano oficioso de comunicación, el semanario Cambio, asumirían la autoría de la masacre bajo la consigna de ‘limpiar la sociedad’ (sic) con una política de exterminio en donde no se pensaba tolerar más la existencia de las ‘lacras sociales’ (LGTB, delincuentes comunes, soplones, prostitutas, drogadictos) que ‘corrompían a la juventud’ y que no tendrían lugar en el gobierno de ‘nueva democracia’ que impondrían, mientras se hacían ricos realizando millonarios secuestros. El terrorismo es una lacra que debemos exterminar de nuestro país. Apago el televisor.