Este Búho escuchó el mensaje del presidente Martín Vizcarra anunciando que volveremos a la inmovilización social obligatoria los días domingos, tanto de personas como de transporte, hasta con una norma que parecía una broma: ‘Los menores de catorce años ahora solo saldrán media hora por día’, porque el mandatario, aunque no lo crean, hasta mencionó en su mensaje a los ‘quinceañeros y parrilladas’ como responsables de la dramática situación a la que hemos llegado. Para un país donde, según cifras que maneja la propia ministra de Salud, Pilar Mazzetti, ya traspasó los cincuenta mil muertos, ¿con medidas como esta vamos a frenar la ola de contagios? Creo que no.
Pero el presidente dijo: ‘Ahora quienes nos están contagiando son nuestros familiares, amigos, o los que hace tiempo no veíamos y organizamos una parrillada o encuentro amical’. Este columnista se sorprende con lo fácil que le resulta al mandatario ‘echarle la culpa a la gente’. Me hubiese gustado, antes de anunciar las medidas, escuchar un mea culpa, una responsabilidad en la forma cómo afrontó el gobierno la lucha contra la pandemia, no desde ahora, sino desde que empezaron la emergencia y la cuarentena. Nunca, como en otros países, se hizo un ‘seguimiento’ a los casos, para después de detectar al infectado y aislarlo, poner en cuarentena a su entorno y a todos los que tuvieron contacto con él. Solo con el paciente ‘cero’ que llegó de España se hizo lo correcto y se logró aislar a su familia y amigos, evitando más contagios. Con el resto, casi medio millón de personas, no se hizo ese protocolo. Llegaba un paciente con Covid-19 y al inicio, si tenía suerte, conseguía cama, pero nadie se preocupaba de detectar y aislar siquiera a su familia, ni qué decir de investigar a los amigos.
Un destacado infectólogo resumió brillantemente la errónea estrategia implementada por Vizcarra y su gente: ‘La enfermedad es como un incendio. El gobierno se preocupó por apagarlo, aumentando camas UCI, oxígeno, respiradores mecánicos, hospitales, pero se olvidó de lo fundamental: detener a quienes encienden el fósforo, o sea, a los que infectan y contagian’. Con una de las cuarentenas más draconianas del planeta no le hicimos mella al virus, pues en mayo alcanzó su pico ¡¡en plena cuarentena!! Luego pareció que podíamos contenerlo, pero volvía a subir, a pesar de que el jefe de Estado salía en TV a hablarnos de ‘la meseta irregular’, un término que no existe en los manuales de geografía, y todavía les bajó la bandera a los padres para que saquen a sus niños a la calle, ‘porque estamos bajando’, cuando en realidad ¡¡estábamos subiendo!!
¿De eso también tiene la culpa la población irresponsable, señor presidente? Coincidimos en que la informalidad no es solo económica, sino también social. La mayoría de la población peruana se distingue de otras sociedades vecinas porque no respeta las normas. En Ecuador, a los que quebrantaban el toque de queda a la primera les ponían una multa de cien dólares, a la reincidencia 300 dólares, a la tercera 400 verdes y a la quinta cárcel. ¿Qué hicimos nosotros? La denuncia penal fue un saludo a la bandera y funcionó con los primeros detenidos, después ni policías ni militares controlaban a una población irresponsablemente desatada.
Ahora, con el virus establecido en la totalidad del país, por una pésima decisión de darle permiso de funcionamiento a las empresas de transporte terrestre. ¿Cómo iban a permitir que de Lima y Callao, una zona tomada por el virus, con más de 300 mil contagiados, salgan buses a Arequipa, Cusco, Puno, Huánuco, Huancayo? Zonas que en julio tenían al Covid-19 controlado y ahora tienen colapsados sus hospitales. Eso tampoco lo dice el presidente. Esta medida alterará muy poco los índices de contagio, solo aumentarán los sábados las aglomeraciones en mercados y transporte público, que serán focos infecciosos.
El problema no es encerrar a la gente en sus casas, la solución no es policial ni militar, como parecen creer el premier Martos y Vizcarra. La alternativa, que sostienen los expertos, es vencer al virus persiguiéndolo y aislándolo. No puede ser que en los hospitales le hacen una prueba a un ciudadano, sale positivo y le dicen: ‘Señor, vaya y enciérrese en su casa quince días’. Necesitamos un plan. Por ejemplo, a ese contagiado se le lleva a un aislamiento. Comprometer a la fuerza pública, más un ejército de voluntarios, a armar zonas de aislamiento con carpas en estadios, parques zonales. Eso cuesta, pero mucho menos que seguir comprando respiradores mecánicos, porque vamos a frenar los contagios. Medidas como las adoptadas no fueron lógicamente del agrado de la ministra de Economía, pero en el gabinete se optó por lo más fácil y barato: encerrar a la gente en su casa y paralizar más la economía del país. Apago el televisor.