Este Búho asiste a las previas de las fiestas navideñas con sentimientos encontrados. Mi hija, que ya tiene dieciséis años, todavía pide regalos, pero no como antes que se deslumbraba por cocinitas y ‘Barbies’, ahora me pide una PC para ella. El año pasado fue una laptop. Mi hijo de cuatro añitos es más modesto, quiere su pelota de fútbol y también su bicicleta. Cuando lo escuchaba pedir sus regalos ingresé al túnel del tiempo. A la etapa de mi niñez. A los cinco yo también pedí una pelota de cuero, con paños, con su ‘pichina’ para inflarla. Me la compraron en la avenida Abancay, el paraíso de las pelotas de cuero. Y la sorpresa: ¡Mi bicicleta! Eran tiempos en que las bicicletas importadas de Estados Unidos estaban prohibidas por el Gobierno Militar Revolucionario, del izquierdista Juan Velasco Alvarado, pero no estaban prohibidos los productos de los países llamados ‘socialistas’. Y llegaban en aviones Antonov rusos miles de bicicletas de la marca Velamos, de la antigua Checoslovaquia. Lo mejor de esas bicicletas de fierro grueso eran sus llantas gruesas, areneras, ninguna otra del mercado podía igualarlas, ni las gringas prohibidas. Te podías meter a los cerritos de las huacas abandonadas de entonces, para hacer ‘bicicross’. Una pelota y una bicicleta era todo lo que un chico podía pedir. Pero entre un niño de cinco años de mi época y los de ahora encuentro una tremenda diferencia. Mi hijo, antes de la ‘bici’ y la pelota, pidió su tablet, donde sabe entrar al YouTube a buscar juegos. Siempre tengo un dicho, ningún tiempo fue mejor ni peor, sino diferente.

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LOS JUGUETES PROHIBIDOS

Para muchos de mi generación, el gobierno militar nos dio una puñalada al prohibir la importación de juguetes de Estados Unidos, pero también de Japón. Recuerdo que antes que se dé ese decreto, ya había visto en la propaganda de la televisión una espectacular pista de carreras con dos carros a control remoto. Cada vez que pasábamos por la tienda Oechsle del jirón de la Unión veía en el escaparate esa pista. Era mi sueño. Mi tío Juan, un gran padrino, ya estaba ‘advertido’ cuál debía ser mi regalo. Cuando a las doce los cohetones nos hicieron saltar de la cama a mí y a mis hermanos y bajamos a ver el árbol con los regalos, observé uno grandazo con mi nombre. Lo abrí, pero no era la pista de carreras, sino un Lego gigante, de los primeros que llegaron de algun país satélite de Rusia. Viéndolo bien, era un regalazo. Tenía rueditas para convertir las piezas en carritos y ventanas para armar casas y hasta puentes. Pero era un niño berrinchudo y ni las gracias le di. Eso le dolió en el corazón a mi padrino. Luego ya se le pasó, y la vez que viajé a Miami, donde él residía con su familia, lo invité a cenar arroz con pollo en un restaurante cubano y, con una cervecita encima, me atreví a pedirle perdón por el berrinche de lo de la pista de carreras. Mi padrino se acordaba y nos abrazamos. Felizmente él sigue vivo allá y su hermano querido, mi padre, falleció este año por culpa del maldito coronavirus.

En verdad, esa absurda prohibición de juguetes importados la hicieron los militares para ‘impulsar’ una bisoña industria nacional: los juguetes básicos de la fábrica de plásticos Basa. Más que juguetes eran baldecitos para ir a la playa, pelotitas y muñecas, pero rústicos. Los niños no tenían la culpa de que hubiera un grupo de generales izquierdistas que hasta mataron a Papá Noel y quisieron colocar en su lugar al Niño Manuelito, que lamentablemente para ellos no pegó. Su error fue querer ideologizar la Navidad. Claro, la Navidad es más que regalar juguetes, es una fiesta religiosa, de reflexión, pero nadie podía convencer a un niño de aquella época que no existía Papá Noel solo porque lo decía un decreto supremo. No sabíamos de política ni de ‘antiimperialismo’. Al final, miles de Papá Noeles se quedaron sin trabajo porque ese personaje abundaba en Lima y provincias y desaparecieron a la fuerza. Por eso, ahora que estoy tío, veo a este Gobierno con mensajes similares a los de Velasco Alvarado, que tanto daño le hizo a nuestro Perú. Los países más desarrollados, hasta la China socialista, se abren al mundo para atraer a los inversionistas nacionales y extranjeros. Acá estamos cerrando minas. Increíble. Están afectando a los más pobres, al pueblo, palabrita que tanto repiten. Me quedé corto, mañana continúo. Apago el televisor.

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