Este Búho dedica parte de su tiempo en este ‘aislamiento obligatorio’ a ‘bucear’ por distintos canales de información nacional e internacional. La globalización, internet, permiten a los periodistas poder acceder, aparte de las páginas independientes, a webs de los mejores diarios del mundo de habla hispana. ‘El País’ o ‘El Mundo’ de España; ‘Clarín’, ‘La Nación’ o ‘Página 12’ de Argentina; ‘El Espectador’ de Colombia; y ‘Excélsior’ o ‘La Reforma’ de México. Y si se sabe inglés, ‘The Washington Post’ o ‘The New York Times’ de Estados Unidos, o los británicos, como el implacable ‘The Guardian’ y para quienes están atentos a los escándalos, como este columnista, los incendiarios ‘Daily Mail’ o ‘The Sun’.

Pero no siempre los escribas y los simples mortales podían conectarse con las noticias mundiales desde una computadora o un smartphone. De niño, gracias a mi tío Kike, pude conocer revistas extranjeras de deportes, las legendarias ‘El Gráfico’ y ‘Goles’. Allí leíamos las hazañas de los equipos peruanos cuando se enfrentaban a los argentinos. Aprendí a valorar otros puntos de vista, otra manera de enfocar y redactar el periodismo deportivo, en crónicas de ‘El Veco’ y de otras grandes plumas. Demás está decir que coleccionaba esas revistas y recortaba las mejores fotos y artículos. Sin saberlo, a los diez u once años, ya tenía el ‘bichito’ del periodismo. Los periodistas estamos obligados a conocer lo que informan los principales medios del mundo y se puede hacer con solo mover algunas teclas.

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El visionario Marshall McLuhan, si reviviera, estaría maravillado al ver hasta donde llegó su ‘aldea global’, la que describía en su imprescindible libro ‘La Galaxia Gutenberg’. Y, sobre todo, con respecto al coronavirus, los grandes medios contrataron traductores del mandarín para ingresar a las páginas digitales de los medios chinos y traducir los mensajes de audio, video e impresos de los heroicos blogueros y periodistas independientes que burlan la censura del gigante comunista que no respeta la libertad de expresión.

Justamente, la semana pasada, me encontré con un impactante informe sobre el Perú del diario ‘Clarín’ de Argentina, titulado: ‘La gente muere en sus casas y venezolanos van a recoger los cuerpos’. Evidentemente, los periodistas argentinos no creyeron el discurso que parece una letanía de cantaleta del presidente Vizcarra, que siempre dice ‘sobran camas UCI’. ¡¡Por favor!! Pero los gauchos prefirieron seguir la ruta de los muertos por el Covid-19. Y no fueron a la morgue de los hospitales, llegaron a la funeraria contratada por el Estado para recoger a todos esos infortunados compatriotas que, por terribles e injustas razones, murieron solos y abandonados en sus casas, al ser rechazados de los hospitales públicos por razones burocráticas inhumanas.

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Como el caso de Faustino López, un jardinero de 68 años que se quedó solo, porque su esposa de 60 fue internada por estar contagiada. A los días, el anciano comenzó a tener los peores síntomas, sobre todo, los ahogos. No esperó que lleguen sus dos hijos casados. Desesperado fue a un hospital del Estado -según le relató a sus hijos por teléfono antes de tomar una dolorosísima decisión- y no lo atendieron ‘porque no venía derivado de ninguna posta de su barrio’. Esa traba burocrática hizo que Faustino siguiera contagiando en el microbús repleto que tomó y en el minimarket, donde compró el ácido muriático que bebió en la sala de su casa escuchando huainitos de su tierra. Para asegurarse una muerte rápida, inmediatamente se colgó con un cable de electricidad. Su hijo mayor lo encontró muerto y pese a llamar a las autoridades, nadie llegaba a recoger el cuerpo.

Luego, se hicieron presentes dos hombres que parecían salidos de una película de ciencia ficción, astronautas caminando por la Luna. Se identificaron como trabajadores de la funeraria contratada por el Gobierno para recoger los cadáveres de decenas de limeños que se mueren en sus casas o en la calle. Son los venezolanos, quienes tomaron un trabajo que muchos peruanos rechazaron. Ellos son quienes recorren cerros, barriadas y barrios populares de Lima recogiendo cuerpos que nadie desea tocar, ni siquiera mirar.

Los periodistas argentinos, con un fotógrafo de la prestigiosa agencia France Press, que consignaron las fotografías de los llaneros en pleno macabro trabajo de recolectar cuerpos y recogieron las declaraciones de sus dolidos familiares. Fue la otra cara de la medalla de lo que dice el presidente. Por eso, es imprescindible para el periodista abrir sus horizontes y leer lo que se habla de nuestro país en el extranjero. Nos llevaremos muchas sorpresas. Apago el televisor.

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