Este Búho no cree en las casualidades. Justo estaba releyendo hermosa novela ‘La insoportable levedad del ser’ (1984), del escritor checo Milan Kundera (Brno, 1929) cuando se produjo la invasión rusa a Ucrania. Si los soldados y tanques de Putin triunfan y colocan un gobierno títere de Moscú, seguramente habrán muchos Kunderas ucranianos, que se rebelarán contra el invasor.
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El escritor checo, cuando se produjo la invasión soviética a la entonces Checoslovaquia, en 1968, sufrió los peores vejámenes solo por ser un crítico del gobierno estalinista. En 1979 hasta le quitaron la nacionalidad y desde 1975 se convirtió en un exiliado con residencia en París, donde años después el presidente Francois Mitterrand le otorgó la nacionalidad francesa.
Pero las infamias nunca triunfan. Mientras el muro de Berlín se derrumbó como un castillo de naipes, al igual que todos los satélites de la Unión Soviética, la Checoslovaquia de los ‘comisarios’ que degradaron y humillaron a Kundera también se fue por el desagüe y desapareció. Después de cuarenta años, en boca del embajador de la República Checa en París, se le pidió perdón y le devolvieron la ciudadanía al autor de ‘La broma’ (1967), ‘El libro de la risa y el olvido’ (1980) y la monumental ‘La insoportable levedad del ser’. Milan, al estilo del norteamericano J.D. Salinger, se volvió un escritor casi invisible durante treinta años, sin dar entrevistas, ni hacer apariciones en público. Cuando el embajador checo le entregó el certificado que le devolvía la ciudadanía, tomó el documento, sonrió y solo dijo: ‘Gracias’. Lo acompañaba su fiel esposa Vera.
Pero vayamos al recuerdo de mi encuentro con sus libros en los años maravillosos en San Marcos, cuando no entraba a clases de Estadística por leer en un rincón apartado ‘La insoportable levedad del ser’. Me impactó porque en ese momento este Búho era un jovencito enamorado del amor, pero que todavía, creo, no lo había experimentado en realidad. Y mis lecturas de Vargas Llosa, Kafka o Borges no me hablaban de ese sentimiento, como sí lo hizo Kundera. Hoy tío y con el corazón lleno de cicatrices, este columnista puede comprender ese sentimiento como lo entendió él, en su personaje de Tomás.
El Búho sobre Milan Kundera: Siempre es candidato al premio Nobel
El checo conmocionó al mundo con la historia de un tipo que ama a su esposa, pero no puede controlar un desquiciante deseo de poseer a otras mujeres o tener una amante más intelectual que su pareja. La esposa, Teresa, puede ser más guapa, pero se siente inferior y traicionada. Se sabe engañada, pero no puede dejar de amar e idolatrar a su marido, un tipo culto, de mundo, que se ‘dignó’ a escogerla como esposa a ella, de un nivel cultural muy inferior a él. Lo ama, porque tuvo la piedad de sacarla de un hogar con una madre manipuladora, que hizo todo lo posible para que de niña odie a su padre, que era un hombre bueno. Kundera vivió en carne propia la recordada ‘Primavera de Praga’ en 1968, cuando el socialismo checoslovaco le dio la espalda al comunismo estalinista.
Duró lo que dura una estación como la primavera, pues los tanques rusos invadieron el país y lo sometieron a sangre y fuego para condenarlo a ser otra vez un satélite de Moscú. Milan había sido militante del partido, pero fue expulsado por intentar discrepar y cuando con voz libertaria se opuso a la dictadura de los invasores fue humillado y despedido de su trabajo en la universidad. Además, sus libros fueron prohibidos en las bibliotecas públicas. Fue obligado a huir para salvar el pellejo. Por eso, sus personajes, como Tomás, que en este caso es un cirujano, son totalmente críticos del totalitarismo, sin ser liberales ni derechistas. Para los dogmáticos comisarios del partido, sus obras ‘eran reaccionarias’. Cuando leía la novela, en una San Marcos llena de ultras, me preguntaba ¿por qué el amor podía ser tabú tras la ‘Cortina de Hierro’? El checo escribía en el libro lo que suscribo ahora: ‘El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores’.
Siempre es candidato al premio Nobel, su contribución a las letras universales consiste en que escribe sobre personajes que, ante todo, antepusieron el amor o el sentido del humor en sociedades cerradas, acríticas y aburridas. Los chistes, el humor, están impregnados en la obra del maestro. ‘¿Cómo visitan los rusos a sus amigos? En tanque’, decía. Por esta humorada, en 1968, el escritor Jan Kalima fue condenado a dos años de trabajos forzados en un campo de concentración. A los jóvenes y a los no tanto les recomiendo ‘La broma’ o ‘La insoportable levedad del ser’, retratos de la vida y azares de hombres de carne, hueso, cerebro y sentimiento. Apago el televisor.