Este Búho escribe esta columna con indignación. El domingo vi el reportaje del empresario huancavelicano Machiavelli Laura Lume, asesinado sin piedad por una banda de secuestradores venezolanos solo porque trató de escapar. Me da rabia y mucha impotencia escuchar llorar a su viuda y decir que ha perdido a su compañero de vida. El delito de este próspero emprendedor fue hacer empresa en este país dominado ahora por sanguinarios criminales que se burlan de las leyes ante la pasividad del gobierno.
¿Así puede salir adelante un país? Me pongo en la sufrida piel también de esos miles de sacrificados padres de familia que se van a trabajar todo el día para poder mantener a sus hijos y darles una buena educación escolar y universitaria, pero hoy ven que su sacrificio lo destruyen en segundos los malditos ‘raqueteros’, miserables delincuentes que no dudan en apretar el gatillo.
En cualquier punto de la ciudad se producen robos y asesinatos. Sea en San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador o Puente Piedra. No solo los estudiantes son víctimas, también pasajeros de cúster y ómnibus, así como cambistas. Además de farmacias, spas, gimnasios, bodegas, grifos, casas de barrios populares, residencias y condominios.
No solo en San Martín de Porres, Callao, sino también en Miraflores y San Isidro, en los mismos centros comerciales. Los malditos ‘marcas’ todos los días emboscan a comerciantes y empresarios que retiran fuertes cantidades en entidades financieras. Están dispuestos a matar a la más mínima resistencia.
En el Callao sigue el baño de sangre con ajustes de cuentas por cupos de construcción civil, extorsiones y guerras entre mafias que controlan el tráfico de drogas en contenedores ‘preñados’ de cocaína.
Los sicarios siguen actuando impunemente y hasta asesinan a mujeres, comerciantes de mercados, por rencillas laborales o enfrentamientos sentimentales. Estos hasta ponen avisos ‘publicitando’ su vil ‘profesión’.
La delincuencia en el país llega a niveles de Colombia y México
Me da pena decirlo, pero la delincuencia en el país está llegando a niveles comparables con la Colombia de los tiempos de Pablo Escobar y México del reino de los cárteles de la droga, como el de Sinaloa o Juárez.
Pero me parece que la violencia que hoy reina impunemente en el país lo abarca todo. Pablo Escobar era una mezcla del ‘Chapo’ Guzmán con Abimael Guzmán. Era el más poderoso narco que inundaba de cocaína a Estados Unidos y cuando el Estado decidió enfrentarlo, el capo le declaró la guerra y desató un baño de sangre con sus coches bomba y atentados con los que instauró el terror, asesinando policías, jueces y políticos.
Pero allí no andaban bandas de criminales en autos por todos los distritos de las ciudades del país, matando a estudiantes, secretarias, madres de familia, gente honrada que regresa de noche de sus trabajos, solo para robarles una mochila o un celular que después lo van a vender a 50 soles en Las Malvinas. ¿Qué clase de locura es esa?
Aquí, en Lima, no estamos seguros ni en San Isidro o Miraflores. No estás seguro ni en un restaurante cinco tenedores o en un chifa de barrio, donde ingresan los delincuentes con revólver en mano para matar por encargo o desvalijar la caja y a los comensales, ¡delante de niños!
Me siento como el personaje de esa extraordinaria cinta de Sidney Lumet: ‘Network, poder que mata’, ganadora del Oscar a la mejor película en 1976. El conductor de un noticiero de TV, Howard Beale (Peter Finch), es despedido por bajo rating. Antes de irse, le dan la oportunidad de decir adiós en vivo. Allí aprovecha y se manda un fulminante discurso criticando las miserias de la sociedad norteamericana, sobre todo en ciudades como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, donde los pandilleros y terroristas hacen de las suyas.
Termina su furibundo mensaje haciendo un llamado a todos los televidentes para que salgan por sus ventanas y griten: ¡¡Estoy más que harto, y no quiero seguir soportándolo!! Increíblemente, se abren todas las ventanas de las grandes ciudades y la gente sale a protestar, en medio de la tormenta, ese grito de indignación e impotencia. El rating se dispara y vuelve a su trabajo.
Así me siento y esta columna también es un grito de protesta de todos los ciudadanos. ¡¡Estamos más que hartos, y no queremos seguir soportando esta desbocada espiral de violencia delincuencial!! Apago el televisor.