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San Marcos y el terror de Sendero

El Búho recuerda como era la Universidad San Marcos de sus tiempos
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Andina)

Este Búho ve que por el ingreso con tanquetas de la Policía, lo cual me pareció alharacoso porque al final todos los detenidos, menos uno, terminaron liberados. Pero al margen de ello, veo con gran preocupación cómo hordas terroristas incendian el país, atacan comisarías con explosivos y queman fundos agrícolas en Ica.

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La situación es grave y debe llamársele por su nombre. Pero mis jóvenes lectores me piden que les cuente cómo era San Marcos en mis tiempos. Ingreso al ‘túnel del tiempo’ y recuerdo cuando ingresé a la ‘Decana de América’. En esas épocas no era como ahora, que para inscribirte lo haces por Internet.

En ese entonces llegué a la oficina de admisión a las cuatro de la mañana a hacer la cola y ya había decenas durmiendo en el piso. Y los resultados tampoco te los daban por la Red, sino que tenías que ir al colegio del barrio ‘maleadazo’ donde diste el examen. Uno salía con terror pese a la alegría de saber que ingresó al ver su nombre en la lista pegada en la pared. Eso lo recuerdo como si fuera ayer. Fue en un colegio de Manzanilla, por la avenida Nicolás Ayllón.

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El San Marcos de mi época también era muy diferente. Me acuerdo que los alumnos radicales estaban en ‘guerra’ con el Gobierno porque querían construir un muro para evitar que gente de mal vivir ingresara al campus a robar o a drogarse en el estadio, pero los ‘ultras’ aseguraban que era un ‘cerco carcelario’ para convertirlo en un ‘campo de concentración’.

Ni bien ingresamos nos recibió una huelga del sindicato de trabajadores, cuyos dirigentes radicales eran de Puka Llacta, facción extrema de Patria Roja que luego se iría a Sendero. ¡Increíble! Allí nomás le siguió el sindicato de docentes, igual con una protesta pagada y con dirigentes también ultraizquierdistas.

Solo los profesores conscientes del daño que causaban a los alumnos esas largas paralizaciones dictaban clases en los cafés, en algún salón recóndito de Letras, en sus casas u oficinas, como Rodrigo Montoya, Manuel Burga, Julio Cotler, Antonio Cisneros, Washington Delgado o Saúl Peña, entre otras eminencias.

Los círculos de estudio

En aquellos tiempos de huelga, que duraban meses, se organizaban los llamados ‘círculos de estudio’ y había mucha actividad política. Este columnista vivía cerca de la ‘Ciudad’, en la Unidad Mirones, pero a la hora del almuerzo, con mi manchita de cachimbos nos íbamos en el ‘burro’, ómnibus de la universidad, hasta el jirón Cangallo, a la ‘muerte lenta’ del comedor universitario.

Por más que satanizaban su comida, había un dicho que decía: ‘No se considera sanmarquino quien no ha cumplido tres cosas: ir a la ‘muerte lenta’, haber viajado alguna vez en el ‘burro’ y, la última, la más importante, haber tenido una cita amorosa en el estadio con una compañerita de la universidad’.

Vivíamos en una isla los sanmarquinos de aquella época. No pagábamos por el almuerzo, nos trasladábamos gratis en el ‘burro’ y no abonábamos ni un sol de matrícula. Pero las huelgas ocasionaban que una carrera que se debía terminar en cinco años, la acabaras, con buena suerte, en siete o diez.

Pero todo cambió cuando Sendero Luminoso le declaró su demencial guerra al Estado y a finales de los ochenta pretendió tomar la capital y trasladó sus ‘cuadros’ a San Marcos. Allí los alumnos vivimos una guerra soterrada con los ‘saco largos’, por Sendero, como los llamábamos cachosamente en voz baja porque en ese entonces los maoístas decían: ‘El partido tiene mil ojos y mil oídos’.

Los estudiantes de hoy felizmente no pasaron por ese tiempo de terror, cuando los terroristas provocaban apagones y desfilaban con capuchas similares a las del Ku Klux Klan, con antorchas, cantando ese himno que nos hacía escarapelar el cuerpo: ‘Salvo el poder, todo es ilusión, conquistar los cielos con la fuerza del fusil’.

Muchos fuimos amenazados y tuvimos que exiliarnos. Pero la situación cambió, San Marcos es una de las mejores universidades del país. Como exalumno, deseo que nunca más mi ‘alma mater’ vuelva a vivir esas horas negras del violentismo. Que los cachimbos estudien mucho, cuiden su universidad y la preserven democráticamente y con mente abierta a todas las ideas. Apago el televisor.

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