Miles de estudiantes acamparon para ser los beneficiarios de uno de los almuerzos especiales de San Marcos. Foto: UNMSM
Miles de estudiantes acamparon para ser los beneficiarios de uno de los almuerzos especiales de San Marcos. Foto: UNMSM

Este Búho se invade de nostalgia al leer en que cientos de jóvenes universitarios de San Marcos acamparon para recibir el tradicional almuerzo por Fiestas Patrias. El primero en la cola, llamado ‘gusano legendario’, es un estudiante del quinto ciclo de Ingeniería Química que estuvo en el lugar cuatro días para recibir primerito pachamanca de dos sabores, una manzana, una gaseosa y una botella de yogur.

No pude evitar ingresar al ‘túnel del tiempo’ y recordar cuando entré a la ‘Decana de América’, a inicios de los años ochenta. En esas épocas no era como ahora, que para inscribirte lo haces por Internet. En aquel entonces llegué a la Oficina de Admisión a las cuatro de la mañana a hacer la cola y ya había decenas de jóvenes durmiendo en el piso. Y los resultados tampoco te los daban por la red, sino que tenías que ir al colegio del barrio ‘maleadazo’ donde diste el examen. Uno salía con terror, pese a la alegría de saber que ingresó al ver su nombre en la lista pegada en la pared. Eso lo recuerdo como si fuera ayer. Fue en un colegio de Manzanilla, por la avenida Nicolás Ayllón.

El San Marcos de mi época también era muy diferente. En ese tiempo, los alumnos radicales estaban en ‘guerra’ con el Gobierno porque querían construir un muro para evitar que gente de mal vivir ingresara al campus a robar o a drogarse en el estadio, pero los ‘ultras’ aseguraban que era un ‘cerco carcelario’ para convertirlo en un ‘campo de concentración’. Ni bien ingresamos nos recibió una huelga del sindicato de trabajadores, cuyos dirigentes radicales eran de Puka Llacta, facción extrema de Patria Roja que luego se iría a Sendero Luminoso. ¡Increíble! Allí nomás le siguió el sindicato de docentes, igual con una protesta pagada y con dirigentes también ultraizquierdistas.

Solo los profesores conscientes del daño que causaban a los alumnos esas largas paralizaciones dictaban clases en los cafés, en algún salón recóndito de Letras, en sus casas u oficinas, como Rodrigo Montoya, Manuel Burga, Julio Cotler, Antonio Cisneros, Washington Delgado, Saúl Peña y César Lévano, entre otros.

En aquellos tiempos de huelga, que duraban meses, se organizaban los llamados ‘círculos de estudio’ y había mucha actividad política.

EL COMEDOR DE CANGALLO

Este columnista vivía cerca de la Ciudad Universitaria, en la Unidad Mirones, pero a la hora del almuerzo, con mi manchita de cachimbos nos íbamos en el ‘burro’, ómnibus de la universidad, hasta el jirón Cangallo, a la ‘muerte lenta’ del comedor universitario. Por más que satanizaban su comida, había un dicho que decía: “No se considera sanmarquino quien no ha cumplido tres cosas: ir a la ‘muerte lenta’, haber viajado alguna vez en el ‘burro’ y la última, la más importante, haber tenido una cita amorosa en el estadio con una compañerita de la universidad”.

Vivíamos en una isla los sanmarquinos de aquella época. No pagábamos por el almuerzo, nos trasladábamos gratis en el ‘burro’ y no abonábamos ni un sol de matrícula. Pero las huelgas ocasionaban que una carrera que se debía terminar en cinco años la acabes, con buena suerte, en siete o diez. Pero todo cambió cuando Sendero Luminoso le declaró su demencial guerra al Estado y a finales de los ochenta pretendió tomar la capital y trasladó sus ‘cuadros’ a San Marcos.

Allí los alumnos vivimos una guerra soterrada con los ‘sacolargos’, por Sendero Luminoso, como los llamábamos cachosamente en voz baja porque en ese entonces los maoístas decían: ‘El partido tiene mil ojos y mil oídos’. En mis tiempos, Sendero Luminoso ingresaba a la universidad, provocaba apagones y de inmediato explotaban tremendas bombas. No existían los celulares. Tenía que hacer una larga cola y utilizar mi ficha ‘rin’ para hablar por teléfono público. Pero aunque no lo crean, esas colas resultaban beneficiosas. Una vez, leí ‘Crónica de una muerte anunciada’, de Gabriel García Márquez, mientras esperaba para hablar con la mujer que más quise, creo, y le pagué mal. Apago el televisor.

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