
Este Búho se emociona con el merecido homenaje que le realizará la Feria del Libro de Lima al inmenso poeta Leoncio Bueno. El evento será mañana lunes 28 a las 4 de la tarde y, evidentemente, estaré allí. Con el vate me une una gran amistad. A sus 105 años, es un hombre lúcido, con vitalidad, ingenioso y divertido. Hace apenas unos meses conversamos por teléfono y me dijo: “Hermano, visítame en mi casa de Tablada de Lurín, en Villa María del Triunfo. Nos conocemos hace muchas décadas y antes de que la memoria se me nuble, quisiera dejarles un mensaje a los jóvenes”.
Subí a mi carrito y manejé hasta los extramuros de la capital. Bueno es el poeta en actividad más viejo del mundo. Mantiene su actividad creativa con el fuego en las tripas. Ya no con las mismas fuerzas, pero sí con el ímpetu y la convicción que siempre le conocí.
Una palmera de cinco metros custodiaba el portón de su casa. Esa casa a la que le dedicó un bello poema: ‘Mi techo es pequeño /rico de polvo y paja/ construido de esteras y otros deshechos inflamables. /Deja pasar los bichos y la lluvia, /deja que se cuele la luz, /el aire, las chirimachas /y los orines de los gatos. /Soy el dueño de un techo excitante: /puede caerme encima/ sin hacerme daño’.
Entonces me recibió con una sonrisa de niño travieso. Sus ojos gastados por el tiempo me reconocieron de inmediato. Recuerdo que señaló el terreno con su bastón: ‘Aquí trabajo la tierra, con mi pico y mi lampa’. Tenía las uñas sucias. Las manos cuarteadas. El lomo duro. Los surcos del tiempo cruzaban su rostro quemado. Su voz se imponía al bullicio de un aserradero colindante.
Leoncio Bueno es uno de los poetas vivos más relevantes de nuestra literatura. Aunque su fama no sea proporcional a su talento, ha escrito los versos más intensos, comprometidos y achorados de las últimas décadas. Se forjó desde su niñez en la hacienda Facalá, en donde fue peón, casi esclavo, y trabajaba seis días a la semana para llevar un poco de frejoles a casa. Lo han forjado sus ideologías de anarcosindicalista, comunista, aprista, trotskista, marxista, a las que ha renunciado para hoy ser solo ‘un viejo enamorado’.
Ha luchado a sangre y fuego, sin miedo a la muerte. Por eso estuvo preso en El Frontón, en donde pasó seis años de su vida. Fue uno de los primeros invasores de los arenales de Comas. Fue mecánico. Y fue periodista. Y también actor de cine, bajo la dirección del mítico Werner Herzog. Durante esa vida agitada entre la lucha y el campo, entre el polvo y la paja, Leoncio Bueno escribía poesía.
‘Un día me arranqué las vestiduras, /la persona postiza /que calcé, /mi dentadura postiza, /mis poemas postizos. /Quedé tal como vine al mundo /bailando al son de mis costillas’. “¿Cuál ha sido el momento más feliz de mi vida? Ahora que lo pienso, creo que todos los días de mi vida. ¿Sabes por qué? Porque a pesar de esa vida que llevaba, siempre me sobreponía. He sido un luchador. Yo daba agua a las bestias, cegaba el pasto, tenía que llevar leña a la casa. Trabajaba desde los 9 años. Ganaba 50 centavos al día. Y si trabajaba toda la semana completa sin faltar, me daban 60 centavos y media ración, que era carne, frejoles, arroz y algo más”.
Aún hoy escribe el poeta. Tiene una pesada máquina de escribir Remington. Me la mostró en aquella visita. Conserva el talento de armarla y desarmarla con la rapidez que sus manos le permiten. “Escribo en papeles reciclados. Es la única manera de hacerlo, porque no tengo los medios para comprar hojas limpias”, me dice.
Es cierto. Leoncio Bueno nunca ha tenido riquezas materiales. “Mi fortuna son estos libros, estos poemas y estos recortes de chicas en bikini, mis musas”. Ha publicado ‘La guerra de los runas’, ‘Rebuzno propio’, ‘Invasión poderosa’, ‘Pastor de trueno’. ‘Al pie del yunque’ y ‘Canto al dulce ahí’, una celebración a la mujer, al sexo, al erotismo.
Esa vasta producción le valió el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano, Casa de Las Américas y Casa de la Literatura. “Lo único que no sé es cómo me van a enterrar, porque no tengo plata”.
Leoncio Bueno acabó el colegio con suerte. Fue autodidacta. Sabe del poder del conocimiento. Por eso deja un consejo a los jóvenes: “Que lean mucho, que aprendan mucho. Hay que conocer la vida”. A pesar de que en su propio barrio lo desconozcan, el vate no se siente menospreciado: ‘¿Mi patria? /Estoy bien con mi patria. /Mi patria es morena y hermosa /como la cintura de mi muchacha, /es risueña y cruel como una hembra en celo. /Todo me lo ha dado mi patria: /Garrotes, trabajos, prisiones, no me quejo. /Ella ahora duerme en el lecho de los generales, /pero nosotros los poetas /le haremos el muchacho’. “Solo muerto... solo muerto deja de joder el poeta”, me dijo entonces Bueno. Apago el televisor.
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