Este Búho sufre de insomnio. Estuve pegado a las transmisiones televisivas de los Juegos Olímpicos de París con mis ojazos madrugadores bien abiertos. Me di un verdadero banquete. Una lástima lo de Cristhian Pacheco, quien tuvo que abandonar la maratón en el kilómetro 15. Pero soy de los que apoya a los atletas peruanos. Es muy fácil opinar por las redes y no saben los esfuerzos que hacen los deportistas en el Perú.
Cuando no estoy frente a la pantalla, rebusco en mi biblioteca por algunas ‘joyitas’. Una novela gorda, pero que devoré en un día, misma maratón de Netflix, fue ‘Papillon’. Recordé cómo descubrí el libro escrito por Henri Charriere (Saint Étienne de Lugdares 1906-Madrid 1973) en la casa de mi tío ‘Kike’ Marca, en ese entonces estudiante de Derecho, que tenía de todo, libros clásicos y ‘bestsellers’; algunos me marcarían como ‘El padrino’, ‘El exorcista’ y ‘Papillon’.
Leí esta obra del francés a los doce años, casi al mismo tiempo que el drama carcelario del gran José María Arguedas, ‘El Sexto’. Pero pese a que ambas tenían como tema principal la cárcel, en el caso del peruano era una historia presidiaria con alto contenido político. La novela del europeo era diferente.
La historia de Papillon
El protagonista de 25 años era un delincuente común, conocido en los bajos fondos como un ‘chulo’, guapo, avezado, con ‘jale’ con las chicas a las que mandaba a ‘trabajar’, y fue acusado de asesinar a un proxeneta, crimen del que siempre se declaró inocente.
En esos años, un asesinato de tal calibre significaba la guillotina o una cadena perpetua en las infrahumanas cárceles de las colonias francesas en el Caribe, donde solo uno de cada mil regresaba a Francia.
‘Papillon’, apodado así porque tenía tatuada una mariposa (papillon, en francés), desde el barco que lo llevaba a las islas tiene que defender literalmente su trasero, pues todos los presos llevaban ‘estuches’ de dinero introducidos en ese lugar y en la semana que duraba el viaje muchos morían destripados a manos de despiadados asesinos que les robaban sus ‘estuches’ de las tripas.
Louis Dega, reo acusado de un fraude multimillonario, viaja en el convoy de los presos y es la cereza de la torta de los asesinos que saben que su estómago alberga miles de francos. ‘Papillon’ le salva la vida y se hace su amigo. Cuando llegan a la isla, Dega se niega a acompañarlo en su plan de fuga, pues creía que iba a salir rápido, pero cuando se entera de que su abogado y su bella esposa se han convertido en amantes y viven con su dinero, decide aunarse a la aventura del delincuente.
Al final, Dega financia la fuga, pero es ‘carne boba’ y se queda varado. A partir de ahí, ‘Papillon’ recorrerá 2 mil 500 kilómetros de mar caliente y selvas vírgenes para llegar a Trinidad, vivir con unos ingleses bondadosos, terminar en una isla de leprosos asesinos y salir vivo por su increíble sentido de supervivencia. Hasta que recala en la que debió ser su parada final.
Llega a una isla de indios guajiros, donde dos jóvenes hermanas se hacen sus amantes y procrea hijos con ellas. Pero decide marcharse, a pesar de que vivía como rey. Nadie puede detenerlo en su afán de libertad. Todos los lectores nos colocamos en su piel, sufríamos con él tanta ignominia, como la que soportó en la cárcel colombiana de Santa Marta, donde en los calabozos de castigo, cuando subía la marea, las ratas y los bichos marinos se la pasaban mordisqueando a los desesperados presos encadenados, a los que el agua les llegaba hasta el cuello.
Al final lo pescarán por soplos y regresará a ‘La Isla del Diablo’, la peor cárcel francesa en ultramar. La novela es, para mi gusto, impresionante. Los que busquen tecnicismos literarios, favor de abstenerse. Hay ríos de sangre, traición, lealtad, ambición, abuso de poder, sexualidad. Y en 1973 la novela se convertiría en una exitosa película de Hollywood, protagonizada por la megaestrella Steve McQueen como ‘Papillon’ y Dustin Hoffman en el papel de Dega. Lo cual se tradujo en más ventas millonarias del libro que catapultó al autor. Apago el televisor.
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