Este Búho no puede dejar de rendir un homenaje a todos los maestros del Perú que ayer celebraron su día. Hay que recordar que han habido maestros célebres en la historia, como el gran poeta español Antonio Machado, quien escribiera su célebre poema: ‘caminante no hay camino, se hace camino al andar / Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar’, que inmortalizara Joan Manuel Serrat en una canción.

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Machado no solo era poeta, sino también un profesor de colegio, donde enseñaba el curso de Literatura Francesa. ‘Lo hacía para combatir la ignorancia’, sostenía cuando le preguntaban por qué se abocaba a una profesión tan sacrificada.

Nuestro inmenso vate César Vallejo, antes de viajar a París, también se desempeñó como profesor del Colegio Nacional San Juan en Trujillo, donde incluso fue maestro del escritor Ciro Alegría en primero de primaria. Me permito ingresar al ‘túnel del tiempo’ para recordar mi época de escolar, sobre todo a mis profesores más entrañables, a los cuales se les respetaba, a pesar de que en el inmenso colegio nacional había muchos ‘angelitos’.

Teníamos un gran educador de secundaria, de Geografía del Perú y el Mundo: Zacarías, ‘el bueno’, porque había otro Zacarías, que era un vago. Usaba lentes gruesos, de modales muy finos, un hombre decente que no solía gritar. Pero era un estudioso de su materia y logró, con sus gestiones personales, equipar uno de los mejores gabinetes de Geografía entre las grandes unidades escolares de Lima.

Se iba a las embajadas a pedir materiales y nos presentaba documentales de Estados Unidos, la BBC y Alemania, que conseguía en las embajadas de Alemania Oriental y Alemania Occidental (en ese entonces estaban separadas), porque no hacía distinción política. Estábamos al día con los descubrimientos de astronomía, tecnología, geografía, flora y fauna. Este columnista se gana la vida con este noble oficio de periodista y les agradece a los buenos profesores que me tocaron. Tanto en el colegio como en la universidad.

En el colegio Santísima Trinidad, de curas trinitarios, en primaria con ‘Machín’ Alcántara de condiscípulo, y en el emblemático Hipólito Unanue, la Gran Unidad Escolar de la mítica Unidad Vecinal Mirones. En primaria, la señorita Gaby, de las hermosas piernas, porque era minifaldera, siguiendo la moda de la época hippy, me enseñó a escribir, leer, sumar, y nos introdujo al mundo del canto. Hasta ahora recuerdo las canciones que nos hacía cantar. Desde allí viene mi melomanía.

El Búho: Ingresé a San Marcos y más que profesores tuve muchos ‘maestros’

Los profesores parecían dedicados a los alumnos todo el día. Inclusive, un sábado podían llegar a tu casa, a departir un lonche con nuestros padres, el alumno y hablaban de los avances del niño. Como periodista, me puedo permitir ingresar a terrenos procelosos, pero a la vez cautivantes, como la literatura.

No podría hacerlo si no hubiese existido mi profesor de Literatura de segundo de secundaria del Hipólito: Miguelito, que sembró la semilla y nos introdujo en el mundo mágico de los libros de César Vallejo, Vargas Llosa, Abraham Valdelomar, Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas y Enrique López Albújar, que nos los hacía leer a los doce años. Miguelito, le decíamos. Tenía una voz bajita, era introvertido, seguro nunca podría ser un gritón, pero vaya que marcó no solo a este Búho, sino a muchos alumnos, hoy destacados profesionales que lo recuerdan con cariño y agradecimiento.

Creo que fui un estudiante con suerte, porque ingresé a San Marcos y más que profesores tuve muchos ‘maestros’, como el filósofo Raymundo Prado, los sociólogos Julio Cotler, Aníbal Quijano, historiadores como Manuel Burga o Heraclio Bonilla, periodistas legendarios como César Lévano o Manuel Jesús Orbegozo. Cómo olvidar al poeta Antonio Cisneros, que ante tantas huelgas abusivas que duraban hasta seis meses, las clases las dictaba en un café o en su casa.

Hoy, para ironías del destino, nos gobierna un personaje como Pedro Castillo, un ignorante de aquellos que se dice profesor pero que hace lustros que no pisa un aula con el cuento de la ‘licencia sindical’ y prefirió pasar año a año planificando huelgas, olvidándose de sus alumnos. El mandatario es una vergüenza para todos los buenos profesores, al extremo que en público afirmó que Tarapacá era peruana.

Este señor representa la antítesis de lo que significa ser maestro. Castillo encarna la terrible mediocridad en la que está sumido el país y no le importa la educación, pues prefiere construir un helipuerto cerca de la casa de sus padres en Chota, en vez de reparar los colegios de la zona, que se caen a pedazos. Y todavía tiene el cuajo de decir ‘¡palabra de maestro!’.

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