Este Búho ha escrito ríos de tinta sobre el universal Gabriel García Márquez. Por eso, cuando anunciaron su muerte, un 17 de abril de hace siete años, no pude evitar derramar algunas lágrimas. En estos tiempos, en los que no se pueden realizar ceremonias presenciales, las redes sociales se han convertido en las principales plataformas para rendir homenaje al Premio Nobel colombiano.
Pero hoy me gustaría recordar al gran Gabo desde los ojos de uno de sus mejores amigos, el salsero panameño Rubén Blades. Una amistad cimentada en la fascinación que Gabo tenía por la música de Rubén y la devoción de Rubén por la literatura de Gabo.
Durante un conversatorio en 2015, en Medellín, a pocos meses del fallecimiento del autor de ‘Cien años de soledad’, en el marco del Festival Gabriel García Márquez, el músico recordó su primer encuentro con el escritor. Un encuentro marcado por la parquedad y sobriedad.
“Había una persona que me decía que era muy amigo de Gabo. Esto sucedió antes del premio (Nobel). Este señor, que quería congraciarse conmigo, me decía: ‘Yo conozco a Gabriel García Márquez’. Yo sabía quién era porque había leído sus cosas, ‘La hojarasca’, ‘La mala hora’”, narró el salsero.
“Un día llegué al estudio y el tipo estaba allí. Me dijo: ‘Mira, aquí te tengo a Gabriel. Lo vamos a llamar a tal hora. Él está en París’. Pensaba que, como dicen los colombianos, ‘me estaba mamando gallo’ (tomando el pelo). Me trajo el teléfono y dijo: ‘Gabriel está del otro lado’”. Entonces el panameño rememoró una primera conversación telefónica parca, distante, fría:
“-¿Aló?
-¿Aló?
-Este es Rubén.
-Este es Gabo.
-Qué bien.
-Igual.
-¿Y cómo está?
-Bastante bien. ¿Cómo estás tú?
-Bueno, aquí… bastante bien.
Y en esa vaina nos quedamos. Fue la conversación más monosilábica y corta del mundo”, recordó el cantante, sin sospechar que ese pequeño intercambio de palabras se convertiría en la mecha de una amistad que duró décadas y solo se interrumpió con la muerte del autor de ‘El amor en los tiempos del cólera’.
PEDRO NAVAJA
Los elogios de García Márquez hacia Blades nunca fueron mezquinos. En una columna de opinión de 1982, el colombiano escribió: “Nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navaja”. Y esa canción es, quién podría dudarlo, el tema más popular de Rubén Blades. El que lo lanzó al estrellato e hizo conocido a nivel mundial.
La historia de los últimos minutos de vida de un faite y una prostituta se convirtió en un himno de la salsa que los bravos de las esquinas gozan hasta el llanto. La canción de ¡¡7:25 minutos!! fue, incluso, llevada a la pantalla grande y protagonizada por el galán del momento: Andrés García
Esa misma tarde de 2015 en Medellín, el cantante narró la vez que ‘retó’ al novelista a escribir un cuento y cantarlo. Sorprendido, el colombiano le dijo que eso era imposible, que no se podía hacer un arreglo musical a tan descabellada propuesta. Así nació el tema ‘GDBD’ (Gente despertando bajo dictaduras), la historia de un policía que se alista para salir a realizar sus labores.
Y también evocó aquella vez que hizo escuchar al Nobel uno de sus temas más divertidos. “La canción se llamaba ‘Tú te lo pipí’ y Gabo rio hasta desaparecer los cachetes”, contó Blades. Finalmente, el escritor sugirió cambiarle el nombre y ponerle ‘El tartamudo’, como se le conoce hasta ahora.
Los homenajes de Blades a García Márquez tampoco han sido escasos. En 1987 concretó un proyecto que lo ilusionaba, la producción del disco ‘Agua de luna’, en el que en clave de salsa hace interpretaciones de los primeros cuentos de Gabo. Aunque la crítica ‘especializada’ dio con palo al panameño, este recibió el implacable respaldo del escritor.
Algunos meses antes de aquel conversatorio, en Lima, en la renovada ‘Feria del Hogar’ (Chorrillos), el Gran Estelar estuvo a cargo de Rubén Blades y a mitad de su recital se detuvo para homenajear a su entrañable amigo. Entonó la hermosa canción ‘Ojos de perro azul’ entre lágrimas, con la voz resquebrajada, con la añoranza de esos viejos años en que ambos eran compinches. Esa noche, frente al escenario, bajo una llovizna tímida limeña, entendí que la verdadera amistad, la sincera, atraviesa las barreras del tiempo y el espacio. Apago el televisor.
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