Este Búho les contaba a sus lectores que se sumergió en la lectura de ‘Ribeyro, una vida’, la biografía escrita por el sanmarquino Jorge Coaguila, calificado por el propio Julio Ramón Ribeyro (Santa Beatriz 1929-Lima 1994) como ‘su crítico y biógrafo oficial’.
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El libro nos presenta la vida del autor de ‘La palabra del mudo’ como una gran película, en forma cronológica. Pero los últimos días de Julio Ramón, ahora lo sabemos, fueron de felicidad y agonía, después de luchar 30 años ‘contra el cangrejo’, como irónicamente llamaba a la enfermedad del cáncer. A inicios de 1991 decidió retornar al Perú a residir definitivamente en Lima, adquiriendo un pequeño departamento en Barranco con una excelente vista al mar.
Allí viviría solo, sin su esposa Alida Cordero y su hijo ‘Julito’, director de fotografía con estudios en Londres y Francia. Ambos se quedaron en la lujosa casa de París. Coaguila es el único periodista al que una inaccesible Alida le ha concedido entrevistas. La abordó en París ‘en una visita que hice a su lujosa casa en el 2013′. Julio Ramón regresó solo a la capital y se dedicó a gozar de la vida con sus amigos: Fernando Ampuero, Guillermo Niño de Guzmán, Alonso Cueto, ‘Balo’ Sánchez León y Antonio Cisneros.
Montaban bicicleta desde Miraflores hasta Chorrillos. Hacían varias paradas en casa de amigos donde les ofrecían agua y ‘aliento’ a los cincuentones y sesentones. Cuando pasaban por la casa de la poeta Blanca Varela, ella los atendía con cariño y les puso de sobrenombre ‘los regios’, como se lee en la biografía. También iban a los casinos, a navegar -incluso Julio Ramón estuvo tentado a comprar una lancha-, pero lo más sorprendente es que iban a los salsódromos.
Willy Niño de Guzmán le cuenta a Coaguila que en el antiguo local de ‘El Salonazo’, en Surquillo, estuvo con un grupo de amigos y bailaba la bachata ‘Burbujas de amor’ con la guapa periodista María Laura Rey, quien antes le había hecho una entrevista para la televisión. Ella era casada y su esposo estaba de viaje por trabajo. Cuando vio esa fotografía en la sección de sociales de un diario se enfureció.
El Búho: “Cuando por fin obtenía el tan ansiado reconocimiento literario, este le llegaría tarde, demasiado tarde”
Julio Ramón, a inicios de los noventa, no solo se reencontró con Lima, sino con el amor. Estableció una relación sentimental con Ana Chávez, ‘Anita’, la que diez años después se casaría con su gran amigo Alfredo Bryce. O sea, ese año de 1994 fue uno de los mejores de su vida. Encontró el amor de una mujer que lo comprendía y ganó el importantísimo premio literario Juan Rulfo, dotado de 100 mil dólares. Cuando por fin obtenía el tan ansiado reconocimiento literario, este le llegaría tarde, demasiado tarde.
Antes de enterarse que ganó el premio Juan Rulfo, viajó a Estados Unidos con Ana Chávez. Estuvo en Miami y Nueva York. ‘En Miami comenzó a sentirse muy débil. Debió interrumpir su viaje para volver a la capital. Se hizo un chequeo y descubrieron que había recrudecido el cáncer’, dice Rodolfo Hinostroza (página 531).
El miércoles 9, debido a los altos costos de la clínica privada, fue trasladado al quinto piso del Hospital de Neoplásicas. ‘El cáncer pasó a los huesos de la espalda y las caderas. Había que hacerle aplicaciones de radio. Ya casi no tenía órganos’, le dijo su sobrino, el hijo de su hermano Juan Antonio.
‘En el hospital, Anita tenía que verlo a escondidas. Solo cuando Alida se iba ella podía entrar’, revela Lucy, la ahora viuda de su hermano. ‘Claro -me dice Alida- que Julio Ramón haya vivido seis meses con esta chica. Que le haya hecho creer a ella en el amor infinito, me parece bien. Si mi marido vivió sus últimos días feliz, fantástico’.
-¿Nunca hubo un momento en el que se dijeron: ‘¿Vamos a separarnos?’.
-No, jamás.
-¿Nunca? Se dice que Julio Ramón se quería casar con esa señora...
-Por haber decidido quedarme a vivir en Francia no quiere decir que me estuve separando... Alida siguió con sus confidencias con el biógrafo: ‘Después de muerto Julio Ramón, Lucy (viuda de su hermano) un día vino y me dijo: Mira, la culpa de que Julio Ramón... porque tú sabes que Julio Ramón tiene una amante. Entonces le dije: Mira, la fidelidad es una regla social, pero no una regla biológica’. Lucy le confesó al biógrafo: ‘Lo de Julio con Anita fue increíble. Con ella, su sonrisa era total. Cuando estaba hospitalizado a quien quería ver era a ella, pero estaba Alida’.
En su lecho agonizante el novelista ‘se quejaba, con los ojos húmedos’, de que no disfrutaría el premio Juan Rulfo. ‘Cómo es la vida -le confiesa a Blanca, su enfermera-, nadie sabe para quién trabaja. Tú que eres joven, disfruta la vida. No quiero morir en el hospital’ (pag. 537). Durante su entierro su hermano Juan Antonio y Willy Niño de Guzmán colocaron dentro del ataúd una botella de su apreciado vino Burdeos, enviado por un amigo de París, y varios paquetes de cigarrillos, un sacacorchos y un encendedor.
En la lápida se puso la siguiente inscripción, último texto de ‘Prosas apátridas’: “La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro’. Una biografía imprescindible. Apago el televisor.
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