Este Búho tiene en sus manos una novela de un escritor hoy considerado de culto, Jonathan Shaw (Los Ángeles, 1953), ‘Narcisa: Nuestra señora de las cenizas’ (2008). Nunca como con Shaw se cumple el dicho que la vida real supera a la ficción, porque su vida parece sacada de una película ‘underground’, con un protagonista sumergido durante muchos lustros en la vorágine de la violencia, drogas tan duras y adictivas como el crack, sexo... y tatuajes.
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Hijo del famoso clarinetista norteamericano, director de ‘big band’, Artie Shaw, con su séptima esposa, la actriz Doris Dowling. Ella se desquitaba con su hijo pequeño las frustraciones de la fama y su soledad y abandono. Con la pesada carga de ese desamparo, el chico se inició en el consumo de heroína de adolescente cuando integraba pandillas juveniles en Los Ángeles.
Sin pretender justificarse, sostiene en las entrevistas: “Mi padre nos abandonó cuando tenía tres años y me dejó con una madre alcohólica. A él lo volví a ver cuando yo tenía cuarenta y él noventa. Era un hombre muy cerrado y llevaba muy mal la fama. Pero tomé como una asignatura pendiente encontrarme con él”. Sin embargo, el joven problemático tenía su vena artística y trabajaba en una sección del periódico Los Angeles Free Press, donde el poeta maldito, novelista e ícono de la cultura popular, Charles Bukowski, tenía su mítica columna ‘Escritos de un viejo indecente’.
Cuenta el escritor que una vez los dos llegaron borrachos al periódico y Bukowski le espetó a gritos: “Eres solo un maldito niño de mamá que vive en Hollywood. ¿Quién quiere leer sobre eso? Tienes que conseguir una jodida vida para tener algo sobre lo que escribir”. Shaw cuenta que no respetó las canas y se le fue encima. Esos encuentros con Hank le cambiarían la vida. Siguiendo sus consejos, se fue a ‘buscar la vida’, ‘tirando dedo’ hasta Río de Janeiro, donde trabajó como marinero y mil oficios. En esos años setenta vivió encadenado en los infiernos de las drogas duras en las más recónditas esquinas de las favelas de Río. Hoy, ya rehabilitado, afirma: “Uno se puede levantar de la basura y salir caminando como un ser humano”.
“Cuando regresó en 1976, instaló en Nueva York la primera tienda de tatuajes, la más antigua, ‘Fun City Tattoo’”
De Río viajó a México, donde siguió encadenado a otras sustancias, como el mezcal, la marihuana más pura, heroína, pero a su vez aprendió a tatuar, un arte que estaba prohibido en muchos estados de Norteamérica. Cuando regresó en 1976, instaló en Nueva York la primera tienda de tatuajes, la más antigua, ‘Fun City Tattoo’, y serían sus asiduos clientes y amigos íconos de la cultura popular del cine y la música: el director Jim Jarmusch, Iggy Pop, Marilyn Manson, la modelo Kate Moss y Johnny Depp, a quien hizo su primer tatuaje. Ya siendo un tatuador de culto y editor de una revista del género, mutó en escritor, vendió su legendaria tienda y publicó ‘Narcisa...’ (2008) en una pequeña editorial independiente con una discreta tirada que se agotó a las pocas semanas.
Su amigo y admirador Johnny Depp le propuso recuperar su novela en su propio sello, donde publicara a Hunter Thompson, el padre del ‘periodismo gonzo’, el sello Harper Perennial. Gracias a esa gran tirada, la figura de Shaw y el libro se hicieron conocidos en Europa y en el 2015 se tradujo al español. ‘Narcisa’ narra la historia tormentosa de Ignacio Valencio Lobos, alias Cigano, un tipo que contra toda apuesta logró salir del pozo sin fondo de la adicción a las drogas duras, en un Río de Janeiro alejado de las postales de las agencias de viajes que venden a las idílicas Copacabana o Ipanema como el destino ideal.
El Río de Shaw son los infames ‘huecos’ funambulescos de personajes desechables, perdidos en la adicción. Pero Cigano descubre la tentación con figura de mujer, Narcisa, una muchacha adicta al crack y a la marihuana y a toda cosa que se pueda fumar y, para colmo, ejerce la prostitución. Cigano pierde la cabeza por ella en una relación más que tóxica que atraviesa las 700 páginas del libro en una lectura no recomendable para personas susceptibles. Cuando salió la novela, automáticamente surgieron las odiosas comparaciones con Bukowski, pero el escritor aclaró las cosas: “Fui amigo y aprendí mucho de él, pero yo soy yo y Bukowski es Bukowski. No trato de imitarle. Además, mi vida fue más interesante”. Léanlo y juzguen. Apago el televisor.
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