Este Búho se entera de que las celebraciones de la boda del hijo del multimillonario indio Mukesh Ambani se celebraron en un crucero por el Mediterráneo y la colombiana Shakira ofreció un concierto por el que cobró 6 millones de dólares. Este columnista recuerda esos fastuosos viajes de cruceros del siglo pasado con que los millonarios como Aristóteles Onassis y los reyes y reinas del Jet Set internacional, en vez de músicos invitaban a famosos escritores.
Uno de los infaltables en esos viajes era el gran Truman Capote (Nueva Orleans 1924-Los Ángeles 1984). El brillante y polémico escritor que dijo ‘soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio’, llevó una vida convulsionada por los excesos del alcohol, drogas y la promiscuidad sexual.
Tuvo un novio ‘oficial’ por lustros, el escritor Jack Dunphy, quien se refugiaba en Europa mientras Capote iba a cazar ‘puntos’ en los puertos y zonas rojas buscando compañía masculina, de preferencia hispanos y negros, lo que no impidió que dejara para la posteridad algunas de las mejores páginas de la literatura estadounidense, además de revolucionar el concepto del periodismo, de contar los hechos noticiosos con brillantes técnicas de la novela a la que tituló ‘Novela de no ficción’.
Su aprecio por la clase adinerada había llegado a definirlo tanto como su obra escrita, cuya producción se había estancado después de la publicación de su monumental ‘A sangre fría’ en 1966. “Me gustan los ricos”, dijo Capote. “Porque no están siempre tratando de pedirme algo prestado”. En 1975 vendió a la revista ‘Esquire’ un cuento adelanto de su libro ‘Plegarias atendidas’ por 140 mil dólares al cambio de hoy.
La trama transcurría en un exclusivo restaurante de Manhattan, ‘La Cote Basqué’. Lugar donde el novelista solía reunirse con sus ‘cisnes’, bellas y millonarias, a chismosear.
El cuento, titulado justamente ‘La Cote Basqué’, es puro chismorreo maletero y mala leche, y estaba lleno de crueldades sádicas y vulgares contra varias damas de sociedad, amigas o conocidas de Truman.
Hasta el viejo patriarca del clan Kennedy, Joseph, es calificado de ‘violador’ de las amigas de sus hijas sentadas con el protagonista del relato.
Capote había traicionado a sus ‘pinkys’ ricachonas que pensaban que nunca iban a ser consideradas material de trabajo de su menudo engreído. En sus chismes a algunas ni les cambió el nombre y otras eran plenamente identificables. Sus ‘cisnes’, sus más cercanas protectoras, fueron las más enardecidas y afectadas, como Babe Paley, la mujer del presidente de CBS, William Paley, la exmodelo Slim Keith o la esposa del actor Walter Matthau, cuyas identidades apenas se ocultaban.
Algunas mujeres, como la diosa social Gloria Vanderbilt o la devota Oona O’Neil, esposa de Chaplin, hasta colegas como JD Salinger son ‘maleteados’. El costo para él fue incalculable, empezando por su expulsión de un mundo que parecía valorar por encima de todo. Ellas advirtieron que nadie iría a ninguna fiesta si Capote era invitado.
Pero el mayor daño emocional recayó en Ann Woodward, una provinciana meretriz de la época de la Segunda Guerra Mundial, que se casó con un ‘caficho’ al que abandonó para probar fortuna en Nueva York. En un club nocturno de mala muerte conoció a un muchacho inocente a punto de ir a la guerra, al que le hizo un ‘trabajazo’ y prometió esperarlo a su regreso.
El joven inexperto resultó ser heredero de la más rancia familia de banqueros de Nueva York y se empecinó en casarse con ella. Truman relató en la revista, que agotó ediciones, una sórdida historia contada con lenguaje coprolálico contra la ‘prostituta redimida’. Ella era solo una conocida de Capote y a él no le agradaba.
En el otoño de 1955, su marido, que ya tenía pruebas de su pasado (había sido ‘lolita’, era bígama e infiel), le planteó el divorcio, quedarse con los niños y botarla manteniéndola con una pensión para que nunca vuelva a pisar Nueva York. Antes del divorcio, Woodward le disparó mortalmente a su marido en su mansión de Long Island, en medio de la noche, argumentando que pensaba que había entrado un ladrón.
Según Capote, ella lo había asesinado ‘a sangre fría’ y su propia suegra, sabiéndola culpable, la apoyó para amainar el escándalo, pensando en sus nietos. Sus ‘cisnes’ lo volvieron un apestado. Solo le quedaba una amiga, Joanna Carson, aeromoza que fue esposa del famoso presentador de TV Johnny Carson, quien lo llevó a vivir a su casa en Los Ángeles.
Solo y triste aumentó su dependencia de la cocaína, y las pastillas que combinaba con alcohol deterioraron su salud y sus relaciones con los pocos amigos intelectuales que le quedaban, hasta morir en 1984, víctima de un cáncer de hígado. Apago el televisor.
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