Este Búho se entera con satisfacción de que nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa se recuperó del coronavirus y pudo viajar a Argentina a recibir un homenaje en la importantísima Feria del Libro de Buenos Aires. Fue una buena oportunidad para releer su revelador texto de memorias ‘El pez en el agua’ (1993) y reparé en un desgarrador episodio donde cuenta que de niño, a los doce años, fue víctima de abuso infantil.
LEE TAMBIÉN: ‘El año que vivimos en peligro’
Un tema tabú, sobre todo en las instituciones educativas religiosas, como en la que estudió Mario en Lima. Ese episodio lo confesaría de su boca más de setenta años después al escritor William Guillén Padilla en la Feria Virtual del Libro de Cajamarca. ‘Era un niño travieso pero inocente como un lirio’, detalló sobre aquella tarde en que se vio violentado por ese monstruo con sotana.
Tanto lo marcó ese incidente que no se lo contó a nadie hasta publicar sus memorias en 1993. Textualmente el autor de ‘La ciudad y los perros’ escribió sobre esta terrible situación: “No pude ir a recoger la libreta de notas, ese fin de año de 1948, por alguna razón. Fui al día siguiente. El colegio estaba sin alumnos.
Me entregaron mi libreta en la dirección y ya partía cuando apareció el hermano Leoncio, muy risueño. Me preguntó por mis notas y mis planes para las vacaciones. Pese a su fama de viejito cascarrabias, al hermano Leoncio, que solía darnos un cocacho cuando nos portábamos mal, todos lo queríamos, por su figura pintoresca, su cara colorada, su rulo saltarín y su español afrancesado.
Me comía a preguntas, sin darme un intervalo para despedirme, y de pronto me dijo que quería mostrarme algo y que viniera con él. Me llevó hasta el último piso del colegio, donde los hermanos tenían sus habitaciones, un lugar al que los alumnos nunca subíamos. Abrió una puerta y era su dormitorio: una pequeña cámara con una cama, un ropero, una mesita de trabajo, y en las paredes estampas religiosas y fotos. Lo notaba muy excitado, hablando de prisa, sobre el pecado, el demonio o algo así, a la vez que escarbaba en su ropero. Comencé a sentirme incómodo. Por fin sacó un alto de revistas y me las alcanzó.
El Búho: A partir de entonces, de una manera gradual, fui dejando de interesarme en la religión
La primera que abrí se llamaba Vea y estaba llena de mujeres desnudas. Sentí gran sorpresa, mezclada con vergüenza. No me atrevía a alzar la cabeza, ni a responder, pues, hablando siempre de manera atropellada, el hermano Leoncio se me había acercado, me preguntaba si conocía esas revistas, si yo y mis amigos las comprábamos y las hojeábamos a solas. Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pe...
Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo, como a mi papá. Empecé a gritar ‘¡Suélteme, suélteme!’ con todas mis fuerzas y el hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como ‘pero, por qué te asustas’. Salí corriendo hasta la calle. ¡Pobre hermano Leoncio! Qué vergüenza pasaría él también, luego del episodio.
Al año siguiente, el último que estuve en La Salle, cuando me lo cruzaba en el patio, sus ojos me evitaban y había incomodidad en su cara. A partir de entonces, de una manera gradual, fui dejando de interesarme en la religión y en Dios. Seguía yendo a misa, confesándome y comulgando, e incluso rezando en las noches, pero de una manera cada vez más mecánica, sin participar en lo que hacía, y, en la misa obligatoria del colegio, pensando en otra cosa, hasta que un día me di cuenta de que ya no creía. Me había vuelto un descreído.
No me atrevía a decírselo a nadie, pero, a solas, me lo decía, sin vergüenza y sin temor. Solo en 1950, al entrar al Colegio Militar Leoncio Prado, me atreví a desafiar a la gente que me rodeaba con el exabrupto: ‘Yo no creo, soy un ateo’”.
P: ¿Lo contó en su casa?
R: No, no, para nada, en absoluto, de la vergüenza que tenía. ¡Imagínate! Ni siquiera se lo conté a mis amigos. Creo que hasta que pasaron muchos años, cuando escribí mis memorias, ahí lo mencioné, pero no me hubiera atrevido yo jamás a divulgarlo antes. ¡Imagínate ante una cosa así cuál hubiera sido la reacción de mi padre!
P: Lo cuenta en ‘El pez en el agua’.
R: Solamente cuando escribí esas memorias me atreví a mencionar este episodio del que durante muchos años no llegaron a saber ni los más íntimos. Ahí aparece por primera vez porque ya había tomado una distancia, habían pasado muchos años, ya me sentía con la audacia suficiente de poder contarlo.
Tremenda confesión. Apago el televisor.