Este Búho se llevó, para pasar unos días de tranquilidad en la playa, una novela claustrofóbica, literalmente oscura, desgarradora, totalmente contraria al ambiente de sol y quietud en el cual me encontraba: ‘Ensayo sobre la ceguera’ (1995), del portugués ganador del Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago (Azinhaga 1922-Tías 2010). Además, el maestro merece todos los honores porque este año conmemoramos el centenario de su nacimiento y lo hacemos leyendo y comentando una de sus obras cumbres.
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Inició la redacción del libro en Lisboa, pero en 1992 trasladó su residencia a la isla española de Lanzerote, en Canarias, en protesta porque el gobierno vetó la postulación de su novela ‘El evangelio según Jesucristo’ al Premio Literario Europeo de ese año, por considerarla ‘una ofensa a los católicos’. Toda su vida fue un escritor combativo.
Ejerció el periodismo, pero por sus ideas políticas siempre era o censurado o despedido en los diarios donde laboraba. Sufrió persecución y censura durante la férrea dictadura de Antonio de Oliveira Salazar. Por ello, en 1969, se afilió al entonces proscrito Partido Comunista Portugués que luchaba contra la dictadura.
En esos años apoyaba a la Revolución Cubana, pero cuando Fidel Castro, en juicios sumarios mandó al paredón de fusilamiento a tres ciudadanos que secuestraron una embarcación para escapar con sus familias a Miami e impuso duras penas de hasta 28 años de cárcel a disidentes políticos, deslindó públicamente del régimen comunista y lo hizo con un contundente artículo publicado en el diario El País de España: ‘Cuba no ha ganado ninguna batalla heroica fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. De ahora en adelante Cuba seguirá su camino y yo me quedo’, y finalizó afirmando que ‘discernir es un derecho que se encuentra inscrito con tinta invisible en todas las declaraciones de Derechos Humanos pasadas, presentes y futuras’. El maestro era un genuino defensor de los Derechos Humanos.
El Búho: El novelista deja su fresco humor negro para descender a los infiernos del ser humano
‘Ensayo sobre la ceguera’ tiene un argumento alucinante. Un conductor en una ciudad X espera tranquilo que cambie el semáforo. En esos instantes en que se pone la luz verde solo la verá un segundo, después todo lo cubrirá un manto blanco: se ha quedado ciego. Un hombre se ofrece a llevarlo a su casa, pero le roba el carro. Minutos después, el ladrón también se queda ciego.
La víctima visita a un oftalmólogo que se sorprende cuando le dice que su ceguera no le permite ver un manto negro, como es lo usual, sino que ve ‘un mar de leche’. El galeno y sus pacientes de ese día también quedarán ciegos. El médico es consciente de que son víctimas de una epidemia y decide alertar a las autoridades gubernamentales. Estas quieren cortar de raíz ese ‘foco infeccioso’ y ordenan confinar a los afectados ¡en un manicomio!
Es aquí, en el claustrofóbico encierro, donde se juntan un puñado de personas de distintas condiciones sociales y laborales: un doctor y su esposa especial, un oficinista, taxista, camarera de hotel, guapa ‘lolita’ de alto vuelo, un niño estrábico, un policía y un ladrón. Todos son al final víctimas de un Estado fascista que les da las órdenes más inhumanas y miserables: ‘Nadie sale y el que se muere se queda dentro’.
Pero lo peor es que el gobierno no solo confina a los ciegos, sino encarcela a los que ven, pero han tenido un ‘contacto con los invidentes’. En esa ‘tierra de nadie’ que significa el encierro, afloran lo peor del ser humano y las expresiones más primitivas del individuo. El portugués sostenía con ironías que los adelantos de la civilización postindustrial marchaban irremediablemente a llevar al hombre nuevamente a la época de las cavernas.
Esa premisa la utiliza en esta hermosísima novela con un lenguaje tan transparente como un río cristalino. Sin apellidos ni nombres, ¿les sirve algo de eso a los ciegos? El poder para el autor es fascistoide. Confina a los desdichados ciudadanos prometiéndoles médicos, una cura rápida, hospitalización, medicinas, pero todo era mentira. Los enclaustra en un tétrico lugar, racionándoles la comida, hasta que sus víctimas pierden todo espíritu de solidaridad.
Hay momentos en que el novelista deja su fresco humor negro para descender a los infiernos del ser humano. Hasta invidentes que explotan y abusan sexualmente de las ciegas. ¿No será casual que sea una mujer la única que no pierde la visión? Ella es una esperanza, una llama positiva, en medio de esa epidemia. Apago el televisor.
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