Este Búho está convencido de que el país está de cabeza y no tenemos futuro con la terrible criminalidad que nos amenaza y mata cada día. El domingo estuve viendo los programas de la mañana y daban ganas de llorar. Todas las noticias eran asesinatos, secuestros y extorsiones. Lo peor es que tenemos un Gobierno incompetente que no sabe resolver los problemas que padecen los millones de peruanos.
La delincuencia ya no cree en nadie ni respeta nada. El batallador Grupo Terna no se da abasto para enfrentar a la terrible ola delincuencial existente. Me pongo en los zapatos de la población, que todos los días hace malabares para subsistir en medio de la recesión económica y encima es víctima de lacras que la asesinan si no paga un maldito cupo.
No hay país que pueda crecer con esta ola delictiva que nos agobia. Hay que imitar cómo se aniquiló a las mafias en otros lugares. Nueva York ha sido el centro de todo tipo de historias violentas. Entre ambos extremos, la ciudad terminó por convertirse en un símbolo de la prosperidad, pero a la vez contrastaba la terrible violencia que cortaba en canal a la urbe.
Algo de esa percepción de Nueva York, como centro del mundo, es parte del documental de Netflix ‘Fear City: New York vs. the Mafia’, del director Sam Hobkinson, que este columnista devoró en una madrugada. El documental, de tres capítulos de cincuenta minutos, nos muestra que a inicios de los ochenta el centro de Manhattan experimentaba un explosivo boom inmobiliario.
En cada cuadra se construían inmensos rascacielos, que dan trabajo a miles de obreros de la construcción civil y esas moles de concreto demandan inversiones de millones de dólares. Los sabuesos del FBI siguen los negocios turbios de las cinco familias de la gran ciudad. Los Gambino, Lucchese, Colombo, Genovese y Bonanno, que controlan el tráfico de drogas, las apuestas, las extorsiones, la prostitución y hasta los recojos de basura.
Pero gracias a las interceptaciones telefónicas legales a los capos de la mafia y sus lugartenientes y ‘soldados’, descubren que están obteniendo ilícitamente millonarias cantidades en extorsión a las grandes constructoras y los sindicatos.
Familias delictivas integraban el ‘Club del Concreto’
Aparecen en el documental dos importantes exjefes de esas familias que relatan cómo eran los capos, sus excesos y los terribles crímenes que cometieron. Un capataz de una contrucción de sesenta pisos fue asesinado a golpes y su cuerpo lanzado del piso 56. Así terminaban los que se oponían al llamado ‘Club del concreto’, que integraban las cinco familias delictivas de la ciudad.
Cada millonaria construcción era ‘propiedad’ de esos facinerosos que extorsionaban a los legítimos constructores y a los trabajadores. Esa modalidad que en el país adoptaron los delincuentes y de la cual Gerson Gálvez, ‘Caracol’, quien hoy está en Challapalca, era uno de los más angurrientos con las extorsiones en las grandes obras del Callao.
También nos presentan los testimonios de los veteranos agentes del FBI que lograron desmantelar la estructura criminal altamente organizada e impenetrable. El documental nos muestra cómo los agentes se las arreglaron para instalar micrófonos en sus casas, negocios, inclusive en sus propios automóviles, arriesgando sus vidas.
Un momento culminante sucede cuando, gracias a esas escuchas, lograron detener a los jefes de las cinco familias, incluido el ‘capo de capos’ Paul Castellano, quien moriría acribillado en 1986. También escuchamos cómo los mafiosos hablan sobre sus negocios turbios, asesinatos, disputas y ajustes de cuentas.
Finalmente, la serie explica todo el proceso y las dificultades que vivieron los del FBI y fiscales para armar un solo caso y así lograr sentencias a los jefes de estas sanguinarias familias del crimen y que azotaban a la ‘Capital del mundo’.
Acá malditos delincuentes se dedican a amenazar de muerte a sencillos dueños de cebicherías, farmacias, peluquerías, bodegas, distribuidores de cerveza, colegios. Cualquier tipo de emprendimiento, por más humilde que sea, es conminado a pagar cupos. La ciudadanía está indefensa. Es hora de hacer algo. Apago el televisor.
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