Este Búho asistió a los homenajes virtuales por los 91 años del nacimiento de nuestro gran cuentista Julio Ramón Ribeyro, quien vio la luz de este cielo limeño el 31 de agosto de 1929. Mis lectores saben que soy hincha del ‘Flaco’. Buceo en sus cuentos, novelas, diarios y demás textos con la misma fascinación que cuando lo descubrí hace ya varias décadas. Mi interés por el autor de ‘La palabra del mudo’ me llevó a husmear en los recuerdos de uno de sus mejores amigos, el escritor Alfredo Bryce Echenique.
Sucedió en el 2016 en Arequipa, a donde llegué como enviado especial de este diario a cubrir uno de los festivales literarios más importantes del país y el mundo: el ‘Hay Festival’. Custodiado por el imponente Misti y agobiado por el sol abrazador de aquellos días, mi objetivo era entrevistar a Bryce Echenique, la estrella del evento. Con la agenda cronometrada hasta el absurdo y chalequeado por su fiel Germán Coronado, logré interceptar a Bryce Echenique ¡¡en dónde más!!, en el lujoso bar del hotel Casa Andina. Eran las diez de la mañana y bebía un vodka tónic. Yo me acerqué cauteloso como un tigre viejo: “Maestro, soy periodista de Trome. ¿Me permite unos minutos?”. Levantó esa mirada de niño sorprendido y me invitó a tomar asiento. En la conversación, que se extendió varios minutos más de lo previsto, hablamos sobre el amor, su infancia, la vejez, el fútbol, la muerte, los libros y sobre su gran y eterno amigo Julio Ramón.
Esa mañana, tal vez movido por su trago favorito, me reveló una anécdota inédita que ambos vivieron en París y que en 2019 plasmaría en sus memorias ‘Permiso para retirarme’: Se encontraban los escritores bebiendo en un bar de la capital francesa cuando entró Alan García, guitarra en mano, a cantar con su voz estruendosa ‘El rey’, ese himno de los machos latinos despechados. “Oye, nada más correcto para un estudiante que ganarse la vida de cualquier forma, en este caso con una guitarra y cantando. Eso es meritorio. Lo que pasó ahí fue que Julio Ramón no tenía monedas y me dijo:
‘Alfredo, ¿tú puedes ponerle monedas?’. Y yo le dije que sí. Y yo le di, en la gorra que pasaba. Alan me miró con odio”. Esa es una de las tantas anécdotas que Julio Ramón Ribeyro y Bryce Echenique compartieron entre copas y amanecidas. Por eso quiero recordar al ‘Flaco’ en palabras de sus mejores amigos, quienes lo conocieron en la intimidad y estuvieron con él hasta sus últimos días. Estas declaraciones pertenecen a una semblanza que realizó el programa ‘Panorama’ una semana después de la muerte de Ribeyro, el 4 de diciembre de 1994.
Guillermo Niño de Guzmán: “Me mandó a llamar tres o cuatro días antes de su muerte. Hizo salir del cuarto del hospital a la enfermera y sus familiares porque quería hablar conmigo en privado. Me dijo: ‘Mira, quiero decir esto ahora que estoy lúcido, porque sé que me voy a morir, pero quiero morirme ya. Quiero morir de una vez porque estoy sufriendo mucho. Lo que quiero es ir a mi casa, descorchar una botella de vino tinto, tomar una copa con los amigos y que un médico me ponga una inyección y morirme de una vez’. Bueno, ya que no pudo tomárselo con los amigos como quiso, sugerí a la familia que se lo pusieran en el ataúd y que se le entierre junto a su cajetilla de cigarros”.
Antonio Cisneros: “Los últimos cuatro veranos fue muy feliz. Conversábamos, montábamos bicicleta, tomábamos unos tragos y comíamos cebiche. Hacíamos incursiones exploratorias por los barrancos, los acantilados, los malecones y también las peñas afroperuanas. Eso le encantaba, la música negra. Últimamente lo reconocían. Lo saludaban”.
Abelardo Sánchez León: “Cuando gana el premio Juan Rulfo todos sentimos una alegría tremenda y la prensa también. Lo que no tuvo mucha difusión fue la entrega del premio, que es casi un cuento de Julio Ramón Ribeyro. Por fin tiene el premio y no puede cobrarlo. Eso lo vuelve peruanísimo a Julio Ramón. Como el gol que fallamos en el minuto 45”.
A pesar de que ya no habita entre nosotros, queda mucho material inédito de Ribeyro. Sus amigos confiesan que hay como para seis tomos de sus memorables diarios personales. Ya dependerá de su viuda y su hijo, dueños de los derechos del escritor, autorizar su publicación. Apago el televisor.