Este Búho continúa cumpliendo su cuarentena y comprendo lo que siente ese león del Parque de las Leyendas que rugía de mañanita y me hacía saltar de la cama cuando le alquilaba un cuartito a mi chochera de la San Marcos, Lil G., que vivía a una cuadra del zoológico. Pero a diferencia de los animales, los seres humanos podemos llevar nuestro encierro viendo tele, escuchando música, conversando, jugando o leyendo.
Yo hago todo eso, pero sobre todo me doy unas horas para leer todos los días. O mejor dicho, releer. Y siempre escojo libros que tengan que ver, de una u otra manera, con la situación atípica, extraordinaria que estamos viviendo los peruanos y millones de seres humanos en el mundo.
Por eso, cuando vi en mis cajas de libros el ‘Robinson Crusoe’, de Daniel Defoe, se me iluminaron los ojos. Esa extraordinaria historia es perfecta para pasar los días de cuarentena. Como no podía ser de otra manera, la primera vez que supe de la historia de Crusoe fue a través de dibujos animados como ‘Popeye el marino’ o el ‘Pato Donald’, donde el pato hacía del náufrago.
Pero luego, en la universidad, pude leer la novela completa, escrita por Defoe (Londres 1660-1731) y publicada en 1719. La obra es alucinante y causó un extraordinario impacto en una sociedad imperialista como la inglesa, que mantenía un comercio dinámico y constante con ultramar.
Los barcos iban y venían de los puertos para llegar hasta las colonias británicas en América, África o Asia. El personaje central, Robinson Crusoe, oriundo de York, se embarca hacía el África pero, como todos sabemos, no solo existía la navegación comercial u oficial, sino también la piratería. Uno de esos barcos de malhechores asaltan y transforman a la tripulación en esclavos.
Pero Crusoe logra escapar gracias al capitán de un barco portugués que lo deposita en Brasil. Allí se mantiene hasta que decide embarcarse en una nave que parte para traer esclavos del África.
Seguramente por dedicarse a tan siniestra práctica, el barco naufraga y encalla en una isla desierta. Robinson es el único sobreviviente. Con las provisiones y restos de la embarcación logra construir un hogar. Su conversión al protestantismo le da fuerzas para soportar el brutal aislamiento, pero este se interrumpe cuando descubre que no está solo, que de cuando en cuando unos indígenas llegan en canoas con prisioneros, a los cuales asesinan y luego asan al fuego para darse macabros festines.
¡¡Eran tribus caníbales!! Robinson, en una de esas incursiones, logra rescatar a un prisionero al que llamará ‘Viernes’, en vista de que fue ese el día en que lo rescató. Mientras leía la novela me daban risa las quejas de mis amigos por ‘Wasap’ o Facebook, por este aislamiento obligado.
¡¡Aislamiento el de Robinson Crusoe, que se pasó 28 años en una isla desierta!! Para no aburrirse, escribía un diario: ‘30 de abril. Habiendo advertido que mi pan disminuía considerablemente, reduje mi ración a una galleta por día, lo cual hice muy a mi pesar’. Pero a medida que pasa el tiempo y se le acaban las provisiones del barco, el náufrago comienza su ardua tarea de adquirir las habilidades de un hombre primitivo, cazando animales salvajes, peces, aves.
Luego da un paso más para domesticar cabras, patos y pichones. Después hasta se convierte en cocinero, porque leyendo el libro me di cuenta de que en el fondo todos tenemos un alma de chef, al menos este columnista sí, porque escribe en su diario: ‘Me ocupé de cocer la tortuga, le encontré sesenta huevos y su carne me pareció entonces la más sabrosa y agradable que había probado en mi vida, no habiendo comido carne, salvo la de cabra y aves, desde que desembarqué en este horrible lugar’.
Más allá de ser un extraordinario libro de aventuras, muchos investigadores han encontrado en él una perfecta radiografía del colonialismo inglés, con toda la ética protestante que esto conlleva, no siente tentaciones sexuales, tiene una visión colonialista de ‘su isla’ y de ‘su esclavo’ ‘Viernes’. Esa ‘ética protestante que permitió el desarrollo capitalista en su colonia americana’. Como reconociera Mario Vargas Llosa, que lee 10 horas en su confinamiento en Madrid, la lectura nos permite salir, volar y burlarnos del enclaustramiento. Todo, al final, está en nuestra mente y en nuestra imaginación. Apago el televisor.