
Este Búho recibe correos de lectores jóvenes que han ido al cine a ver la película ‘Chavín de Huántar’, pero no conocen mucho la historia del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, el sanguinario MRTA, organización subversiva que hizo mucho daño al Perú en los años ochenta y noventa, al igual que Sendero Luminoso del genocida Abimael Guzmán. Ahora que ciertos sectores de izquierda llaman huachafamente ‘conflicto armado interno’ al terrorismo que azotó el país, vale la pena poner las cosas claras. Recuerdo ese hecho como si fuera ayer. En ese tiempo ya trabajaba en la sección Deportes de un diario local. Era un 17 de diciembre de 1996. Ocho de la noche. En eso, todos los televisores retumbaron con un: ‘¡¡Flash, flash, flash!! ¡¡Terroristas acaban de tomar la residencia del embajador japonés y tienen 800 rehenes!! ¡¡Está la mamá del presidente Fujimori!!’. Todos los canales desplegaban sus coberturas desde ese ‘búnker’ en que se había convertido la residencia nipona. Cuatro años antes, se había logrado capturar a Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre, y también a la mayoría de la cúpula senderista, con excepción de ‘Feliciano’. Los terroristas del MRTA eran jóvenes de la selva central, al mando de Néstor Cerpa Cartolini. Pero vuelvo a la toma de la residencia. Un político, en medio de los balazos al techo, misma escena de ‘Duro de matar’, logró escapar por una ventanita que daba al baño. Al final, los terroristas soltaron a las mujeres y a quienes consideraban que no estaban ‘vinculados al Gobierno’. Se quedaban los ‘peces gordos’, como el canciller Francisco Tudela y el almirante Luis Giampietri. Las peticiones de los secuestradores eran imposibles de cumplir. Liberación de los 465 presos emerretistas, incluida la estadounidense Lori Berenson y la esposa de Cerpa. La eliminación de ‘la política económica neoliberal’ y el recorte de la cooperación económica entre Japón y Perú. Por último, mejores condiciones en el sistema carcelario.
Las Fuerzas Operativas Especiales del Ejército, al mando del general Augusto Jaime Patiño, ensayaban un rescate de rehenes que buscaba tener las menores bajas. Desde la sierra ya había llegado un contingente de ‘topos’, mineros encargados de hacer un túnel por donde ingresarían los comandos Chavín de Huántar, en honor a las claustrofóbicas ruinas de la milenaria cultura Chavín. Los emerretistas estaban desmoralizados. Habían pasado demasiado tiempo en la residencia y el ansiado viaje a Cuba no se cristalizaba. El viejo Cerpa no podía controlarlos. Se dedicaban a jugar partidos de fulbito todas las tardes. El arzobispo Juan Luis Cipriani se había encargado de introducir una guitarra con micrófonos, por donde el almirante Giampietri se podía comunicar con el exterior. Es así que el 22 de abril de 1997 y cuando los inexpertos subversivos jugaban su ‘pichanguita’, una terrible explosión hizo volar por los aires a varios de ellos. Todo sucedió en contados segundos. Los valerosos miembros del comando Chavín de Huántar arriesgaban su pellejo para salvar a los rehenes. El saldo del rescate arrojó catorce emerretistas muertos, además de dos militares: el teniente coronel Juan Valer, ‘Chizito’, y el teniente Raúl Jiménez. Solo un rehén murió en el impecable rescate, el vocal supremo y querido vecino chalaco Carlos Giusti. Los heroicos efectivos del comando Chavín de Huántar dejaron a varios emerretistas capturados, pero según denuncias de organismos de Derechos Humanos, subversivos como ‘Tito’ y ‘El Árabe’ fueron ejecutados cuando estaban rendidos por un comando paralelo, denominado ‘Los Gallinazos’, donde se encontraba el coronel Huamán Azcurra, brazo derecho de Montesinos. A los chicos de la Generación Z les recomiendo que vayan a ver la película. Apago el televisor.








