Este Búho imagina cómo se revolvería sobre su tumba el escritor Norman Mailer (Nueva Jersey 1923-Nueva York 2007), un tipo ‘duro’, machista, odiado por las feministas, por el escándalo en el boxeo de los Juegos Olímpicos de París. La peleadora italiana tuvo que abandonar el combate a los segundos por la paliza que le propinó su contrincante, una argelina con la musculatura y rasgos masculinos que ya había sido descalificada en el mundial del año pasado por no pasar la prueba de género.
El autor de ‘Los hombres duros no bailan’ seguramente habría arremetido contra los que permitieron que los criterios ‘progres’ tengan tanto poder para permitir este tipo de contrasentidos y abusos. ‘Parecería que un hombre le está pegando a una mujer’, habría dicho el recordado novelista.
Fue uno de los pioneros del género de ‘no ficción’ con sus monumentales obras ‘Los desnudos y los muertos’ (1948), su ópera prima, sobre su participación en la II Guerra Mundial, o ‘Los ejércitos de la noche’ (1968) con la que ganó el Premio Pulitzer. Norman cubrió para las más prestigiosas revistas y periódicos de Norteamérica los acontecimientos de relevancia nacional o mundial, como la ‘pelea del siglo’ entre Muhammad Ali y George Foreman en África, en 1974.
Asiste a los preparativos del combate, es testigo de excepción de los duros entrenamientos y retrata al séquito de excéntricos entrenadores y sparrings que acompañan a los púgiles, incluido al promotor en ciernes, el siniestro Don King, y otros reporteros legendarios, enviados especiales como George Plimpton o Hunter S. Thompson. Pero, sobre todo, Mailer establece una relación de proximidad con Foreman, con Ali y conoce de primera mano las tensiones, miedos y anhelos que subyacen en su interior.
Es que Norman también era un boxeador, buscapleitos y temido ‘tumbalafiesta’, borrachín y fumón, director y guionista de cine y hasta político, pues se lanzó a las elecciones por la alcaldía de Nueva York. Este episodio le originó una desgracia. Estaba casado con una pintora aficionada, Adele Morales, hija de peruano y española.
Durante una fiesta en su departamento, para sacar fondos para la campaña, salió a la calle a conseguir ‘un poco de hierba’, y al regresar dicen que vio a Adele en coqueteos con uno de los asistentes. Tras jalonear a su esposa, esta cogería una navaja para cortarlo, pero cuando él intenta quitarle el arma blanca la mujer es herida en el abdomen y espalda.
El escándalo fue bien aprovechado por sus adversarios, que dinamitaron su candidatura y solo se salvó de la cárcel porque Adele retiró la denuncia. Norman era considerado un matón por sus colegas escritores. Legendarias fueron sus broncas verbales con Truman Capote. Al pobre escritor Gore Vidal le metió un cabezazo en pleno estudio donde lo iban a entrevistar. El pulcro Vidal lo había comparado con el psicópata homicida Charles Manson.
Los hombres duros no bailan
Recuerdo que en los años ochenta leí un libro suyo que me impresionó y aproveché para releerlo en Fiestas Patrias, ‘Los hombres duros no bailan’. En tono de novela negra nos presenta al mejor Mailer, cuestionando ese estilo de vida norteamericano, filosofando sobre los aspectos más íntimos y recónditos de los seres humanos en una sociedad no hecha para perdedores.
Nos muestra a uno de estos seres, Tim Madden. Un escritor fracasado, un convicto por tráfico de drogas y alcohólico, que recala en Provincetown, un balneario de verano con una linda playa donde familias de todo tipo llegan a vacacionar.
Pero en invierno es casi un pueblo fantasma, donde todo gira alrededor del bar y donde los personajes, sombras llenas de defectos, pululan alcoholizándose o buscando sexo en cualquiera de sus vertientes. Para colmo, Madden está casado con una rubia millonaria drogadicta que paga la casa.
Todo el pueblo lo quiere ‘partir’, ella lo engaña, pero sobre todo lo humilla, porque para eso se casó con él, para maltratarlo. Tim solo encuentra paz en el trago, el bourbon, también en su ‘escondite’, un hoyo bajo un árbol donde tiene una bolsa de marihuana de la mejor calidad y en el que fuma a escondidas, y en el proyecto de su futura novela que nunca termina.
Pero más puede el alcohol, sobre todo después que su mujer lo abandona. Un día se levanta de la cama totalmente resaqueado. Va al baño y ve que tiene sangre por todos lados ¡¡y en su hombro han tatuado el nombre de una mujer!! Coge su coche y lo ve lleno de sangre que no es suya.
Llega a su ‘escondite’ a sacar la marihuana para fumar y mitigar su angustia y en la bolsa no encuentra hierba, ¡¡sino la cabeza de una mujer rubia con el rostro irreconocible!! Nos encontramos de lleno con un thriller alucinante. Murió a los 84 años y dejó su magnífica obra. Apago el televisor.
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