Este Búho siente una terrible vergüenza ajena al ver el papel de esa guardería maligna de ‘Niños pirañas’ de Acción Popular, que han convertido el Congreso en un maloliente relleno sanitario de corrupción. No entiendo cómo personajes como Darwin Espinoza llegaron al partido que fundara un hombre decente, como lo fue el arquitecto Fernando Belaunde Terry.
No solo en los tiempos en que se vendieron al ladrón y golpista Pedro Castillo y lo ‘blindaron’, a cambio de obras públicas, dinero y puestos de funcionarios para sus familiares y compinches, sino que ahora siguen con sus fechorías. Fue el mismo Darwin que fue elegido como ‘vocero’ de la bancada de la lampa, el parlamentario más cuestionado, investigado por la Fiscalía por ser ‘topo’ castillista y haber hecho lobbies por la controvertida ‘ley del atún’.
Ahora es acusado de utilizar los recursos del Congreso para su propio partido. Es una afrenta a la memoria del dos veces presidente, Fernando Belaunde, político intachable y que vivió y murió de manera decente. “Si renaciera y viera lo que hacen los ‘Niños’ se volvería a morir”, comentaba un curtido cronista parlamentario en los Pasos Perdidos.
Fernando Belaunde Terry
Don Fernando tuvo mala suerte en sus dos gobiernos. Asumió el poder en 1963, encabezando una coalición de la Democracia Cristiana con su partido, Acción Popular, constituido fundamentalmente por alumnos y egresados de la Universidad Nacional de Ingeniería, donde él era un querido y reconocido catedrático progresista.
Contra todo pronóstico, increíblemente derrotó al Partido Aprista del candidato Haya de la Torre y la UNO del dictador Manuel Odría. Estos dos perdedores se aliaron en una coalición contra Belaunde, quien gobernó sin mayoría en el Congreso, porque la alianza Apra-UNO boicoteaba todas las reformas que pretendía implementar.
Llegó al poder gracias a sus promesas de hacer una verdadera ‘reforma agraria’ en la sierra, donde los comuneros vivían en condiciones casi feudales. Los campesinos votaron por el candidato de la lampa, a quien llamaban ‘Wiracocha Belaunde’, como consta en el imprescindible libro de Hugo Neyra, ‘Cuzco, tierra y muerte’.
El arquitecto pasó a la historia como el primer candidato que en su campaña electoral se empecinó en recorrer todas las ciudades y pueblos del Perú. Aun aquellos en los que no había transporte terrestre ni fluvial. Llegaba a caballo y hasta en burro.
En 1956 había logrado inscribir su candidatura a las elecciones presidenciales, en una histórica marcha por el Jirón de la Unión, donde con una bandera en la mano se enfrentó al ‘rochabús’ que lo bañó con agua sucia, en el famoso ‘Manguerazo’. Belaunde, contrariamente a Haya de la Torre, su principal competidor, que era un brillante intelectual, era un constructor, de ahí su célebre frase, mil veces vacilada en los programas cómicos: ‘Vamos al mapa’.
Se obsesionó con una ruta terrestre hacia la selva, su nunca bien valorada carretera Marginal, que llega a Pucallpa, pero que en el proyecto original debía llegar hasta Iquitos. Muchos aseguran que la mejor obra de don Fernando no fue la Marginal, sino la residencial San Felipe, la llamada ‘Manhattan limeña’, una obra ejecutada en su primer gobierno. Las clases medias le deben prender velitas.
No solo continuó la segunda parte de las unidades vecinales del gobierno de Odría, Mirones, Palomino, la del Rímac y Matute, sino que, en su segundo gobierno, construyó las clásicas Torres de San Borja, la de Limatambo, para el pueblo Santa Rosa en el Callao. Siempre fue un constructor, por algo su símbolo era la lampa.
En su segundo gobierno tuvo la mala suerte de enfrentar la insania terrorista de Sendero Luminoso desde el primer día de su mandato. Y en 1983 el Perú sufrió el peor Fenómeno El Niño que se recuerde. Imagínense la terrible crisis económica que soportó.
Pero fue un demócrata a carta cabal que respetó las libertades y un gobernante honesto que murió en su departamentito sanisidrino con su pensión y sin otras propiedades inmobiliarias. Este Búho recuerda haberlo entrevistado en ese ‘depa’ de Camino Real, donde vivía con su inseparable compañera y esposa, Violeta Correa.
Vivió, según definía Max Weber, como debían ser los mejores políticos, aquellos que ‘viven para la política’ y no ‘de la política’, como la mayoría de impresentables congresistas actuales, sobre todo los indignos ‘Niños ratas’, que deben estar prohibidos de mencionar el nombre de Belaunde. Apago el televisor.
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