08 de abril de 2013. Villarán brinda una conferencia de prensa junto a su entonces gerente municipal José Miguel Castro. (Foto: Archivo El Comercio)
08 de abril de 2013. Villarán brinda una conferencia de prensa junto a su entonces gerente municipal José Miguel Castro. (Foto: Archivo El Comercio)

Este Búho no confía ni en su sombra. Ahora que se ha iniciado el juicio a la izquierdista Susana Villarán, viene a mi mente la terrible muerte de su brazo derecho, José Miguel Castro, quien se suicidó en su casa cortándose el cuello. Pocas veces se ve que alguien se suicide de esa manera. Y precisamente la llamada ‘Tía regia’ declaró en el inicio del proceso que ‘solo yo y José Miguel sabíamos del dinero’.

No pretendo acusar a nadie, pero a través de los años he visto innumerables ejemplos de la crueldad y eficiencia brutal con que actúan las mafias para silenciar a sus enemigos y a los testigos que pueden acusarlos. En ese submundo no pueden existir actos de humanidad como el perdón o la compasión, porque son vistos como síntomas inequívocos de debilidad y se compromete la existencia misma de quien las muestra.

Hace poco volví a ver el documental ‘Verdades y mentiras: El último gánster’ (2022), dirigido por Dave Hoffman, que nos presenta la última entrevista, en algún lugar de Estados Unidos, al soplón más buscado y odiado por la mafia: Sammy ‘Toro’ Gravano, el sicario que delató a John Gotti, el poderoso y sanguinario jefe de la familia Gambino, la más peligrosa de las cinco familias mafiosas de Nueva York, cuyo testimonio fue fundamental para que lo condenaran a cadena perpetua y muriera en la cárcel.

El llamado ‘Don Teflón’, que se había librado de tres megajuicios por asesinato y corrupción, por lo que se creía intocable y todopoderoso, no pudo salvarse de las acusaciones de su amigo y subjefe Gravano, quien, inmutable, confesó que cometió ¡19 asesinatos!, la mayoría por orden de su jefe. En 1990 fueron detenidos Gotti y Sammy gracias a micrófonos ocultos en la oficina del capo. En las grabaciones se escuchaba que Gotti se jactaba de asesinatos y burlaba de su sicario el ‘Toro’ (Bull) y deslizaba la posibilidad de eliminarlo.

El FBI le hizo escuchar esas cintas a su segundo, quien por ese motivo se convirtió en delator. No solo contó sus crímenes, también reveló que con Gotti ordenaron el asesinato del ‘capo de capos’ de la mafia Gambino, ‘Big Paul’ Castellano, en la puerta de un restaurante en Manhattan. La Fiscalía le ofreció a Sammy un trato que no pudo rechazar: cumplir una condena benévola de cinco años y conservar toda su fortuna acumulada en sus años delictivos si traicionaba a su jefe y a 35 miembros de su ‘familia’.

Pasados los cinco años de reclusión, Sammy desapareció del mapa amparado en el programa de protección a testigos. Solo reapareció en 1997 en una entrevista con la cadena televisiva ABC, ‘en algún lugar del mundo’, porque la mafia le puso precio a quien lo mate: ¡un millón de dólares! Partes de esa entrevista las vemos en este nuevo documental. Pero la ‘carnecita’ la constituye una nueva entrevista al exmafioso en la actualidad.

Sin pelo, con lentes oscuros, no se arrepiente de nada. Ni por sus diecinueve asesinatos. “Maté a delincuentes, ellos sabían en lo que se metían. Nunca maté a una persona legal”. Confesó que quiso hacerse una cirugía plástica “como el rostro de Robert Redford, pero cuando me dijeron que era imposible decidí quedarme con el mío”, declaró cínicamente. En 1997 salió a la venta su libro: ‘Mi vida en la mafia: el segundo de John Gotti’. En el filme que comentamos participan sus dos hijos, Karen y Gerard. Ambos reconocen los efectos traumáticos que ocasionaron en ellos el que su padre fuera un asesino y un mafioso. Karen confesó: “No le perdoné a mi padre que se volviera un soplón”. Su hijo reconoce que se volvió un delincuente para imitar a su progenitor.

También participa el hijo de John Gotti, exmafiosos, agentes del FBI que lo investigaron y hasta hijas de sus víctimas. Al ingresar al programa de protección de testigos del FBI, se cambió la identidad y hasta se hizo una pequeña cirugía estética. Pero pronto se aburrió del anonimato. Se mudó a Phoenix, Arizona, y creó un negocio de materiales de construcción al que le puso el mismo nombre del que tenía en Brooklyn en sus días de gloria, cuando facturaba para la mafia veinte millones de dólares anuales. Cuando decidió dar su primera entrevista en 1997, salió del programa de protección a testigos. Se separó de su esposa. En 1999 un periódico de Arizona lo descubrió en su casa de Phoenix, donde vivía bajo el nombre de Jimmy Moran.

Entonces explicó que prefería vivir en libertad a estar esperando la venganza de la mafia escondido en algún lugar perdido. “No puedes cambiar lo que llevas adentro. A un leopardo no le puedes quitar las manchas”, sentenció. Al final se le ve en una amplia casa mirando una pileta en medio del desierto. Solo, como esperando la llegada de algún sicario ansioso de cobrar el millón de dólares por su cabeza, porque para la mafia no existe la fecha de caducidad. Apago el televisor.

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