Álvaro y Mario Vargas Llosa en este recorrido por el jirón Huatica.  (@AlvaroVargasLl)
Álvaro y Mario Vargas Llosa en este recorrido por el jirón Huatica. (@AlvaroVargasLl)

Como bien saben mis lectores, este Búho es admirador de la obra literaria de Nuestro laureado escritor cumplirá en marzo 89 años y junto a su hijo mayor, Alvaro, viene desde hace un tiempo recorriendo lugares del Perú que sirvieron como fuente de inspiración a sus novelas. Precisamente ayer, Alvaro subió en redes una imagen del novelista en el antiguo jirón Huatica, rebautizado como Renovación, en La Victoria. El texto decía: “Paseo (y sonrisa pícara) por el legendario barrio rojo de Lima, donde iban los rijosos cadetes de ‘La ciudad y los perros’. Tantas lunas después ni rastros de aquellas batallas…”.

La verdad es que este lugar inspiró uno de los episodios más recordados de la primera obra de Vargas Llosa, publicada en 1963, donde cuenta cómo los jóvenes vivían sus primeras aventuras sexuales en ese lugar. Quién diría que un año después de publicada, el entonces fundador del Colegio Militar Leoncio Prado, general José del Carmen Marín, anunció que enjuiciaría a Mario por ‘comunista’ y ‘morboso’.

En esas casas de citas de antaño habían mujeres francesas, italianas, chilenas y argentinas. Había pistas de baile y bares bien surtidos o con piso de aserrín para todos los bolsillos; también eran lugar de confluencia de personajes de la bohemia artística, políticos, militares y periodistas.

Uno de los hombres de prensa ‘policiacos’ más célebres de la época, Carlos Ney Barrionuevo, quien fuera el ‘maestro’ literario y en bohemia del quinceañero practicante del diario La Crónica, Mario Vargas Llosa, reveló que el futuro escritor ‘debutó’ sexualmente con una ‘lolita’ del barrio rojo.

“Salíamos de La Crónica rumbo a Huatica, pero como Mario era un chiquillo lo botábamos. Él insistía y se metía en el carro con nosotros. ‘Yo también quiero ir’, dijo y, bueno, nos fuimos todos…”, recordó. Pero con su talento literario, Mario recreó a su manera su precoz debut sexual en un pasaje de su inmortal ‘La ciudad y los perros’ (1963).

“Con un amigo leonciopradino, Víctor Flores, con quien solíamos, los sábados, luego de las maniobras, boxear un rato junto a la piscina, un día nos confesamos que ninguno de los dos nos habíamos acostado con una mujer. Y decidimos que el primer día de salida iríamos a Huatica. Así lo hicimos, un sábado de junio o julio de 1950. El jirón Huatica, en el barrio popular de La Victoria, era la calle de las putas. Los cuartitos se alineaban, uno junto al otro, en ambas veredas, desde la avenida Grau hasta siete u ocho cuadras más abajo.

Las putas, ‘polillas’ se las llamaba, estaban en las ventanitas, mostrándose a la muchedumbre de presuntos clientes que desfilaban, mirándolas, deteniéndose a veces a discutir la tarifa. Una estricta jerarquía regulaba al jirón Huatica, según las cuadras. La más cara, la de las francesas, era la cuarta; luego, hacia la tercera y la quinta, las tarifas declinaban hasta las putas viejas y miserables de la primera, ruinas humanas que se acostaban por dos o tres soles (las de la cuarta cobraban veinte).

Recuerdo muy bien aquel sábado en que con Víctor fuimos, con nuestros veinte soles en el bolsillo, nerviosos y excitados, a vivir la gran experiencia. Fumando como chimeneas para parecer más viejos, subimos y bajamos varias veces la cuadra de las francesas, sin decidirnos a entrar. Por fin, nos dejamos convencer por una mujer muy habladora, de pelos pintados, que sacó medio cuerpo a la calle para llamarnos. Pasó primero Víctor. El cuarto era chiquito y había una cama, un lavador con agua, una bacinica y un foco envuelto en celofán rojo que daba una luz medio sangrienta. La mujer no se desnudó. Se levantó la falda, y viéndome tan confuso, se echó a reír y me preguntó si era la primera vez. Cuando le dije que sí, se puso muy contenta porque, me aseguró, desvirgar a un muchacho traía suerte.

Hizo que me acercara y murmuró algo así como: ‘Ahora tienes tanto miedo, pero después cuánto te va a gustar’. Hablaba un español raro y cuando eso terminó, me dijo que era brasileña. Sintiéndonos unos hombres completos, fuimos luego con Víctor a tomar una cerveza”.

El fin del barrio rojo

¿Cómo desapareció el barrio rojo? Los vecinos de los alrededores estaban hartos de los escándalos de día y de noche. Personajes patibularios, lúmpenes, delincuentes y pichicateros convirtieron la zona en peligrosa y las broncas por mujeres y hasta asesinatos inundaban las páginas policiales de los diarios. No se necesitó que cayera fuego y azufre del cielo, como en Sodoma y Gomorra, para acabar con ese ‘antro de perdición’, como lo calificaban las beatas.

Fue en 1956 cuando el recién electo presidente Manuel Prado Ugarteche escuchó los reclamos de los vecinos y ordenó desalojar las ocho cuadras del jirón en un megaoperativo. Durante décadas había sido el sueño húmedo de miles de adolescentes que perdieron su virginidad en sus ruidosos catres con caricias compradas. Apago el televisor.

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