Este Búho recuerda una frase que lo marcó a fuego durante sus inicios en este hermoso y noble oficio: ‘Muchacho, nunca te doblegues ante los poderosos’. Fue el consejo de un viejo maestro que ya cruzó el umbral de este mundo y que creía firmemente que la labor del periodista era -de manera ineludible- cuestionar y confrontar a los hombres que se creían dueños del país, como políticos, empresarios y otros.
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Lo recordé más que nunca el último lunes, mientras observaba con perplejidad la sentencia que el juez Raúl Jesús Vega dictó contra el periodista Christopher Acosta, autor del libro ‘Plata como cancha’, y Jerónimo Pimentel, director de la editorial Penguin Random House. El fallo, que obliga a Acosta y Pimentel a pagar una reparación civil de 400 mil soles y cumplir una pena de prisión suspendida de dos años, es inaudito e injusto, pero no solo eso, sino que marca un precedente nefasto para quienes ejercemos el periodismo. Y atenta, además, contra el ciudadano peruano, quien tiene derecho irrestricto al acceso de la información.
Para el juez Raúl Jesús Vega recopilar información y transmitirla -tarea básica y elemental de nuestro oficio- es un delito. Así se interpreta su sentencia, pues consideró que 35 de las 55 frases que la defensa de César Acuña citó del libro para iniciar una querella contra Acosta y Pimentel traspasaron ‘los límites de la libertad de expresión’. Pero si uno consulta el libro de Acosta, se dará cuenta de que cada afirmación y cada información plasmada en las 165 páginas de su investigación están documentadas con rigurosidad. La pataleta del empresario trujillano es porque en el libro se refresca, entre tantos casos, las diversas acusaciones que le hicieron por plagio, o la denuncia pública que hizo su exesposa por maltrato y humillaciones.
Rosa Núñez contó en el diario Perú 21 y lo citamos textualmente: ‘Acuña me golpeó, escupió y tiró del segundo piso’. Ella lo dijo e incluso está también el video de ‘Panorama’. Después llegaron a un acuerdo y la mujer no volvió a hablar más. A su vez, revela sus visitas al Servicio de Inteligencia Nacional, liderado entonces por el siniestro Vladimiro Montesinos, que Acuña niega, y sus vanidades de millonario. Algunos de estos casos fueron expuestos públicamente, otros fueron judicializados, pero todos son corroborables.
Esta sentencia, lejos de favorecer al célebre autor de la frase ‘una persona es feliz cuando logra su felicidad’, lo está exponiendo al Perú y el mundo como un enemigo de la democracia, de la libertad, como un político que cree que con dinero puede hacer de este país su chacra. Ahora se entiende su afinidad con Vladimir Cerrón y el profesor Pedro Castillo. Diversos organismos nacionales e internacionales han señalado la sentencia como ‘preocupante’, ‘injusta’, ‘aberrante’, ‘grave’.
Si Acuña tenía pretensiones políticas, pues con este berrinche se ha sepultado solo. El efecto colateral será irremediable para sus aspiraciones presidenciales. Y si quería ‘limpiar su honor’, irónicamente ha logrado lo contrario. Y en cambio, miles de peruanos -llamados por la curiosidad- han acudido a librerías para hacerse del libro de Acosta. Antes de cerrar esta columna, quería citar al viejo reportero español Arturo Pérez-Reverte, quien con total sensatez describe que el miedo de los poderosos es perder la impunidad: “El único freno que conocen el político, el financiero o el notable, cuando llegan a situaciones extremas de poder, es el miedo (…). Miedo del poderoso a perder la influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. Al verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía”.
Por eso, ningún periodista debe doblegarse ante esos personajes que se creen inmunes a los cuestionamientos, y sobre todo cuando tienen hambre de ocupar un cargo público. Apago el televisor.
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