Este Búho leyó una noticia pequeña en un diario local. ‘A los 76 años fallece periodista Héctor Perona’. Ingreso al túnel del tiempo. Perona fue un periodista de la sección policial-judicial de importantes diarios como La Prensa, El Observador, Expreso y La Razón que dirigiera en 1986 José María ‘Chema’ Salcedo.
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Justamente este columnista ingresaría jovencito a trabajar por primera vez en un diario y recuerdo que Ricardo Uceda, el jefe de Redacción, mandó a la ‘China’ Mary Domínguez, al poeta Edián Novoa y a este servidor, todos debutantes en el viejo oficio, a trabajar en policiales con Perona.
Y tal como leí en la nota periodística, nuestro jefe era ‘audaz, profesional y ético’. Solo faltaba poner que se vestía como los antiguos policías de investigaciones, los PIP o ‘rayas’, hoy desaparecidos, con unos infaltables lentes oscuros.
Uceda remarcó que el periodismo lo íbamos a aprender en la calle: ‘Perona los va a escuelear’, nos prometió. Los periodistas más antiguos que conocían historias sobre nuestro jefe nos decían: ‘Chiquillos, pregúntenle a Perona lo que le pasó en el diario La Prensa, ja, ja, ja’.
Siempre decíamos ‘mañana se lo preguntamos’, pero pasaban los días y no lo interrogábamos, hasta que llegó fin de mes y nos dijeron que el diario cerraba. La noche de despedida, en medio de una grandísima borrachera en la que compartimos director, jefes y redactores chibolos, a nadie se le ocurrió preguntarle cuál era el secreto que guardaba el fallecido periodista policiaco.
Tuvieron que pasar diez años para que una novela de Jaime Bayly, ‘Los últimos días de La Prensa’ (1995), diera luces sobre el secreto mejor guardado de nuestro jefe. En efecto, la obra recrea los últimos días del periódico que fundara Pedro Beltrán y que en sus buenos tiempos competía con El Comercio.
Bayly nos presenta los tiempos de decadencia del matutino donde él ingresó a laborar cuando solo tenía quince años. En una de las partes más alucinantes de la novela, el ‘hombre oso’, como llamaba Bayly al jefe de la sección Policiales, quien había peleado en la Segunda Guerra Mundial, lanzó del balcón de un segundo piso hacia el jirón De la Unión a su redactor, acusándolo de ser un agente comunista y este terminó con todo el cuerpo enyesado. Ese redactor, lo corroboró años después a este Búho ¡era Héctor Perona!, que fue agredido por defender los principios democráticos ante la bárbara ideología nazi de su jefe.
PERONA CONTÓ EL EPISODIO DE LA PRENSA
El jefe ‘hombre oso’ anticomunista se llamaba Arnoldo Zamora y, según Baily, se decía de él que había sido ‘repasador a bayoneta calada en alguna guerra europea’. Perona se reía cuando me contó el episodio, pero en su momento vivió días terribles, pues de haber caído de cabeza no habría vivido para contarlo.
Me lo contó cuando ya no era mi jefe de Policiales de La Razón, sino directivo del Colegio de Periodistas de Lima, y este Búho ya no era el chiquillo debutante, sino columnista de Trome. Perona era uno de los jefes de policiales de los diarios a inicios de los años ochenta, que supo adaptarse al cambio del periodismo policial tradicional al periodismo de investigación de la violencia terrorista.
Con la irrupción del demencial grupo Sendero Luminoso, los periodistas policiales, cuyas fuentes habituales eran las comisarías de barrios picantes como el Callao, entre otros, tuvieron que buscar fuentes en la Dirección Contra el Terrorismo. Recuerdo que con Perona llegábamos a veces primero que la Policía a los asesinatos cometidos por los senderistas, como el del comandante de la Marina Gustavo Cafferata, en Surco.
EL OLFATO DE PERONA
Le valió de mucho haber trabajado también en el Diario de Marka y tenía su olfato político para detectar cuando el atentado era de los senderistas o del MRTA. Con su apariencia de ‘raya’, con sus lentes oscuros, sabía traspasar los cordones policiales como el ‘capitán’ Perona, ingresando a las escenas del crimen primero que todos, interrogando a testigos y sacándole ventaja a la competencia.
Recuerdo que siempre hablaba de la impresión que le causó la masacre de los periodistas en Ucchuracay. ‘Yo estaba reclamando irme a Ayacucho, pero el director me dijo que me necesitaba porque Sendero estaba ‘bajando a Lima.
Si yo iba, tenía el primer boleto a Ucchuracay fijo’, rememoraba. Con Perona se va esa estirpe de periodistas policiales que llegaban en sus unidades móviles a buscar la noticia en los extramuros de Lima, como el personaje de Antonio Faúndes en la película ‘Tinta roja’, basada en la novela del chileno Alberto Fuguet.
Profesionales que parecían trabajadores de la morgue, porque laboraban reconociendo cadáveres, algunas veces mutilados porque los malditos terroristas, después de asesinarlos, ponían dinamita a los cuerpos. Había que tener estómago fuerte para cubrir ese tipo de noticias. Recuerdo a algunas coleguitas que se horrorizaban ante la sangre.
En esos años, los ‘modernos’ usaban ‘grabadora’, pero la mayoría utilizaba carillas y lapiceros para tomar notas. Eran tiempos en que no habían celulares smartphones, internet o los canales de televisión que te pasan la noticia en ‘tiempo real’. Hasta siempre, amigo. Apago el televisor.