El Buho y las playas del norte
El Buho y las playas del norte

Este Búho lee con emoción que ya comenzó la temporada de avistamiento de ballenas en el norte de nuestro país. Ese es, sin lugar a dudas, uno de mis lugares preferidos, el que he visitado innumerables veces para descansar o cumplir mi oficio de periodista. Ver a las ballenas jorobadas emerger de las cálidas aguas a unos metros de distancia de tu embarcación es una de las experiencias más impresionantes y nadie debería perdérsela. Ahí te das cuenta de la grandeza de la naturaleza, de su fuerza y belleza salvaje. Recuerdo que mi primer viaje a Piura fue en 1983, el año que vivieron en peligro los norteños por el peor fenómeno de ‘El Niño’ que se recuerde.

A nosotros, turistas mochileros, nos sorprendió un tsunami en el bucólico balneario de Colán, donde por primera vez vi cómo las lanchas y yates terminaron a medio kilómetro de la playa. Había pasado días maravillosos en la ciudad, comiendo seco de chavelo, cabrito con frejoles, caballa seca, cebiche de mero con sarandaja. En la noche nos llevaron a un local con foquitos rojos ubicado a las afueras de la ciudad, en medio de la desértica oscuridad: ‘La casa verde’, con guapas chicas cariñositas que te daban la bienvenida. “Este es el local del que habla Mario Vargas Llosa en su famosa novela ‘La casa verde’”, nos dijo un taxista. Vi a una viejecita en el guardarropa y aluciné que podía ser ‘La Chunga’. En 1988 hice un reportaje en el pueblo de Canchaque, a dos horas de la capital. Bellos bosques verdes, cataratas, sembríos del mejor café de la región, cacao para el delicioso chocolate y los infaltables mangos.

También pasé días maravillosos en las playas temperadas y de mar azul en 1992, en Máncora. Había dos hoteles ‘fichos’ y un hotelito barato en el pueblo, nada más. Me iba con los patitas de la zona a esperar a los pescadores por lenguados y congrios fresquecitos.

Mis nuevos amigos me decían: ‘Limeño, compra tú el arroz’. Lo llevábamos a una de las humildes casas de uno de ellos y su mamá nos preparaba pescado frito con arroz y plátano o sudado de congrio. Ellos eran modestos, pero millonarios en hospitalidad. En la noche nos juntábamos con los surfistas extranjeros, argentinos, brasileños, con las rubias australianas, inglesas, holandesas, que armaban juergas alrededor de la fogata porque todavía no había discotecas ni locales nocturnos. Puedo decir que conocí Máncora antes del boom turístico y hotelero. Era un balneario de surfistas. Un lugar tranquilo, con mucha paz.

En la década del 2000 me mandaron a cubrir un partido de fútbol a Sullana. Aproveché para escaparme y bañarme en el tibio mar de Colán. Pasaron los años y este columnista tuvo el privilegio de ser uno de los enviados especiales para cubrir el histórico primer debate presidencial que se desarrolló en Piura para las elecciones presidenciales del 2016, aquella épica confrontación entre Keiko Fujimori y PPK. Allí degusté un exquisito cebiche de cabrilla, mientras en Sechura comí un espectacular sudado de mero acompañado con unos potos de deliciosa chicha de jora. El norte es un lugar mágico, bello, con gente buena y una excelente cocina. Vale volver a visitarlo todas las veces que se pueda. No tiene pierde. Apago el televisor.

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