
Este Búho se toma un momento para reflexionar sobre estos tiempos recios en los que ejercer el periodismo se ha vuelto casi un delito, porque se le busca reprimir y condenar. Aprovecho que hoy se celebra el Día del Periodista para alzar la voz contra esos infames y turbios personajes que pretenden callar a quienes investigamos y cuestionamos desde nuestras trincheras.
Hace algunas semanas me tomé un cafecito con la colega Karla Ramírez, jefa de la unidad de investigación de Panorama, y recuerdo puntualmente una frase que dijo: “Búho, los corruptos son como los perros porque huelen el miedo”.
Desde las más altas esferas del Gobierno planificaron un atentado contra Karla. ¿Por qué? Estaba pisando callos de políticos y policías chuecos. Lejos de amilanarse, ella continúa con sus destapes. La verdad será incómoda para quienes caminan a hurtadillas y por las sombras.
Pero el periodismo de este país siempre ha enfrentado ataques, de regímenes totalitarios, del insano terrorismo y, ahora, de aprendices de dictadorzuelos que se creen intocables y todopoderosos.
Era muchachito cuando le entregué mi cuerpo y alma a este oficio. Corría detrás de la noticia con una libreta y un lapicero en la mano, para luego plantarme frente a mi máquina de escribir y reventar con mis dedos índices el teclado.
Con la adrenalina del cierre susurrando en la nuca, uno no solo tenía que ser rápido, sino riguroso y responsable con lo que escribía. Así me formé.
Entonces, en las redacciones se vivía la verdadera bohemia. Los editores titulaban las notas con una botella de pisco o ron bajo el brazo. En tanto, el inmenso director, sazonado con whisky, pitaba cigarro tras cigarro mientras armaba las portadas.
La plana de redactores eran poetas o novelistas, unos tipos leídos y cultos que hacían de sus textos unas verdaderas obras de arte. No solo eran implacables con el fondo, sino con la forma. Hoy los tiempos son otros y gracias a la tecnología la información llega a la sociedad en tiempo real. Esa transformación digital fue un reto para los tíos del linotipo.
Tuvimos que correr a la velocidad de las novedades. Primero con la computadora e Internet, luego con los celulares inteligentes y después con las redes sociales. Hoy el periodista que no esté activo en las redes sociales simplemente está condenado a la extinción. La noticia se transmite en vivo y en las salas de redacción hay un equipo especial que se encarga de TikTok, Instagram, Facebook o X.
Nuevas especializaciones han aparecido en las universidades: community manager, creadores de contenido, entre otros. Pero esa masificación de información también trajo un huaico de noticias falsas, ‘fake news’, que se dispersan por la red como pólvora y son tan peligrosas como las balas de un sicario.
A pesar de eso, la esencia de ese periodismo imparcial, incisivo, obsesionado con la verdad, sigue en pie, dando lucha. Ese periodismo con principios, terco, valiente, que se enfrenta a los poderosos a pesar de las amenazas de muerte, permanece inquebrantable como un roble. No importa dónde, importa cómo es que se hace. Si un muchachito que acaba de ingresar a un medio de comunicación me pidiera un consejo, pues le diría que ejerza este oficio con la razón, el corazón y las tripas. Apago el televisor.
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