(Difusión)
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Este búho ve con atención un nuevo proyecto de lleno de sinvergüenzas y ‘mochasueldos’ para penalizar la labor periodística. Ahora se trata de castigar a los hombres de prensa que difundan mensajes de WhatsApp y chats privados. Lo que realmente se busca es que no se difundan las ‘cuchipandas’ y negociados de tipos impresentables que han ingresado a la política para llenarse los bolsillos.

Desde antes de ejercer el periodismo, siempre fui un apasionado de las películas sobre el ‘mejor oficio del mundo’, como lo definió el Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez. ‘The Post’, o ‘Los papeles del Pentágono’ (2017) es un sublime homenaje al periodismo de las épocas gloriosas, en que los directores, editores, jefes y reporteros se enfrentaban en una batalla desigual, como David y Goliat, al poder y sus tentáculos, con las armas de la investigación, la verdad y los cojones… ¡y salen victoriosos!

El laureado director Steven Spielberg busca recrear esa época de inicios de los setenta, en redacciones con gigantes máquinas de escribir, impresiones en linotipos, periodistas con camisas y corbatas. Cuenta la historia de la propietaria del periódico The Washington Post, la mítica Katharine Graham (extraordinaria Meryl Streep), y su director jefe, Benjamin ‘Ben’ Bradlee (notable Tom Hanks), junto a un grupo de ‘tigres’ de la redacción que trabajaba una historia que podía traer inimaginables consecuencias para el gobierno y para el periódico.

Y en el ‘lado oscuro’ está el presidente Richard Nixon, quien siniestramente aparece entre las sombras de la Casa Blanca dando directivas a los órganos de poder para que estrangulen a todo periodista y periódico que se atreva a revelar que el gobierno engañó al pueblo con respecto a la guerra de Vietnam.

La trama se centra en el año 1971. La guerra en Vietnam continúa y el discurso ‘oficial’ es que los Estados Unidos y sus aliados vietnamitas están a punto de acabar con los ‘comunistas’ del Vietcong. Pero la verdad es distinta, y la recogió Robert McNamara, secretario de Defensa de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson, al mandar elaborar un voluminoso estudio sobre el conflicto durante los años en que estuvo en el cargo: 1961-1968. “La guerra de Vietnam es una guerra perdida” era la conclusión final. ¿Por qué, entonces, seguían enviando a miles de jóvenes soldados a morir en el infierno asiático?

Las copias del informe fueron entregadas a los periodistas del influyente The New York Times. Sus directivos calificaron el material como una ‘bomba’ y lanzaron una edición donde solo publicaron una ‘carnecita’ de los papeles que demostraban la farsa. Automáticamente, miles de norteamericanos salieron a protestar y a exigir el fin de la guerra.

El presidente Richard Nixon ordenó a las cortes de justicia que prohibieran que se siguieran publicando los documentos, con la amenaza de cerrar el diario y encarcelar a los periodistas ‘por atentar contra la seguridad nacional’.

Para Bradlee, el director de The Washington Post, que estaba descolocado y sin primicias, señaló que la censura a los neoyorquinos ‘nos devuelve al juego’, y ordenó que buscaran esos papeles a como diera lugar. Cuando consiguió los documentos, decidió publicarlos al día siguiente.

Aquí es donde crece la imagen de Katharine Graham, la propietaria del diario capitalino. En ese año, 1971, The Washington Post, que andaba a la sombra de The New York Times, había lanzado a la bolsa de valores acciones que dieron una solvencia económica importante, pues ingresaron poderosos inversores.

A todos ellos los llamaron Nixon y sus esbirros para ordenarles que pusieran a Graham entre la espada y la pared: “Si no ordenas que tus periodistas dejen de publicar los documentos del Pentágono, tus principales inversionistas se retirarán y te irás a la quiebra”.

Pero no solo era presión económica. En casa de Katharine eran caseritos los fiscales, gobernadores, presidentes, banqueros e industriales, quienes despreciaban las denuncias de los periodistas de investigación.

La emplazaron a tomar partido: “Tú eres una de los nuestros, Kay; no les hagas caso a esos payasos resentidos de tus periodistas”. Fueron horas desesperadas, pero Graham optó por defender a su público, a la población que debía estar informada. ¿Quién no había perdido un hijo, hermano, novio o familiar en la guerra de Vietnam? Tenían derecho a saber la canallada de los presidentes.

“¡Publíquenla!”, bramó ante las protestas de sus consejeros. “Yo, por si no lo saben, soy la dueña del periódico”. Katharine Graham ganaría después el premio Pulitzer por sus memorias. La gran dama dejó un ejemplo de cómo debe comportarse el propietario de un medio de comunicación. ‘The Post’ es una inolvidable lección conjunta para toda esa indescriptible familia disfuncional que se llama ‘periódico’. Si no la han visto, búsquenla. Apago el televisor.

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